Por Alberto D. Prieto
MADRID.- ¿Por qué calla España ante la renovada represión brutal de Nicolás Maduro? Tengo motivos para admirar a Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Para empezar por lo más reciente, se la jugó cuando nadie se lo pedía siendo la voz pública de los catalanes que no querían la secesión, cuando el golpe del pasado mes de octubre. Lo hizo por puro compromiso personal con su sentimiento, con el Estado de Derecho y con el sentido común. Puso en riesgo mucho dinero, pues desde que había abandonado la política —tras presidir el Parlamento Europeo entre 2004 y 2007—, era un hombre de negocios, un consejero prestigioso de varias empresas con intereses también en Cataluña.
Por otro lado, fue secretario de Estado de Hacienda en los primeros gobiernos de Felipe González y, más allá de freírnos a impuestos —eso es cierto, pregúntenle a mi padre—, supo hacer la transición entre la España viejuna que tomó en 1984 y la que dejó totalmente integrada en Europa en 1991. Después gestionó el Ministerio de Obras Públicas hasta 1996, haciendo llegar e invirtiendo una ingente cantidad de fondos que los países ricos de Europa nos mandaron para que nos pusiéramos al día: las autovías, la red de ferrocarriles y los puertos españoles, por ejemplo, son todavía la envidia de Europa. Y hoy, las empresas constructoras y de ingeniería civil de nuestro país compiten con las más avanzadas del mundo —y las ganan— porque aquí se hicieron muy bien las cosas, se aceptaron desafíos, se innovó y se creó conocimiento. Y él tuvo mucho que ver en eso.
El día que Pedro Sánchez deslizó su nombre inaugurando así el goteo de filtraciones de quienes iban a ser los miembros de su gabinete, el nuevo presidente se invistió del legítimo prestigio adquirido por Borrell. Y a izquierda y a derecha se aplaudió en España. Imposible discutirlo: por mucho que el Gobierno del PSOE naciera con los hongos del apoyo populista y separatista en la raíz de la moción de censura a Mariano Rajoy y más allá de que el tronco, el propio Sánchez, fuera un político con méritos más que discutibles —convengamos en que todo presidente es discutido—, con ramas como Borrell y otros también celebrados, el árbol podía desarrollarse bien.
Ya como ministro, ha sabido ponerse firme cuando Quim Torra —presidente catalán que dice no serlo porque el “legítimo” es el fugado Carles Puigdemont— le hizo un desprecio público al embajador español en el Smithsonian Folklife Festival de Washington. No le importó que se llamara Pedro Morenés y hubiera sido ministro de Defensa con Rajoy. Cierto que a las pocas semanas relevó a Morenés de su cargo, pero explicó que era “un embajador político y que él mismo entendía perfectamente que el nuevo Gobierno quisiera que lo representara otra persona”, al punto de que “el propio Morenés tuvo la elegancia de ofrecer su dimisión el primer día del nuevo mandato”.
Y con todo este bagaje de buen hacer, equilibrio y firmeza ante quien desafía principios, valores y Estado de derecho, ¿por qué hoy guarda silencio ante lo que pasa en Venezuela? ¿Dónde está el comunicado del Gobierno exigiendo que Nicolás Maduro libere a Juan Requesens que, torturado y drogado como todos hemos visto, balbuceó el otro día que sí, que él había participado en el supuesto atentado contra el tirano?
Cuando nadie en el mundo atendía la tragedia de Venezuela, Rajoy —ese presidente del que nos mofábamos todos pintándolo como el hombre que nunca hacía nada— le puso luz al asunto teniendo el coraje de recibir en la Moncloa a Lilian Tintori, que iniciaba su campaña mundial por su marido, Leopoldo López, y el resto de presos políticos del chavismo degenerado. Eurodiputados españoles como Beatriz Becerra (liberal) y Esteban González Pons (popular) lideraron la toma de conciencia en toda Europa y se lograron declaraciones firmes de la Alta Representante, Federica Mogherini, e incluso sanciones a algunos de los miembros de la satrapía de Miraflores.
Es más, el pasado año la oposición democrática de Venezuela y los presos políticos del madurismo fueron galardonados con el Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia. A la sede en Estrasburgo de la Eurocámara fueron el alcalde Antonio Ledezma y el ex presidente de la Asamblea Nacional Julio Borges en diciembre, y su discurso fue aplaudido atronadoramente. Sólo un grupo se mostró en contra e incluso se ausentó del hemiciclo en señal de protesta: el de la izquierda radical, que en España representan Podemos e IU.
Precisamente, ésos son los principales sustentos parlamentarios del débil Gobierno de Pedro Sánchez. Y quizás eso ayude a entender el silencio también atronador del ministro Burrell ante la renovada represión salvaje de Nicolás Maduro y sus esbirros del Sebin en el Helicoide. Ya dijo hace menos de un mes el propio ministro que España ya no “abanderará la línea dura de sanciones” a la dictadura chavista [léalo aquí]. Dijo estas palabras mientras posaba satisfecho estrechando la mano de Jorge Arreaza, su homólogo venezolano, quien presumió de inmediato de que aquella reunión de ambos en la cumbre UE-CELAC de Bruselas había sido un “ejemplo de diplomacia bolivariana”.
La explicación que dio entonces Borrell fue que “no queremos repetir lo que pasó con Cuba, que al llegar el deshielo, lo lideró Francia” a pesar de la ascendencia que tiene la madre patria sobre los pueblos latinoamericanos. Pero eso es desviar el foco y ensombrecer la realidad: para empezar, el deshielo con La Habana no ha dado frutos de ningún tipo en las libertades democráticas para los cubanos. Y, principalmente, salvo que se me escape algo, el fin economicista no justifica los medios del callar ante las violaciones de derechos humanos, la tragedia humanitaria y el latrocinio organizado de la riqueza de un país.
Un árbol firmemente enraizado adquiere formas diferentes según su entorno, pues sus ramas crecen buscando la luz del sol. Pero Borrell trabaja para un presidente con apoyos endebles y empeñados en oscurecer la verdad de los hechos por puro prejuicio ideológico. Si el ministro busca focos artificiales para justificar decisiones incomprensibles no sólo ejercerá una política exterior injusta para con un pueblo hermano, sino que le saldrá un engendro retorcido que será incomprendido fuera de nuestras fronteras. Y no ser fiable es lo menos efectivo en este campo: a ver quién confía en nosotros luego, si un día llega el “deshielo” en Venezuela.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO