Por Elizabeth Burgos
De primicias históricas, al chavismo como farsa.
A propósito de los acontecimientos del 4 de agosto durante la celebración del 81 Aniversario de la Creación de la Guardia Nacional, cuando sobrevolaron unos drones en momento en que Nicolás Maduro pronunciaba la primera frase de su discurso, el periodista (Jon Lee Anderson, The New Yorker, 6 de agosto) afirma que es el primer intento en el mundo de utilizar drones con el objetivo de cometer un magnicidio. Esa supuesta primicia venezolana me recordó otras primicias históricas que han tenido lugar en Venezuela, a mi entender país de mayor alcance, tanto en términos de historia del pensamiento, como avance de la modernidad en todo un continente.
Lo que me lleva a creer que desde finales del siglo XIX, Venezuela se ha caracterizado por ser el escenario de primicias históricas relacionadas con las turbulencias de la modernidad. Un ejemplo de singular alcance, injustamente ignorado por haberse impuesto el mito del militarismo personificado en la figura de Simón Bolívar, es el de Juan Germán Roscio (1763-1821): fue uno de los más grandes teóricos, impulsor y primer pensador del republicanismo moderno hispanoamericano. Inspirador y redactor del Acta de Proclamación de la primera Declaración de Independencia Hispánica e inspirador y redactor de la Primera Constitución de Venezuela y de Hispanoamérica, promulgada meses antes que la Constitución liberal de Cádiz. La radicalidad de su pensamiento lo plasmó en un texto modélico El patriotismo de Nirgua y el abuso de los reyes (1811), en el que ya se expresan las premisas de su texto señero, El triunfo de la libertad sobre el despotismo (1817), publicado durante su exilio en Filadelfia, en un momento en el que la causa de la independencia parecía perdida. Esa obra es considerada por los historiadores como el mayor manifiesto republicano de las Guerras de Independencia Hispánicas.
Independencia, que no está demás recordarlo, se debió en primer lugar a la crisis de la monarquía hispánica suscitada por la invasión de las tropas napoleónicas a España en 1808. Interpretación confirmada por el propio Roscio al declarar que él se convierte al republicanismo después de 1809, lo que matiza el papel de los precursores imbuidos de un mandato superior. Pero el otro rasgo que motiva su radicalidad, se debe buscar en su pertenencia a la “casta” de los mestizos. Y en ello también demuestra su gran modernidad de pensamiento, hasta en la Venezuela de hoy en donde todavía sigue vigente, no ya el origen étnico imposible de imponer como línea divisoria, la pertenencia a una casta pura por tratarse de un país en donde el mestizaje es la norma, pero sí se mantiene el concepto de tener un barniz de cultura para pertenecer a la categoría de “culto”, y no ser de origen “pata en el suelo”, como se califica a las personas de origen rural. Se debe admitir que la era chavista ha actualizado las fronteras raciales: tanto del lado del chavismo y como por reacción, del lado de opositores. Lo más curioso es que el más opuesto a la “pardocracia”, fue Simón Bolívar, adorado por el pardo Hugo Chávez, al punto de inventar un bolívar mestizo con el fin de disimular su exabrupto ideológico y proseguir manipulando la imagen.
Roscio era mestizo. Hijo de un oficial italiano, Giovanni Roscio, y de una mestiza de indígena, María Nieves. Según el canon en vigor, pese a no ser mestizo de africano, por su “impureza de sangre”, – pese a su brillantez académica: graduado en derecho canónico y civil y profesor de Universidad, – le fue negado su admisión al Colegio de Abogados, alegando su ausencia de limpieza de sangre, elemento que según la época, podía tener como consecuencia presencias de herejía, de paganismo, o de “mala raza”. Según las normas españolas, la impureza de sangre no concernía a los indígenas, pero las elites de Venezuela, más papistas que el papa, adujeron que de admitirlo, se crearía un precedente que podría terminar con el derribo de toda la estructura social. La elite criolla vivía atemorizada por el ejemplo de la rebelión de los negros de Santo Domingo. Roscio clamó en su defensa que los hombres creados por Dios a su imagen y semejanza eran todos iguales: un rasgo de su modernidad de pensamiento. Argumentos inspirados de sus lecturas de los filósofos de la Ilustración. Consecuente con su postura, valiéndose de su profesión de abogado, asumió la defensa de una mujer parda juzgada por haber tenido la “osadía” de utilizar un tapiz para arrodillarse en una iglesia de Valencia, privilegio reservado sólo a las damas blancas, mantuanas, miembros de la aristocracia. Hecho que no le granjeó las simpatías de los mantuanos.
Otro personaje, pese a gozar de mala prensa en el país, no se le puede negar su aporte a la modernidad que colocó en su tiempo a Venezuela como vanguardia en el continente. Antonio Guzmán Blanco, además de modernizar las estructuras del Estado, de la economía, de los transportes, en materia socio-cultural dio un salto significativo al decretar en 1870 la instrucción primaria pública y obligatoria, situando a Venezuela en la vanguardia del progreso en relación al resto del continente. Otorgó como atribución del Estado, el registro civil, otorgamiento de partidas de nacimiento y el matrimonio civil, medidas que lo llevaron a enfrentarse con la Iglesia que hasta entonces había tenido ese monopolio.
Peso a las prolongadas guerras internas, o guerras de caudillos – marca de identidad nacional hasta hoy – no ha existido una extrema derecha ni simpatías hacia el nazismo o el fascismo, como sí lo hemos visto en Brasil, Argentina y Bolivia. Rasgo que demuestra la propensión hacia la modernidad.
Si nos situamos en la época actual, la crisis política que recién golpea hoy a Europa y a EEUU, se puede resumir en el agotamiento de la social democracia y en la crisis de la democracia, y tuvo su epicentro en Venezuela en 1998, cuando se tradujo en la llegada de Hugo Chávez al poder.
También, podríamos inferir, que la crisis de modernidad que hoy vive Venezuela, pese a la capacidad destructiva del poder que monopoliza el mando en el país, el talante mafioso/criminal y su manera de imitar de manera circense la majestad del Estado, tiene algo de positivo, porque pretende hacer Historia, cuando en realidad se trata de una farsa grotesca. Nunca ha sido tan cierta la aserción de Marx en su célebre 18 Brumario al completar la idea de Hegel de que todos los grandes acontecimientos y personajes históricos se repiten dos veces, pero, que según Marx, se olvidó de agregar: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. La farsa del chavismo, se inspira en la imitación de la figura de Fidel Castro. Al igual que su mentor cubano, prometió un futuro radioso, cuando en realidad fue un golpe de audacia que disfrazó de acontecimiento histórico y en realidad fue la destrucción de los logros de la democracia liberal cuyas conquistas fueron logradas a costa de tantas luchas y de tanta sangre. Lo que en Cuba pudo darse como Historia, pues tenía la presencia de un antecedente histórico que fue la intervención de EE.UU. En un petro-estado como Venezuela, con un barril a 120$, la historia se repitió como una lamentable farsa.
Una farsa no tiene la densidad para prolongarse en el imaginario de los individuos. Venezuela es hoy víctima de una maquinaria de poder y de control. La ideología del antiimperialismo, es la máscara con la que intenta darle respetabilidad y legitimidad, cuando en realidad, su ley es la arbitrariedad y la ilegalidad. Contrariamente a la creencia de la oposición, el chavismo no tiene espacio en el tiempo largo de la Historia. Algunos chavistas, antimaduristas, intentan hoy forjar una versión de un Chávez demócrata, versus un Maduro dictador. Es tarea de los pensadores demócratas desmentirlos.