Por.- Eduardo Martínez/ Corresponsal en Italia
-No cuadran las cifras para el escándalo de la inmigración en Europa.
Una mujer en cuclillas llora desconsoladamente en una esquina frente a la conocida Plaza Solferino, en Torino. A su lado, en un cochecito que tuvo tiempos mejores, duerme un bambino de poco más de un año.
Mientras el niño se ve robusto y bien alimentado, la mujer también muestra que tuvo años mejores. En su boca faltan no menos de media docena de dientes. El paño en su cabeza, no permite ver el color del pelo. La ropa, salida probablemente de algún ropero, no está rajada y está bien lavada.
Su rostro asomaba las arrugas del llanto. Cada tanto se privaba y llevaba las manos a la cabeza. Sus ojos, claros, eran una ventana a la angustia del hambre y quién sabe cuántos terrores.
La veía desde unos 15 metros de distancia. Oculto tras la isla central de forma de alameda, ella no se percató de mi presencia. En un primer momento, pensé en el teatro habitual de quienes piden dinero. Pero ella no me veía. No sabía que yo estaba allí. El llanto era genuino, real. No era fingido. Se sofocaba cada tanto con el llanto.
La gente pasaba. Ella no pedía dinero. Su respiración parecía que se iba a detener en cualquier momento. Estaba demasiado concentrada en su drama personal.
Crucé la calle. Me acerqué. Seguía sin verme. Le pregunté “señora, que le pasa”. Sobreponiéndose a su llanto, me contestó: “no tenemos que comer (…) mi hijo y yo no tenemos que comer”.
Busqué en mi bolsillo y conseguí una moneda. Se la di. La atesoró en su mano, apretándola como si alguien se la fuera a quitar.
Luego me contó que vino hace unos meses de Bulgaria, Europa de Este. Como tantos otros, fue acogida en un centro de Caritas. La organización humanitaria de la Iglesia Católica. Allí le dieron cobijo por varias semanas. La mujer búlgara refirió maravillas de las monjas que la ayudaron. Pero advirtió que estos son centros de tránsito, los cuales deben dejar después de unos meses. Lo que ocurrió en su caso.
Sin trabajo, y probablemente sin tener conocimientos de algún oficio, esta madre sola quedará a las pocas semanas en condición de calle. Es un caso más de los cientos de miles que han llegado y siguen llegando a Italia.
En todas las ciudades europeas se consiguen inmigrantes pidiendo dinero. También se consiguen inmigrantes, caracterizados por sus vestimentas y el color de su piel, realizando labores que los europeos locales ya no quieren desempeñar. Estas son las dos distinciones que caracterizan en estos tiempos a los inmigrantes en los países de la Unión Europea (UE): los que piden, y los que hacen labores que nadie quiere hacer.
En Italia
Desde los tiempos del Imperio Romano, la península italiana ha sido un territorio de migraciones. En unas ocasiones ha sido receptora de los inmigrantes. En otros momentos, han sido los italianos los que han emigrado a otras latitudes.
En estos tiempos, el pueblo italiano se ha comportado con nobleza. Los ha acogido. Sin embargo, sienten que los demás países de la UE descansan sobre la bondad italiana. Las estadísticas demuestran que este sentimiento está presente en la mayoría de la población.
Las cifras
La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, que cuantifica sobre los ingresos ilegales a territorio UE, estimó que entre 2015 y 2016, se detectaron más de 2,3 millones de cruces ilegales. En tanto en el 2017, solo 204.700, “su nivel más bajo en cuatro años”.
Esta cifra difiere de las reconocidas por el Alto Comisionado de la ONU (UNHCR) para los Refugiados, por cuanto “una persona puede pasar por una frontera más de una vez, por lo que el número de personas que vienen a Europa es en realidad menor”.
En cuanto a la llegada marítima, 172.300 personas llegaron a en 2017, menos de la mitad que en 2016.
En lo que respecta a las peticiones de asilo, en el 2017 hubo 650 mil aplicaciones, de las cuales 538 mil obtuvieron respuesta positiva, según Eurostat, la agencia de estadísticas europeas.
La mayor parte de estos asilos, fueron tramitados en Alemania (160 mil), Francia (112 mil) e Italia (75 mil).
En cuanto a las llegadas de inmigrantes ilegales en el 2017, según datos del Alto Comisionado de la ONU señala que Refugiados para principios de este año, España (19.560), Italia (16.919) y Grecia (14.387). Siendo los tres países de la UE a los cuáles están ingresando la mayor cantidad de inmigrantes ilegales que llegan a través del Mediterráneo desde África.
