Por Roberto Mansilla Blanco, Corresponsal en España
La guerra que asoló a la ex Yugoslavia y a los Balcanes en la década de 1990 marcó la infancia de la actual generación de futbolistas de Croacia. Son los casos de la estrella Luka Modric; o del nuevo héroe croata, su delantero Mario Mandzukic, autor del histórico gol ante los ingleses que clasificó a la nación balcánica a la final. Pero también de Iván Rakitic, nacido en Suiza debido al exilio de sus padres, y de los defensores Dejan Lovren y Vedran Corluka.
Todos ellos, y otros más que con anterioridad jugaron durante años en la selección croata, son la generación de refugiados croatas que padecieron y tuvieron que huir de la guerra en los Balcanes. Una historia dramática que ha dejado huella no sólo psicológica y moralmente, sino incluso en el carácter agresivo y desafiante de varios de ellos, en especial en el caso de Mandzukic.
Ellos vivieron la crudeza de la guerra y la crisis de refugiados y desplazados motivada por el peor conflicto armado que ha vivido Europa desde la II Guerra Mundial. Curiosamente en una Europa que hoy observa la reproducción de esta crisis humanitaria de refugiados en sus aguas mediterráneas y en sus fronteras orientales, con millares de personas huyendo de conflictos como los de Siria, Libia y la pobreza africana.
Historias de refugiados
Un caso emblemático es el de Luka Modric. Estrella en el Real Madrid, campeón de la Champions League 2018 y pieza estelar de esta selección croata que disputará la final del Mundial, Modric es candidato a ganar este año el Balón de Oro por encima de Cristiano Ronaldo y de Messi.
La infancia de Modric fue dura, ya que sufrió el desplazamiento de refugiados en su localidad natal, Zadar. Modric tuvo que huir con su familia a otras localidades croatas, ya que Zadar era un objetivo constante de los bombardeos de fuerzas serbias, poco después de comenzar el conflicto en la ex Yugoslavia.
El drama familiar tocó al niño Modric. Con sólo seis años debió soportar el hecho de que su abuelo fuera ejecutado por paramilitares serbios en 1991, el año en que comenzó el drama de la guerra que llevó a la desintegración de la ex Yugoslavia y a la guerra en los Balcanes, con la declaración de independencia de Croacia y Eslovenia.
Varios croatas aseguran haber conocido al Modric niño desplazado de la guerra, que vivía en campos de refugiados, jugando al fútbol y regateando con el balón en medio de terrenos plagados de minas terrestres, una vez cesaban los bombardeos serbios. Modric siempre declaró que su dura infancia motivada por la guerra “lo hizo más fuerte”.
Mandzukic es otro caso de refugiado por la guerra en los Balcanes. Nació en la frontera entre Bosnia y Croacia y tuvo que huir con su familia a Zagreb, la capital croata, cuando recrudeció el conflicto en Bosnia en 1992. Muchos aseguran que su carácter agresivo y desafiante en el campo de juego lo forjó precisamente en los distintos campos de refugiados en los que tuvo que desplazarse por esta guerra, y en la violencia cotidiana y la lucha por la supervivencia que tuvo que presenciar desde niño.
Tras la victoria ante Inglaterra, las imágenes de celebración de los croatas mostraron una faceta hasta ahora desconocida de Mandzukic, llorando mientras se abrazaba con sus compañeros, probablemente recordando las dificultades que pasó para llegar hasta la actual gloria futbolística.
Por su parte, Rakitic, estrella en el F.C Barcelona, quizás corrió con algo más de suerte. Hijo de padre croata y madre bosnia, Rakitic nació en Suiza en 1988, tres años antes de que comenzara el drama balcánico. Incluso llegó a jugar en las divisiones sub-17 del país helvético. Pero al regresar a Croacia se decantó por su patria de origen.
