Por Alfredo Michelena
***La maldad que destila el caso Requesens es parte de la estrategia para descabezar y denostar a la oposición. Lo grave es que la banalidad del mal también se ha ubicado entre nosotros como se desprende de algunos comentarios en contra de los agraviados.
Los vi una vez, pero no pude hacerlo otra vez. Para algunos era un imperativo periodístico hacerlos conocer por todo el público para que apreciaran lo horrible de la situación. Tenían razón, pero yo no lo hice. Me parecía que era como cruzar de lo sagrado a lo obsceno. Lo que le hicieron a Requesens es una muestra de la maldad y la inhumanidad del régimen.
La deshumanización del adversario; el convertirlo en un algo, en una cosa, en un bicho que puede y debe ser tratado inmisericordemente e incluso eliminado es parte de la guerra sicológica que se impone para arrasar con un enemigo que hay que destruir. Etiquetarlos de “ratas”, “gusanos”, o “traidores” permite que los “exterminadores” puedan actuar sin remordimientos. Quizás es lo que decía Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”. Claro, no todos son “banales”; hay algunos que lo hacen a consciencia sea por la “causa”, la revolución, por una “venganza personal” o qué se yo cuál razón usan para justificar esa infinita crueldad; para no hablar de los realmente enfermos mentales que disfrutan esto.
Lamentablemente, este comportamiento es no solo atribuible al régimen. El mal ha traspasado fronteras ideológicas. Y de este lado he visto opiniones tan desgraciadas y perversas que me han quitado la fe en parte del género humano, aunque espero que por poco tiempo.
Una señalaba con encono que con esto el régimen había hecho héroes a los que habían negociado con el enemigo. Otra que mientras Borges comía en buenos restaurantes en Bogotá, Requesens era torturado. Sin olvidar los que acusan al torturado de cobarde. ¡Por Dios!
La frustración de décadas de luchas sin resultados tangibles en lo doméstico, que no en lo internacional, ha provocado una vorágine de acusaciones a nuestros líderes, como si fueran ellos y no los castrochavistas los que han acabado con el país y evitado el cambio, presumiendo la mala fe. Yo también preferiría que fueran santos varones y no se equivocaran.
El régimen ha venido descabezando a los partidos que les han hecho frente. Como acción de ablandamiento han promovido la antipolítica a fin de impedir la articulación de ellos con la sociedad civil y así evitar una sinergia explosiva. Los partidos no son agrupaciones de ángeles caídos del cielo y es evidente que las ansias de poder de algunos son un factor paralizante. Sobran los defectos, pero la solución no es debilitarlos sino reformarlos.
Luego vino su descabezamiento. Las caras de quienes se sientan en la mesa de la MUD son muy diferentes de las de hace un par de años atrás. Con los adecos fue fácil. Profundizaron el antiadequismo que viene del gomecismo, del perejimenismo, de los guerrilleros derrotados en los sesenta y por supuesto de la incapacidad de ese partido y COPEI de superar el modelo económico y político del Pacto de Punto Fijo. COPEI se autodisolvió con el chiripero, aunque el TSJ le dio un empujoncito.
Los principales dirigentes de Voluntad Popular están presos o han sido forzados a exilarse. Ahora es el turno de Primero Justicia. Borges, al haberse negado a firmar los acuerdos de República Dominicana, fue advertido de que atentarían contra él y su familia y se fue al exilio. Luego vino el joven médico Olivares. Ahora le ha tocado a Requesens.
Es la estrategia de descabezar a la oposición. Y me duele que varios opositores en sus críticas a nuestra dirigencia (algunas de buena fe y otras no tanto) más que a sus estrategias, hayan permitido que la banalidad del mal anide entre nosotros.