Por.- Jurate Rosales
Quitarle a Venezuela la propiedad de su petróleo y despojarla de parte de su territorio enterrando para siempre el reclamo del Esequibo, no son dos heridas que luego se curan, sino dos amputaciones sin que el miembro cercenado pueda volver a crecer. Eso lo deben pensar muy bien quienes hoy gobiernan a Venezuela, porque si no le ponen urgente remedio, quedarán ante la Historia como… ¿lo que son?
Vamos a lo más visible. Si Venezuela siempre fue considerada como el país que más reservas de petróleo tiene – incluso más que las de Arabia Saudita -, ¿qué le pasó a PDVSA que ahora ni siquiera puede llegar a una producción de 2 millones de barriles diarios, y estaría en menos de 1,3 millón?
Recuerdo que en el año 1998, estando Hugo Chávez ya electo, entrevisté al entonces presidente de PDVSA, Luis Giusti, largamente, en su amplia oficina del último piso del edificio sede de la petrolera, en Caracas. Giusti me mostró en esa ocasión las proyecciones de la empresa para llegar en pocos años a una producción de 6 millones de barriles diarios. En aquel momento, la producción era de 3,5 millones de barriles diarios y los planes en curso eran los de duplicar esa cifra en cuatro años, siempre trabajando con el altamente productivo personal de 25.000 trabajadores.
¿Qué pasó? Hoy, con una producción de escaso 1,3 millón de barriles diarios y una nómina oficial de 110.000 trabajadores, es obvio que las cifras de una supuesta ganancia petrolera “no dan”. Las que “dan”, son las de un nada supuesto multimillonario endeudamiento de la empresa.
Solapadamente, el actual gobierno sacrifica la más importante conquista lograda por Venezuela en sus años de democracia: la nacionalización del petróleo y su explotación exclusiva por venezolanos para los venezolanos. Volviendo al punto de vista de historiadora, observo que a lo largo de todo el siglo XX, a partir del reventón del Zumaque en 1914 (primer pozo petrolero explotado en Venezuela), poco importó cuál era el gobierno de turno, porque todos, uno tras otro, trabajaron para entregar gradualmente todo ese bien a los venezolanos. Desde el dictador Juan Vicente Gómez pasando por los presidentes de cualquier tendencia o partido que fuesen, hubo el constante esfuerzo para lograr con prudencia, que el petróleo no esté explotado por empresas extranjeras. La nacionalización total del petróleo fue un esfuerzo gradual logrado a lo largo de muchos gobiernos y culminó con Carlos Andrés Pérez en 1974, como resultado de seis décadas de medidas sostenidas, aumentando con cada nueva ley y sin conflictos la participación venezolana hasta llegar a 100% de toda la industria petrolera nacional. A partir de 1974, efectivamente, cada venezolano fue instruido que ahora, “el petróleo es nuestro”.
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El retroceso se inició con el gobierno de Hugo Chávez y actualmente, no sólo el petróleo ya no es de los venezolanos, sino que por ese petróleo se les ha endeudado a todos los venezolanos. Por lo menos, en 1914, la propiedad del petróleo empezaba desde el punto cero y hubo que conquistarla. Un siglo más tarde, en 2014, estaba en debajo de cero por millones de dólares, o sea bajo una inmensa deuda, exigida por China. Temo, que desde los últimos dos viajes de Maduro a China, los venezolanos deberán aprender a repetir, en vez de “el petróleo es nuestro”, la fórmula de “el petróleo es de los chinos”.
Pasemos ahora a la otra vertiente de lo que es irreparable y pensemos en el Esequibo. Hablemos del Laudo Arbitral del año 1899, donde un ruso, un norteamericano y un inglés, en ausencia de la más mínima presencia de un venezolano de carne y hueso para defender la posición de su país, entregaron el Esequibo a Guyana inglesa, creando una situación que persiste hasta el día de hoy.
Resulta que hace un siglo, igual como ahora, los venezolanos estaban demasiado atareados peleando entre ellos por niñerías del yo sí y tú no, y tanto lo fueron, que no se ocuparon de algo tan perene, sólido e importante, como la defensa del territorio.
Dicen ahora que en el Esequibo, la empresa norteamericana Exxon encontró el mayor yacimiento de petróleo liviano del continente. Y no es que dicen, sino que lo vemos y lo sabemos, igual como vemos y sabemos que los venezolanos repiten los mismos errores de antaño: están demasiado ocupados peleando entre ellos, para prestar atención a lo que de veras importa.
Recapitulemos. En el caso del Esequibo, se trata de una centenaria ineptitud en la defensa del territorio, doblemente culposa desde que se conocen los inmensos yacimientos petroleros de esa área. Nada más que por su absurdo tratamiento del caso Esequibo, – sin contar todos los demás avatares causados por el modo de gobernar – la época de Chávez será catalogada por la Historia como la más nefasta en materia de defensa de los intereses territoriales.
Además de que, al igual como el caso de PDVSA ya es una entrega, lo del Esequibo toma el mismo camino. Es probable que el fallo internacional a favor de Guyana sea sin apelación posible en el futuro, dada la característica del Tribunal en cuyas manos está ahora el asunto (otra vez sin venezolanos decidiéndolo). Por lo menos, la cancillería venezolana atinó avisar que no reconoce la autoridad ni el derecho de ventilar el caso de ese Tribunal de La Haya, lo que podría dar un temporal respiro a una Venezuela sumida en su peor hora.
Repito: estamos hablando de los daños que son irreparables. Es preciso catalogar cada daño: lo que tiene vida y renace, frente a lo que se pierde para siempre. Cuando a Napoleon le reprochaban el número de soldados muertos en sus guerras, su cínica respuesta solía ser “no hay pérdida que los franceses no puedan remediar con una noche de amor”, Horrible, imperdonable – todo lo que quieran, pero fue cierto. La época post napoleónica fue en Francia de súbita prosperidad. Por lo tanto, hay que separar y tratar aparte lo que en el transcurso histórico de la nación es una pérdida definitiva y entonces, es preciso darle la más absoluta prioridad.
Según el Fondo Monetario Internacional la inflación en Venezuela podría superar 1.000.000% este año. Las agencias internacionales afirman al unísono que 2,3 millones de venezolanos, 7,5% de la población de 30,6 millones, viven en el exterior, de los cuales 1,6 millones migraron desde 2015. En los mercados, carne no hay, pollo muy poco y lo demás es un paso doble bailando entre escasez y precios. Tarde o temprano, todo tendrá remedio – algunos refugiados lograrán instalarse en otra tierra, la mayoría regresará a una Venezuela democrática para reconstruirla. Las megainflaciones no duran toda la vida, la escasez en un país liberado – tampoco. Los muertos serán llorados, los enfermos buscarán cura.
Lo que no regresará es la bonanza petrolera – en el siglo XX los venezolanos tardaron seis décadas para poder decir “el petróleo es nuestro”. En seis otras décadas, la humanidad habrá sustituido el petróleo. Queda el asunto del territorio, que para Venezuela es el Esequibo, y esa pérdida, si no se cuida ahora, será para siempre.
Si ante esa amenaza de pérdida territorial los venezolanos – todos – no aprenden a unirse, si la oposición se mantiene dividida, si el gobierno no entiende de alternabilidad en el poder, – un país que estaba en situación óptima en la boca del Orinoco y de cara al Atlántico, ya no será sino una república que por falta de unión, habrá perdido su gran oportunidad, tanto geográfica como petrolera.