Por Francisco Poleo
La frontera colombo-venezolana está caliente, y el chavismo sabe desde el 2002 qué hacer.
Desde que llegó Iván Duque al poder en Colombia, Washington sabe que tiene un seguro de vida para frenar a la dictadura venezolana. ¿Por qué la quiere frenar? Repitamos el mantra de los halcones, grupo que ahora manda en la Casa Blanca tras haber desplazado a los petroleros del establishment: la banda que se sienta sobre las mayores reservas petroleras del mundo participa en el narcotráfico cuyos dólares no solo contaminan el sistema financiero de Estados Unidos sino que abre rutas que aprovecha el terrorismo. Súmenle a eso la crisis migratoria que se ha desatado en la región y en el norte consideran que está listo el cóctel molotov. Es un tema de seguridad nacional, y con eso no hay medias tintas. Repetimos, así piensan los halcones.
Como hemos dicho en otras oportunidades, para que el cuadro fuera perfecto Estados Unidos necesitaba deslegitimar a Maduro como presidente, trampa hacia la que el ahora dictador caminó él sólo al hacerse un traje electoral fraudulento a la medida el pasado 20 de mayo.
La posibilidad de una operación militar en Venezuela ya es discutida sin pudor, para alarma de la izquierda regional. La cúspide fue cuando Luis Almagro, secretario general de la OEA, dijo desde Cúcuta, donde los refugiados venezolanos están en condiciones paupérrimas pero mejores que en Venezuela, que no descartaba este extremo para evitar un genocidio a lo Ruanda. Saltó el Grupo de Lima. ¿La mano que mece la cuna? José Luis Rodríguez Zapatero, el ex presidente español que opera a favor del Foro de Sao Paulo. Esa trastada la detallamos en otro informe.
La frontera caliente
Lo curioso del comunicado del Grupo de Lima no es el contenido en sí mismo sino una ausencia en particular entre los firmantes: la del gobierno de Duque. No podía ser de otra manera, siendo Colombia la más afectada por la crisis migratoria venezolana y cuyos presupuestos nacionales se han visto trastocados por la masiva llegada de refugiados desde el otro lado de la frontera. Eso sin contar que la desmovilización de la guerrilla no lo es tal pues siguen operando plácidamente en Venezuela.
Tras la no firma, el senador estadounidense Marco Rubio, el que tiene la oreja de Trump en el caso Venezuela, recalcó que hay que prestarle toda la ayuda posible a Colombia para afrontar la crisis migratoria y reforzar la frontera ante las amenazas regionales. Pari passu, salió publicada una entrevista en el periódico El Tiempo del embajador de EE.UU. en Bogotá, quien aseguró en la misma que los colombianos pueden dar por descontada la ayuda de su país en un eventual conflicto con el régimen venezolano. Luego, la cancillería neogranadina sacó un comunicado protestando la reiterada violación a su soberanía por parte de Venezuela.
Francisco «Pacho» Santos, el nuevo embajador de Colombia ante Estados Unidos, declaró en su primer día en su nuevo cargo que todas las opciones deben ser consideradas a la hora de resolver el conflicto y respaldó la posición de Almagro.
El plan venezolano
Desde tan lejos como el 2002, Venezuela tiene un dispositivo montado por si ocurre una invasión al territorio nacional. No se trata de un ejercicio militar sino de la vieja estrategia de arrasar con lo más codiciado por el enemigo. En la antigüedad se quemaban los campos de trigo, en la actualidad se queman los pozos petroleros, con lo cual el régimen siempre ha tenido claro que su proyecto no es pro-venezolano sino anti-americano.
El gobierno de Hugo Chávez tenía codificada a esta operación como «tierra arrasada». Un grupo de funcionarios policiales y militares denunciaron la existencia de este dispositivo, por lo cual le cambiaron el nombre al «plan cien fuegos», en clara reminiscencia a la localidad cubana de ese nombre y a lo que pretendían hacer, ya no contra los pozos petroleros sino contra todo, incluyendo personas.
El temor de Estados Unidos a un dispositivo de este tipo es real, y Venezuela lo sabe. Repetir un Irak o una Libia es una pesadilla para la Casa Blanca, por lo que no se atreven a dar el paso por la posibilidad de la inestabilidad posterior. Si se cumple la guerra asimétrica, vieja amenaza del chavismo, y aparte no hay unidad en la oposición para gobernar, se desataría el caos.