Por Cardenal Baltazar Porras
***Nos deja el heladero “de los mil sabores” que desde Mérida no se amilanó ante la adversidad que lo obligó a cerrar su negocio el año pasado.
Si en algo debemos ser agradecidos los venezolanos es a los millones de personas venidos de otros lares a hacer tienda entre nosotros. Muchos de ellos llegaron en aquellos años difíciles de la postguerra europea a la tierra de promisión, Venezuela, donde había oportunidades y mucho por hacer. Cuánto ha cambiado la cultura y la idiosincrasia criolla con lo que nos han aportado los “musiues” que terminaron amando y queriendo más a la patria adoptiva que les brindó la ocasión de trabajar con ahínco y creatividad, formar hogar y ofrecernos los mejores platos nacionales elaborados por manos extranjeras. Las mejores arepas o el pabellón criollo los hemos degustado en los negocios de esta buena gente, que forman parte del costumbrismo local a través del humorismo, hoy menguado, por el acoso a la mejor manera de vivir la cotidianidad con una pizca de sátira.
Venir a Mérida sin visitar uno de sus sitios emblemáticos en la Plaza de El Llano, donde se agolpan colas de turistas para degustar esos exóticos helados de mil sabores en los que se confunden una paleta de ajo o de carne con la de las frutas, y con aquella otra llamada “págame primero” porque es un cóctel a base de bebidas espirituosas.
El ingenio y la constancia de Manuel Da Silva Oliveira, nacido el 27 de octubre de 1930 en Santa María Da Feira, Portugal, radicado primero en Caracas desde el 3 de mayo de 1953, ejerciendo diversos oficios. En 1980 en Mérida, tuvo la corazonada de abrir una heladería a la que le puso el nombre de la patrona nacional, Coromoto. Su primera creación fue el helado de aguacate, después siguió inventando hasta lo inverosímil centenares de sabores que le valió obtener los récords Guinness en 1991 y 1996. Su hijo mayor abrió en Portimao, Portugal, otra heladería con el mismo nombre y los miles de sabores que le dieron fama.
Don Manuel, hombre sencillo y afable, siempre atento, no se amilanó ante la adversidad que lo obligó a cerrar el negocio el año pasado por la falta de insumos y por los acosos de organismos oficiales. Pero ante ello ni optó por irse ni por cerrar definitivamente la cita con miles de personas que demandaban su apertura. Tuve la dicha de verlo no hace mucho y comprobar su amor por Venezuela y por Mérida. Se sentía orgulloso de ser un portugués venezolano. El 31 de julio de este año, a tres meses de cumplir 88 años, entregó su alma al creador para ofrecer lo mejor de sí, la acumulación de las virtudes de mil sabores semejantes a la gloria. Descanse en paz.