Los defensores Dejan Lovren y Vedran Corluka son casos similares. Ambos nacieron en Bosnia Herzegovina. Corluka se refugió al comenzar la guerra en Zagreb, toda vez Lovren huyó con su familia a Alemania vía Croacia. Allí vivió Lovren hasta los 10 años. El defensor croata que actualmente milita en el Liverpool inglés habla desde niño un perfecto alemán. No obstante, sus padres estaban ilegales en Alemania, al no poder conseguir el asilo. Al regresar a Croacia tras el final del conflicto, Lovren se encontró con la barrera idiomática, pues apenas sabía hablar croata. Ambos de origen bosnio, Corluka y Lovren finalmente decidieron representar a Croacia, el país que los acogió durante el conflicto.
Pero estas historias de guerra también la vivieron los antecesores de esta gran generación de futbolistas croatas, los que en el Mundial 1998 debutaron con su país en este torneo y alcanzaron el tercer lugar, siendo considerado el más exitoso debut en un Mundial. Jugadores de la talla de Davor Suker (goleador de ese Mundial), Prosinecki, Boban, Jarni, Stimac, Bilic, etc, vivieron en carne propia la desintegración yugoslava y las guerras balcánicas siendo ellos ya jugadores profesionales. Incluso, algunos de ellos como Suker, Boban y Prosinecki llegaron a jugar con Yugoslavia el Mundial Italia 1990, el último torneo en el que participó un combinado yugoslavo antes de colapso estatal y la guerra.
El caso de Boban, ídolo de la infancia de Modric, es significativo. En 1990, jugando para el Dinamo de Zagreb, club simbólico del nacionalismo croata, se enzarzó en una pelea con aficionados y policías tras un encuentro en Zagreb contra el Estrella Roja de Belgrado, emblema de los nacionalistas serbios. La imagen de la patada de Boban a un policía yugoslavo entró en las hemerotecas mundiales como un símbolo ineludible del conflicto que poco después asoló a los Balcanes.
Pero como a los croatas, otras futbolistas de nacionalidades ex yugoslavas, como serbios, bosnios, montenegrinos, macedonios y kosovares, han vivido historias similares a las de Modric, Mandzukic o Lovren.
Otras heridas que no cierran
En una región como los Balcanes fuertemente inflamada por los nacionalismos, el Mundial 2018 ha sido un catalizador de estas pasiones, de las cuales no han escapado ni siquiera los jugadores croatas.
En diversos momentos, cada vez que los croatas ganaban algún partido durante el Mundial, se escucharon cánticos en el vestuario haciendo eco de canciones de fuerte contenido nacionalista, algunas de ellas incluso utilizados por grupos de extrema derecha en Croacia.
Como se sabe, Croacia tuvo un pasado filofascista durante la II Guerra Mundial, al convertirse en un “Estado títere” de la Alemania nazi en los Balcanes, bajo el régimen abiertamente fascista del Movimiento Nacionalista de la Ustasha, liderada por el político y brevemente dictador Ante Pavelic, aliado de Hitler.
Bajo el beneplácito nazi, el régimen “ustasha” perpetró un genocidio en los Balcanes contra serbios, bosnios musulmanes y gitanos. Testigo de este genocidio fue el tristemente célebre campo de concentración de Jasenovac, considerado el “Auschwitz de los Balcanes”.
Tras la desintegración de la ex Yugoslavia y durante la guerra de los Balcanes en 1990, la extrema derecha “ustasha” croata resucitó, especialmente a través de unidades paramilitares que posteriormente contribuyeron a formar el Ejército de la Croacia independiente, así como de la complicidad de varios líderes políticos croatas.
Estas secuelas siguen siendo notorias en los Balcanes hoy día, ya que criminales de guerra croatas han sido juzgados en La Haya por crímenes de guerra contra serbios y bosnios musulmanes sentenciados por el Tribunal de La Haya sobre Crímenes en la ex Yugoslavia.
