La realidad venezolana es una tormenta: Algunos consejos para capearla

Por Auxi Scarano

Las medidas anunciadas por el gobierno de Venezuela, en un clima social saturado de tantas dificultades, resultan más amenazantes y muy traumáticas. Generan mucho dolor social. Mueven nuestras bases de protección, seguridad y libertad. Más frustración, angustia, depresión, desesperanza.

No obstante, toca afrontar la circunstancia. Toca desarrollar nuevas fortalezas para cuidar la capacidad de pensar, resolver y actuar con adecuación. La información confusa, desordenada, enredada, genera desconfianza y resulta agresiva: más incertidumbre sobre nuestra sobrevivencia.

La amenaza que generan las nuevas medidas descolocan, te excluye de lograr posibilidades, castra, activa vivencias de desamparo, aterran, exigen una postura. Pone en duda tu capacidad de acción para enfrentar las situaciones desconocidas que se suponen vendrán. ¿Cómo anticipar adecuadamente? ¿Es posible planificar?

Cuando hay tanta amenaza es tentador negar la realidad: desde minimizar el impacto de las noticias, hacer chistes, descargar la frustración en lo que otros expresan, descalificar esfuerzos, esperar pasivamente milagros, o usar la mirada hiper-realista, fatalista, para no creer que haya opción para superar la situación.

Las necesidades paren los recursos y las formas de enfrentarlo. Confía en la parte sana de lo humano. Paralizarse no es una propuesta, toca sacar fuerzas y buscar la manera de no dejarse borrar por la angustia. Pero no es inmediato lograr lo que deseas. Son procesos.

Pensar el caos requiere reconocer y admitir los sentimientos que produce: miedo, pánico, rabia, dolor. Asumirlos para procesarlos, para que no no nos pongan a actuar irresponsablemente o no nos enfermen.

El «paquete» en el que nos han metido, no se resuelve de inmediato. Como toda noticia abrupta, genera daño, por lo que requiere ser procesada, pensada, hablada. Toca esperar a entender de qué forma nueva vamos a «funcionar». Toca identificar las consecuencias de dichas medidas en cada vida, plantearse maneras de manejarlas, darle prioridad a lo que es posible atender ahora, replantearse expectativas para estos momentos de emergencia social. Toca buscar, construir maneras de sobrellevarla.

Adaptarse implica superar el dolor y la rabia. No es que no los sientas, es tenerlos al lado -inevitablemente- pero sin que te incapacite para actuar.

Necesario diferenciar, no igualar experiencias de los otros, fantasías persecutorias, creencias, comentarios de los demás. No metas todo en el mismo saco. Ponle límite, incluso, a los otros dolores personales y temores existenciales. No te enredes mezclándolos. Resolver una situación por vez. Contenerse para no desbordarse. Lo impulsivo y reactivo no ayuda. La victimización resta fuerza.

Es momento para sacar adultez y sensatez. Requiere renuncias temporales, hace rato no tenemos una vida normal, y esta semana mucho menos. El momento requiere hacerte cargo de tus necesidades, con el afuera no puedes contar tanto. Si puedes sumarte a grupos para armar solidaridad y ayuda, eso calma y te hace sentir útil.
Toca, en medio del dolor social, preservar tu identidad: aunque tengas que hacer ajustes, sigue haciendo tus tareas, ocupaciones, adapta tus rutinas, conversa con gente nutritiva, busca información pero filtra lo tóxico. Conserva tu centro, manten el dominio de lo que puedas, ofrece actividades que permitan descargar tensión, manten tu atención en lo que acontece, no te desgastes en quejas o confrontaciones inútiles, administra y escoge tus tensiones.  Desarrolla calma para diferenciar lo viable y lo que está fuera de lugar, lo que conviene y lo que no tiene sentido.
Momento de ser prácticos y funcionales. Momento de decisión sobre cómo asumir esta tragedia, de forma más proactiva o más derrotista. Tiempos para una lucha interna, para preservar tu equilibrio y el de los tuyos. Tiempos para unir esfuerzos y construir nuevas posibilidades.
Psicoanalista
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