Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Los creyentes debemos cultivar una sólida espiritualidad y profundizar en la dimensión evangelizadora de la caridad para ayudar a los más necesitados.
No cabe la menor duda de que debemos ocuparnos con programas y respuestas a las necesidades de la gente, principalmente de las más pobres. Pero es importante no perder el sentido, el horizonte de lo que hacemos. La urgencia e inmediatez de tantas carencias no nos debe obnubilar. La dificultad la vivió Jesús en vida. Al comenzar a hacer milagros, la gente lo buscaba con insistencia esperando recuperar la salud o saciar el hambre. Pero pronto se dio cuenta que ni la gente ni sus discípulos más cercanos entendieron el sentido de lo que hacía. No quiso aparecer como un mago que utiliza poderes especiales para solucionar las carencias de sus coterráneos.
Lo realmente importante era intentar promover la responsabilidad individual y colectiva para que cada uno asumiera su responsabilidad y se convirtiera en protagonista de su presente y futuro. Por ello se retiró a orar en las noches y a reunirse en la montaña con sus discípulos más cercanos para recuperar el sentido de su misión y de su compromiso. Es lo que necesitamos nosotros en estos momentos para afrontar y superar la crisis. Necesitamos hacer un alto en el camino, preguntarnos por la identidad de lo que hacemos, pues no somos sin más, una agencia para remediar urgencias.
No podemos funcionar con luces cortas que nos llevan a lo inmediato. Necesitamos alientos de largo alcance para asumir la realidad desde el horizonte humanizador y transformador de la fe. Hay que afrontar las realidades sociales con mirada profunda y fantasía creadora. Hay que descubrir los nuevos rostros de los pobres, y los nuevos rostros de los que se presentan como salvadores y son explotadores de la ciudadanía. Hay que educar la mirada, necesitamos los lentes de las ciencias sociales y los lentes de la fe. No nos creamos una iglesia rica que reparte de lo que le sobra. Somos, debemos ser, una iglesia pobre que apuesta con decisión por los más débiles. Estos no son únicamente receptores sino protagonistas para superar su condición de marginados y excluidos. Ser ellos mismos agentes transformadores de la realidad social. Los pobres “han de ser no solo destinatarios de nuestro servicio, sino motivo de nuestro compromiso, configuradores de nuestro ser y nuestro hacer”.
La caridad, el servicio a los demás, hay que promoverlo iluminado por la verdad y al servicio del desarrollo integral. El amor que nos hace descubrir las carencias y necesidades del otro y nos mueve a ofrecerle nuestra ayuda para superarlas, también nos hace descubrir las posibilidades que ellos tienen. Tenemos que trabajar por la justicia y transformar las estructuras que generan pobreza. La solidaridad hay que repensarla en clave comunitaria y en defensa de los derechos fundamentales, comenzando por la vida en todas sus etapas.
Como creyentes debemos cultivar una sólida espiritualidad y profundiza en la dimensión evangelizadora de la caridad. Ejemplo de ello nos lo da el Papa Francisco con sus gestos y sus palabras. Tenemos por delante un programa amplio de reflexión, de discernimiento, para que podamos ser agentes verdaderos de esperanza transformadora.