Por Rafael Bayed
***El régimen busca desesperadamente una confrontación, interna o externa, para provocar un conflicto de impredecibles consecuencias.
Durante los primeros años de la era democrática, en los albores de la larga paz interna que se extendió hasta el final del siglo XX, la violencia fue una constante. Los alzamientos militares se sucedieron con inusitada recurrencia y, a partir de 1961, la izquierda abandonó el carril democrático y abrió varios frentes guerrilleros rurales y urbanos. En ese período ocurrió también el único intento de magnicidio del que se tenga noticia, con pruebas, en la historia moderna del país.
El 24 de junio de 1960, poco después de las nueve de la mañana, camino de los actos militares previstos para celebrar el Día del Ejército, en el Paseo Los Próceres, el presidente Rómulo Betancourt fue objeto de un atentado con explosivos. Apenas veinticuatro horas más tarde, adolorido y convaleciente de las heridas, Betancourt denunció a los responsables del frustrado magnicidio.
La derecha internacional y la izquierda local con influencia habanera querían liquidar al padre de la democracia. Luego vino el intento de magnicidio provocado por Hugo Chávez contra Carlos Andrés Pérez. Eran las instrucciones. No había en venezolano alguno instinto tan cobarde como el de provocar una guerra civil.
Durante la hegemonía de Chávez hubo infinidades denuncias de intento de magnicidio, todas montadas, con la única intención de provocar consternación nacional. Este tipo de alarmas son muy típicas de los regímenes totalitarios, que siempre buscan el apoyo y la bondad del pueblo.
Por ahí andan lengüeteros de oficio que sí saben, dicen ellos, que tienen las pruebas. Conocidos por el oficio de fablistanes, siempre buscando notoriedad, algunos hasta se atreven a escribir libros sobre sus falsas hazañas y mentiras.
Las declaraciones oficiales de lo acontecido el 4 de agosto, en la parada de la Guardia Nacional, en la avenida Bolívar de Caracas, por varios miembros del régimen, fue confusa y contradictoria. La más destemplada y alarmista fue la del Canciller, para quien todo era un supuesto orientado a conmocionar a los presentes en la rueda de prensa, lo cual evidencia que la confusión del oficialismo es evidente.
No olvidemos que Maduro, en estos casi seis años, ha denunciado casi 18 intentos de magnicidio, de los cuales -al igual que a su antecesor- no se conocen los responsables.
Se busca desesperadamente una confrontación interna o externa para provocar un conflicto de inmensurables consecuencias. Las supuestas pruebas presentadas no son más que un mal montaje. No aguantan un análisis serio. Son para justificar una arremetida contra la oposición y algunos gobiernos democráticos de la región.
“El Rey desnudo”, cuento de Hans Christian Andersen, dejó al descubierto una realidad: las fuerzas que detentan el poder no están preparadas para ninguna vicisitud que podría acontecerle al pueblo venezolano. El régimen se sostiene con mentiras y promesas, y el pueblo vive sin bienes básicos para su supervivencia; confuso porque ya sabe que todo es puro cuento.