Por Fernando Luis Egaña
La sopa de letras de los “organismos regionales” inventados y financiados por la hegemonía roja, es una olla podrida. Siempre lo fue, pero ahora se nota más.
Una habilidad que sería injusta regatearle al predecesor de Maduro, era la inventiva para imaginar molinos de viento o castillos de arena, a nivel internacional. Así de manera sucesiva fue sacándose de su sombrero publicitario, nombres como Alba, Unasur, Celac, Petro-Caribe y otros, cuyo denominador común era proyectar la fantasía de unidades regionales y continentales en contra del “imperio yanqui”, pero cuyo denominador material eran las botijas del Estado venezolano, que terminaron arruinadas, entre otras razones, por la bien llamada “regaladera” foránea. Si hasta le financiamos suministro de energía a la ciudad de Londres, una de las más prósperas del planeta.
Todo tenía una finalidad política. Propaganda favorable para la pomposamente denominada “revolución bolivariana”, y chorros de petrodólares para sus aliados políticos en el exterior: fueran gobiernos, partidos con aspiración de gobiernos, testaferros infaltables, y lo más granado de la “izquierda caviar”, que tiene un olfato de sabuesos para las divisas fáciles.
En estas breves líneas vamos a ocuparnos con preferencia de Unasur. Siempre tuvo un aspecto tragi-cómico. La idea formal de Unasur, nada original por cierto, no es equivocada. Pero su «implementación» estuvo dirigida a defender a la hegemonía roja imperante en Venezuela -que fue la que puso la mayor parte del dinero, y a sus gobiernos cómplices. Por lo tanto, desde el principio Unasur careció de autoridad verdadera. Además, la guinda de la torta fue el nombramiento del ex-presidente colombiano, Ernesto Samper, como secretario general de ese organismo. Las costuras no podían disimularse.
Y ahora, hasta el gobierno de Ecuador, país sede de Unasur, está pidiendo que le devuelvan el edificio para destinarlo a una finalidad útil. Es lo razonable. Todo ese tinglado de siglas que se concibió en Caracas y La Habana, repito: Unasur, Alba, Celac, etcétera, fue una estrategia política para darle sustento al predecesor. Y ello continuó con el sucesor, sólo que con mucho menos vitalidad, o proyección de propaganda. Lo de Unasur siempre fue una burla. Durante algún tiempo la burla encontró cierto espacio positivo en la opinión pública, pero eso se disolvió hace ya tiempo. Como se han disuelto las iniciativas fantasmagóricas del predecesor, tipo gasducto trans-amazónico, o la estación espacial en el eje Orinoco-Apure, o tantas chapucerías que engordaron los bolsillos de los vivarachos, comenzando por los del entorno más próximo de la hegemonía roja.
De esa sopa de letras, no quedó ni la sopa ni las letras. Todo fue una estafa. Desde el principio. Los estafadores están en el poder -y algunos ya cayeron en desgracia. Y el gran estafado por la sopa de letras es el pueblo venezolano.
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