Por Elizabeth Burgos.
La escena ha sido la personificación del género grotesco y no hubo un solo medio en Francia – televisión, radio y prensa – que no publicara el video o no le dedicara un espacio escrito, a la escandalosa cena de la pareja presidencial venezolana en el restaurante Salt Bae de Estambul, del famosos chef turco Nusret Gökçe. Una campaña internacional de los sectores de oposición jamás hubiese tenido semejante impacto.
Las secuencias del chef turco, de figura andrógina, haciendo gala de su célebre destreza en el arte del corte de la carne, hendiendo el costillar que se apresta a engullir la pareja presidencial para saciar el desmedido apetito del presidente, coinciden con las del éxodo de las víctimas de la penuria que sufre Venezuela que se han hecho cotidianas en los medios internacionales. No hay día en que los noticieros no difundan en las pantallas las filas de venezolanos llevando a cuestas niños, valijas, algunos descalzos, hasta en sillas de rueda, huyendo del hambre. Ya hay equipos de televisión internacionales a todo lo largo de la Cordillera de los Andes cubriendo el éxodo venezolano.
La cena de Estambul ejemplifica la versión petrolera del castrismo, practicada por advenedizos voraces de riqueza. Muchos opinan que Venezuela nunca será como la Cuba castrista, incluso lo afirman todavía hoy. Y es cierto. Cada país anexado a la Unión Soviética, produjo un comunismo marcado por su historia y sus diferencias culturales. Un ejemplo, el comunismo yugoeslavo, o el húngaro. Sin embargo, existen elementos en común inherentes al sistema, que constituyen la característica que los une: el acaparamiento de las instituciones, el control policial de toda la población, y la creación de una casta que goza de todos los privilegios, unidos por la complicidad de la corrupción.
La corrupción es la estructura centralizadora del modelo de poder de los regímenes producto del post comunismo soviético, reemplazando el internacionalismo proletario, aspecto en el que la Venezuela chavista se ha ganado un sitial de excelencia. La privación inherente al socialismo, dio paso a la voracidad de la posesión, de allí que la corrupción se haya convertido en el punto nodal de la versión post comunista de la “solidaridad internacional”. La producción de cocaína permite que América Latina entre como actor ineludible en la nueva estructura geopolítica de la nueva versión del internacionalismo proletario. La alianza del chavismo con las FARC, le otorgaron un sitial de excepción, al convertirse en puerto privilegiado de la exportación de la cocaína.
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Los que fueron los dos centros mayores de la ideología del comunismo, Rusia y China, no es casual que sean hoy las dos potencias más dinámicas en política internacional. El comunismo sabe instrumentalizar el poder. Los cargos vitalicios les brindan la ventaja de poseer el conocimiento profundo del contexto. Las democracias renuevan el personal con cada cambio de gobierno y estos deben emprender el aprendizaje del nuevo contexto. La hasta ahora primera gran potencia, EEUU, a través de su presidente, expresa una metamorfosis sorprendente, adoptando la posición de la víctima a la defensiva ante la China y la UE. El discurso de Trump recuerda a los de Fidel Castro y Hugo Chávez quejándose ante el imperio. Por supuesto, que me refiero a la expresión discursiva y no a la realidad, que, por supuesto, es otra.
La singularidad de Venezuela, de allí la dificultad de comprender el conflicto que la aqueja, es que pasó de un régimen ejemplar de democracia representativa, a un régimen de modelo post comunista con rasgos similares al ruso de Putin, y al de algunos países que antiguamente formaron parte de la URSS. Pasó sin transición, de la democracia al post comunismo. El mediador en este seísmo ideológico/institucional, se realizó bajo la influencia de Fidel Castro; siendo Hugo Chávez el ejecutor en el plano nacional. (Cuba, por supuesto, ha desechado plegarse al post comunismo manteniéndose fiel al dogma que le ha permitido el poder vitalicio). Es su único y verdadero poder: la técnica perfecta del manejo del poder, su situación geográfica y su arte de intermediaria entre potencias de regímenes afines.
Sin embargo, el castrismo que se instaura en Venezuela, es el modelo del castrismo tardío. El castrismo de un Fidel Castro enfermo y con prisa de dejar encaminado su proyecto de castrismo continental. No es el rigorismo castrista practicado por Ernesto Guevara de la primera época. Es el castrismo “adaptado a los tiempos” – “siempre hemos sabido adaptarnos a los tiempos”, dixit Fidel Castro”.
Es el castrismo privado de los subsidios de Moscú, soportó el Periodo Especial; es el castrismo cínico que se ve obligado a alquilar sus puertos y aeropuertos a Pablo Escobar para la distribución de la droga y así paliar el vacío dejado por la URSS. Es el castrismo que se alía con “el mulato musical”, – apodo despectivo que le dio Fidel Castro a Chávez -, que le permite salir del período especial. Un dato poco conocido: ya en la época de CAP, Venezuela participaba en la manutención del régimen cubano. El Banco Central de Venezuela, entonces dirigido por Pablo Tinoco, cubría la deuda cubana a las empresas venezolanas que exportaban mercancía a Cuba. Porque el castrismo nunca salda sus deudas.
La escena de Estambul es del más representativo y acabado ejemplo del castrismo tardío. El imaginario de los combatientes barbudos con perfil de hidalgo español, vestidos de uniforme verde olivo, tomó en la Venezuela petrolera la figura estética del género grotesco. El grotesco representa pinturas o esculturas de figuras exageradas, – humanas y de animales -, o seres quiméricos, caricaturales, a veces de humanos metamorfoseados en animal. La escena del banquete de Estambul, es una personificación excepcional del género grotesco. La espesa silueta de Maduro, que manifiestamente se ha ido ensanchando a medida que aumenta el hambre de los venezolanos, es una figura perfecta de lo grotesco, que expresa la voracidad de su apetito.
Lo grotesco puede ser también un gesto como el de la gruesa mano al acercarse a asir el habano, revelando también el grosor exagerado del reloj de oro que le ciñe la muñeca. El habano que no sabe fumar, revelando su condición de advenedizo de la cultura cubana y es allí, precisamente, cuando la figura grotesca se convierte en caricatura. La torpeza de los movimientos del gigante demasiado cargado de grasa, del advenedizo para quien el poder es un goce sensual que puede permitirse porque dispone del apoyo de los profesionales que le garantizan el mantenimiento en el poder. El poder real; el de los expertos cubanos que obran detrás del trono y se encargan del mantenimiento en su sitio del gigante glotón y hambriento permanente. Se debe dar a Dios lo que es de dios y a César lo que es del César.
Fidel Castro, ni Ernesto Guevara, ni Raúl Castro, se les vio jamás en un restaurante á la mode frecuentado por le jet, gozando de las “mieles del poder”. No pretendo decir que viven como el común de los cubanos. Al contrario, la nomenclatura cubana goza de inmensos privilegios que escasamente pocos miembros de la alta burguesía internacional posee. Pero nunca se han dejado ver posando de advenedizos del poder, violando la compostura de su rango. Ernesto Guevara sancionó a uno de sus guardaespaldas por haberle servido un plato de carne un día de veda de ese alimento.
En Venezuela, la nomenclatura chavista, cuya característica física es el espesor adiposo del vientre, luce camisetas rojas con la efigie del Che Guevara. La nueva élite venezolana abolió el manierismo de la precedente que practicaba los códigos de la buena educación del manual de Carreño, los símbolos, el arte de ser culto, e impuso el arte de lo grotesco, igualando así el culto de lo barroco: eminentemente cubano. Sí, la nueva elite de Venezuela puede volverse la sede de la Cuba del post comunismo.