Que la unidad de la oposición venezolana se ha quebrantado no es secreto en el mundo político. El bloque monolítico que logró vencer de forma aplastante al PSUV en el 2015 hoy está fragmentado en cinco partes: la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Acción Democrática, Soy Venezuela, Concertación y Prociudadanos.
En su momento, todos estuvieron unidos en la MUD, coalición que nació con fines electorales para enfrentar al aparato oficialista que opera como Estado-Gobierno-Partido. Dinamitada la vía electoral, una vez que el chavo-madurismo tomó definitivamente el rumbo dictatorial, el pegamento que mantenía unidos a los partidos opositores dejó de surtir efecto.
Los egos y la desesperación por llegar al poder como sea hicieron efecto entre los principales jefes de la oposición, comenzando una guerra intestina que, paradójicamente, terminó siendo «alimentada» tanto por el régimen de Nicolás Maduro como por intereses del mundo financiero que pretenden pescar en río revuelto a un candidato afín a sus intereses.
Esos intereses del mundo financiero tomaron para sí la bandera de la intervención internacional por varias razones, pero sobre todo porque la consideraron la vía más expedita para tomar el poder gracias a su ficha más cercana, Diego Arria. Este personaje hizo vida durante un tiempo en el mundo diplomático gracias a su innegable habilidad para relacionarse. Ahí llegó a la presidencia del Consejo de Seguridad, el órgano más importante de las Naciones Unidas. ¿Cómo? Por rotación alfabética le tocaba a Venezuela la presidencia del Consejo, y Arria era el representante permanente de ese país ante la ONU. Así de simple.
Circunstancialmente, durante la presidencia de Arria en el Consejo de Seguridad se decidió la Crisis de Los Balcanes gracias a un formato de reuniones informales que no podían ser vetadas por ninguno de los cinco que tienen ese poder: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Al ser presidente del organismo en ese momento, al representante venezolano le tocó encabezar el primer encuentro de este tipo, que terminó siendo bautizado como la Fórmula Arria. Sin embargo, por estatutos, el papel del presidente del Consejo de Seguridad no va más allá de involucrar las distintas agendas de cada delegación y de presidir las reuniones. Es decir, es un funcionario que modera el debate acordado entre todas las delegaciones. Claro, cuando se trata de EE.UU., se es arte y se es parte. En el caso reciente de Venezuela, la embajadora Nikki Haley impuso su agenda aprovechando que estaba al frente del grupo en ese momento. En el caso de los Balcanes, Venezuela, aunque era un país que inspiraba más respeto que en la actualidad, no pintaba nada en Europa Oriental.
Esta circunstancia por la cual nació la Fórmula Arria es utilizada ahora por este grupo de intereses financieros para dar sustento a la imposición del ex embajador como presidente de la transición venezolana, sobre todo ahora que EE.UU. utilizó el mecanismo para debatir la crisis venezolana en el Consejo de Seguridad sin arriesgarse al veto de China y Rusia, grandes aliados de la dictadura de Maduro. Arria, en las primarias presidenciales opositoras del 2012, sacó 37 mil votos, un 1%, que le valieron para llegar cuarto entre los cuatro aspirantes.
Cambie «Noriega» por «Maduro»
La receta de Washington para atajar el problema venezolano es la de la criminalización del régimen. Como lo ve la Casa Blanca, no se trata de un gobierno sino de una banda criminal que opera en el narcotráfico, abriendo rutas que utiliza el terrorismo islámico y lavando dinero en el sistema financiero de Estados Unidos. De ahí la importancia de no legitimar a esa organización delictiva en las elecciones presidenciales del pasado 20 de mayo. A los ojos del mundo occidental, Maduro, además de proclamarse en unos comicios no válidos, fue destituido primero por la Asamblea Nacional y luego por el Tribunal Supremo de Justicia, los únicos Poderes legítimos en Venezuela.
En el editorial de este 12 de septiembre, The New York Times pide al presidente Trump que no invada a Venezuela porque eso despertaría los viejos fantasmas latinoamericanos en contra de Estados Unidos. No le falta razón al periódico estadounidense, pero la Casa Blanca está consciente de eso. Iván Duque, el mandatario colombiano con importantes nexos en Washington, desaconsejó públicamente una operación militar «unilateral» del Pentágono para capturar a la organización criminal que opera desde el Palacio de Miraflores. La palabra clave en esa frase es «unilateral». Washington no moverá un dedo solo, sin que la región se involucre. Para eso, necesitaba dos cosas que ya consiguió: un bandazo a la derecha en el subcontinente y una crisis que involucrara a todos como lo es la oleada de venezolanos escapando de la dictadura.
Si Trump se decide a la operación militar en Venezuela, que no sería al estilo Afganistán o Irak sino al estilo Panamá, el tema está en el qué viene después. Una máxima en Washington es la estabilidad. Es saber quién levanta el teléfono en el centro del poder de cada país. No son creativos, son repetitivos, como siempre comenta un veterano periodista de Florida. Aunque un par de grupos de venezolanos en el exilio creen que tienen a Trump agarrado por la chiva, los altos funcionarios que tienen la oreja del presidente en este tema aseguran que han sido incapaces de llevarle un plan para la Venezuela post-Maduro. ¿Por qué? Porque cada fracción opositora al régimen lo que hace es hablar mal del otro correligionario en la causa democrática para imponerse como la solución absoluta.
Estados Unidos, como toda Nación seria, se mueve por escenarios. Este es uno de los que están sobre la mesa: se extrae a la cúpula del régimen, se nombra un gobierno de transición, se convocan a elecciones, se elige un nuevo presidente que no incluye a todos los sectores para gobernar, se da un golpe de Estado, accede un nuevo régimen de características desconocidas y se tiene que volver a armar el rompecabezas que tantos años ha costado.
Esa es la importancia de la unidad opositora, necesaria no tanto para salir de un régimen que cerró la vía electoral sino para gobernar después. Siempre se puede estar peor. Después de Allende vino Pinochet. Después de Chávez vino Maduro. Estados Unidos está consciente de eso, igual que la Unión Europea.
El respaldo de los grandes poderes sólo lo tendrá quien asegure una unidad amplia a su alrededor.