Por.- Alfredo Michelena
Lo que comenzó por una guerra de tarifas de importación sigue escalando a una guerra económica que quizás se transmute en una nueva Guerra Fría y Venezuela está en el centro de ella. Por esto nuestra vuelta a la democracia no es solo un asunto doméstico, ni siquiera regional, – es un asunto de geopolítica global.
“America First”
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, ha sido para el ámbito internacional un cambio drástico. El magnate inmobiliario llegó con su eslogan “América Primero”, el cual no solo usó en su discurso inaugural, sino que es el leitmotiv de su política internacional.
Siguiendo al fallecido profesor de Harvard Samuel Huntington cuyo libro “Choque de Civilizaciones” ha sido durante años el manual internacional de la política global, Trump representa una vuelta al nacionalismo en respuesta al «cosmopolitismo y al imperialismo que intentan reducir o eliminar las diferencias sociales, políticas y culturales entre EE.UU. y otras sociedades» y que se han venido expresando en la política internacional de los partidos demócrata y republicano respectivamente. En este sentido Trump le ha dado vuelta a la política de cooperación internacional antes desarrollada.
Stewart M. Patrick, del “Council on Foreign Relations”, presagiaba “una ruptura con más de siete décadas de compromiso mundial de EE.UU. que data del final de la Segunda Guerra Mundial, así como una ruptura con los valores estadounidenses más antiguos. Apuntan a un nuevo rol global de EE. UU. que es más insular, transaccional y estrechamente orientado a los intereses”. Y hasta cierto punto así ha sucedido.
La guerra de las tarifas
Como sabemos, Donald Trump sacó a EE.UU. del Acuerdo de París sobre el calentamiento global, no entró en el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, repudió el Acuerdo con Irán y forzó una renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, entre otras cosas. Con la promesa de defender el empleo, comenzó a imponer tarifas de importación a sus principales socios como México, Canadá y la Unión Europea, empezando con las del acero (25%) y aluminio (10%). México y Canadá implementaron represalias y los europeos recurrieron a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En abril de este año, las primeras denuncias ante la OMC las realizaron China, India, Canadá, México y Noruega. El argumento de EE.UU. es que esto no aplica, pues son alzas amparadas por consideraciones de seguridad nacional. El asunto es que esta guerra de tarifas ha escalado. El ejemplo más evidente es el contrapunteo entre China y los EE.UU.
Este año se inicia la guerra. En marzo los EE.UU. imponen aranceles de 25% a 1.300 productos que sumarían US$ 60.000 millones y limitan las inversiones en empresas estadounidenses. Trump argumentó un déficit de US$ 375.000 millones con China, “el mayor de la historia de la humanidad” y agregó que el “robo de tecnología” ha permitido al gigante asiático procurar su hegemonía mundial.
China pidió rectificación pero luego en abril aplicó tarifas en represalia y fijó unos aranceles adicionales de hasta un 25 % a 128 productos estadounidenses, incluyendo carne de cerdo congelada, vinos y ciertas frutas y nueces. En mayo en su visita a Washington, el presidente de China y secretario general del Partido Comunista de ese país, Xi Jinping, se comprometió a comprar más productos norteamericanos para reducir el déficit. En aquel momento el secretario norteamericano del Tesoro, Steven Mnuchin, anunció que la guerra se ponía “en pausa”. Pero otra cosa pensaba Trump e impuso un arancel de 25% a un conjunto de bienes chinos considerados de «tecnología industrialmente significativa» que se estimaron en US$50 millardos y se anunciaron restricciones para que los chinos adquiriesen tecnología de los EE. UU.
China anunció entonces nuevas retaliaciones y aseguró que EE.UU. había iniciado una “guerra comercial”.
Rusia entra en la guerra
Y así la “guerra comercial” ha ido escalando. Recientemente, Trump anunció aranceles en el orden de US$200 millardos y China respondió con los suyos sobre 5.000 productos por un valor de US$60 millardos. Esto va a afectar al consumidor estadounidense, pues se estima que la mitad de los productos que se importan de China sufrirán algún tipo de aumento de precios.