En cuanto a la crisis de refugiados que desde 2015 se observa en Europa, principalmente en lo relativo a los refugiados sirios y africanos, la Unión Europea y ONGs como Amnistía Internacional han criticado recientemente a Croacia por violar su cuota de recepción de refugiados establecida desde Bruselas. Miembro formal de la Unión Europea desde 2013, el aumento del sentimiento nacionalista en Croacia con características xenófobas también ha preocupado a las autoridades europeas. Estas polémicas incluso se han traspasado al Mundial, pero desde otras perspectivas. El caso más emblemático es el del defensor croata Domagoj Vida. Este jugador croata estuvo enrolado durante varios años en el Dinamo de Kiev de Ucrania, donde dejó muy buenas impresiones y por lo visto una notable solidaridad con la causa nacionalista ucraniana.
Tras eliminar a la anfitriona Rusia en cuartos de final de este Mundial, por la vía de los penales, Vida, quien anotó el segundo gol croata en ese partido así como uno de los lanzamientos desde el tiro penal, no dudó en gritar ante las cámaras “Gloria a Ucrania”, en clara provocación ante la eliminación rusa.
Desde una perspectiva histórica, las palabras de Vida parecieran recrear la posibilidad de que Croacia y Ucrania, ambas con pasado de colaboración fascista durante la II Guerra Mundial y miembros de Estados a los que consideran que cercenaron sus aspiraciones nacionales, como fueron los casos de la ex Yugoslavia y la URSS, hayan mantenido una tácita solidaridad ante sus dos enemigos históricos, Serbia y Rusia.
Curiosamente, serbios y rusos comparten la misma religión y cultura ortodoxa, así como el alfabeto cirílico, y desde el siglo XIX existe una fuerte alianza y afinidad entre estos pueblos. Serbia también participó en este Mundial 2018, siendo eliminada en la primera fase por Brasil y Suiza. En el encuentro ante los suizos, los dos goleadores helvéticos, Xhaka y Shaqiri, son de origen albano-kosovar y realizaron sendas celebraciones alusivas a la simbología nacional albanesa y kosovar, en clara provocación hacia los serbios.
En cuanto al caso del jugador croata, los medios rusos e internacionales reflejaron inmeditamente las palabras de Vida. Si bien el propio Vida pidió públicamente perdón y fue multado por la FIFA por sus ofensivas declaraciones, los aficionados rusos que este miércoles 11 presenciaron en Moscú la segunda semifinal entre Croacia e Inglaterra, le insultaban y abucheaban cada vez que el defensor croata entraba en juego.
En la vieja Europa, viejas heridas parecen no cerrarse, ni siquiera en una fiesta como es el Mundial.
La Francia multirracial
Por el contrario del rival croata en la final, Francia, es un ejemplo visible de multiculturalidad racial.
Jugadores como Umtiti, Kanté, Varane, Pogba, Matuidi, Mandanda, Sidibe, Dembèle, Fekir, Rami, N’Zonzi, Lemar y la estrella Mbappé son de origen inmigrante, principalmente africano y magrebí o provenientes de departamentos de ultramar de la República francesa, lo que le da a los franceses ese toque de cosmopolitismo.
Varios de ellos, como Kanté, hijo de inmigrantes de Malí y actualmente jugador clave en el Chelsea inglés, vivieron una infancia marcada por la pobreza y la escasez, trabajando desde niños para contribuir al sustento familiar. El fútbol les ayudó a progresar económicamente y a desarrollarse también en el plano personal.
Ya en 1998, cuando se proclamaron campeones mundiales curiosamente eliminando a Croacia en semifinales, Francia mostraba estas señas de identidad multirracial y multicultural. Formaban parte de este cuadro estrellas como Zidane (de origen argelino), Desailly, Thuram, Lizarazu (de origen vasco), Vieira, Pires, Djorkaeff (de origen armenio) y Henry, descendientes de inmigrantes que hicieron de Francia su país.
Por tanto, la Francia multicultural se enfrentará este domingo 15 en la inédita final del Mundial Rusia 2018 con la Croacia que vio crecer a los “niños de la guerra”. Muchas historias, incluso dramáticas, que se vertirán en un terreno de juego.