Las medidas tomadas tanto por los gobiernos de cada país, como por la Comisión Europea, frenaron estas corrientes migratorias: de la cifra tope del 2015, cuando llegaron a territorio europeo un millón 15 mil ilegales, bajó la cifra a 362 mil en el 2016, y 172 mil en el 2017.
Un detalle estadístico, recopilado por la UNHCR, advierte que los fallecidos en las travesías en el mar, han venida representando un porcentaje que va en aumento, a pesar de la caída de las migraciones. Este punto ha sido de grandes titulares en la prensa europea. Lo que ha sensibilizado la opinión pública. Hecho que ha empujado a las organizaciones no gubernamentales (ONG) a lanzar operaciones de salvamento. Para lo cual han contado y siguen contando con aportes de organizaciones privadas y públicas de sus respectivos países.
Al observar fríamente estas estadísticas, surgen obligatoriamente muchas preguntas, que llaman la atención sobre la verdadera magnitud de la crisis.
La cruda realidad, es la que se ve todos los días en las calles. La cruda verdad, es la que revelan las frías cifras.
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El componente político
La interpretación de las cifras va a depender del tamiz político a través del cual se vean.
Para los socialistas europeos, y parte de la izquierda, hay que ayudar a los refugiados. Opinión que es compartida por la Iglesia Católica.
Por ello no debe sorprender en una de las primeras decisiones de su gobierno, la posición asumida en España por el socialista Pedro Sánchez de acoger a los ilegales transportados por el barco Aquarius. La posición de Sánchez no es compartida por los gobiernos de Austria, Italia y Dinamarca, donde los gobiernos son de centroderecha. En tanto en Alemania, el gobierno de coalición de Ángela Merkel ha estado sometido a presiones de sus aliados -indispensables- del partido liberal, que se han sumado a la posición de la centroderecha europea. En todo caso, la discusión se ha venido presentando en la medida en que el tema migratorio forma parte de la agenda de los candidatos en los procesos electorales.
Por una parte, la centro derecha plantea el endurecimiento de la seguridad interna, los problemas sanitarios y de presupuesto. Por otra parte, la centro izquierda, sin dejar de lado las razones de “Estado”, esgrime la solidaridad y la responsabilidad de Europa. En medio de estas dos posiciones, la Iglesia Católica se pronuncia por la ayuda a los inmigrantes, lo que materializa con las operaciones de Caritas, la agencia de ayuda católica.
Es el ingrediente electoral, el que ha magnificado el problema de la inmigración ilegal. La pregunta que acuciosos analistas se hacen es por qué tanto alboroto, si la inmigración ilegal está disminuyendo. El paso por la frontera terrestre del Este de Europa está bien restringido. Y en el Mediterráneo, los barcos comienzan a ser devueltos.
Como ardid electoral, y sobre todo en época de crisis, el tema de la inmigración siempre ha funcionado. Se apela al nacionalismo. El discurso de que los nacionales no encuentran trabajo porque los inmigrantes les quitan las oportunidades, es siempre atrayente para las clases populares.
Por otra parte, el tema de la seguridad interna atiende a otros sectores de los electores. Esos de mayor nivel que tienen una perspectiva más global y, por lo tanto, menos personal del problema.
Para los italianos, el nuevo gobierno de centroderecha puede dar al traste con la percepción sobre la solidaridad caritativa italiana. Lo que puede lograr es que, en vez de un reconocimiento internacional a la caridad de Italia, se gane un rechazo mundial a las medidas de restricción que impulsa el ministro del Interior Matteo Salvini, quien ha cerrado los puertos. Se estaría transformando el orgullo de una buena acción, en una vergüenza internacional.
No se discute el cumplimiento de las leyes y las normas. Se critica que no se cumplan.
La inmigración como negocio
El propio ministro Salvini ha denunciado la existencia de organizaciones criminales que se dedican al “transporte de la carne”, y a las cuales responsabilizó de las muertes ocurridas en naufragios en el Mediterráneo, en el trayecto entre las costas libias e italianas.
Por ello, es que apareció el interés del gobierno de Italia de promover acuerdos con los gobernantes de Libia para el desarrollo de una fuerte guardia costera y negociar la instalación de campos de refugiados en territorio libio, con financiamiento europeo. Propuesta que tendría apoyo comunitario en la próxima Cumbre Europea de septiembre. En todo caso, se viene reportando la posibilidad de que el tráfico de ilegales esté siendo realizado por bandas que operaban desde la frontera terrestre del Este y la marítima al Sur de Europa.
Otro tanto que preocupa, dada la disparidad de las cifras, es el presupuesto de la subvención para los inmigrantes que son acogidos. Si las cifras de personas son dispares, es obvio que también se dude de lo que realmente llega a los refugiados. Para citar un ejemplo, en Italia cada refugiado estaría recibiendo 35 euros al día.