El gobierno chino en un reciente informe señaló que EE.UU. es una amenaza para el sistema de libre comercio mundial. Y que bajo la premisa de «America First” Trump «ha abandonado las normas fundamentales del respeto mutuo y las consultas igualitarias que guían las relaciones internacionales». Pero también los rusos se unieron a esta refriega y anuncian tarifas del 25% al 40% a la importación de productos norteamericanos, además de llevar el asunto de las tarifas del acero a la OMC.
Varios analistas señalan que esta guerra comercial está acercando a Rusia con China. Recientemente, el presidente Xi Jinping se reunió con el de Rusia, Vladímir Putin, en Vladivostok, en el Foro de Economía Oriental.
El Jefe de Operaciones Internacionales del segundo banco ruso, el VTB, declaraba recientemente que la mayor razón para su reciente expansión hacia China son las excelentes relaciones entre esos dos países y las malas relaciones con occidente. E informó que han bajado sus operaciones en Europa y EE.UU. Adicionalmente señalaba: “Durante meses, hemos instado a China a cambiar estas prácticas desleales y brindar un trato justo y recíproco a las empresas estadounidenses”. Por su parte, Rusia ha invertido desde 2013 US$ 7 millardos en compras y fusiones.
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¡A las armas¡
El asunto se complicó con el tema de las armas de guerra. Pues la administración Trump ha impuesto nuevas sanciones a China por la compra de artefactos militares. El país asiático compró a Rusia 10 aviones de combate SU-35 en 2017 y equipos relacionados con el sistema de misiles tierra-aire S-400 en 2018. El Departamento de Estado anunció la imposición de sanciones al Departamento de Desarrollo de Equipos, institución china responsable de armas y equipos militares, y a su director, Li Shangfu, por participar en «transacciones significativas» con Rosoboronexport, el principal exportador de armas ruso. Esto bajo la Ley para Contrarrestar a Adversarios de Estados Unidos mediante Sanciones (CAATSA), que establece la prohibición de entrar en EE.UU o de operar en su sistema financiero, incluyendo solicitar licencias de exportación.
China mostró su indignación por la medida y pidió se corrigiera este “error, de lo contrario, el lado estadounidense necesariamente tendrá la responsabilidad de las consecuencias».
Estos anuncios coincidieron con un ejercicio militar conjunto entre Rusia y China que movilizó a 300.000 soldados. Fue el mayor desde la Guerra Fría. Lo que se ha interpretado como un mensaje del Kremlin que señala a EE.UU. como su potencial enemigo y a China como su aliado.
¿ Una nueva Guerra Fría?
Para el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, estas medidas se orientan a marginar comercialmente al “principal super competidor”: China. Para el investigador y politólogo ruso Serguéi Karagánov, este enfrentamiento se diferencia de la Guerra Fría del pasado en que “primero, (esta “guerra”) es más aguda y peligrosa. Segundo, es más bien ‘unilateral’ y está llevada casi exclusivamente por EEUU y ciertos países occidentales. Tercero, carece de una rivalidad ideológica, o sea, de una rivalidad ideológica externa».
Pero es que en el fondo, todo vuelve al control geopolítico del mundo, que enfrenta a los mismos rivales del pasado. Que Rusia aparezca descarnada de una ideología comunista, no implica que esa ideología no gravite en este conflicto pues allí está China comunista y esta ideología también se muestra en otros aliados en este reacomodo mundial, en especial en nuestra región con el Foro de San Pablo (FSP).
Para muchos no estamos hablando de Guerra Fría, sin embargo las características de la misma siguen sobre la mesa, por ahora sin la amenaza de una guerra nuclear, pero si está la intensificación de las guerras subsidiarias o proxy, muchas de las cuales no serán necesariamente armadas pero sí políticas, como postula el Foro de San Pablo y todas se inscribirán en el marco de una lucha por el control geopolítico del mundo en medio de una rivalidad cada vez más descarnada.
En Latinoamérica y en particular en Venezuela esto está muy claro cuando vemos que los aliados del régimen de Maduro son los que se enfrentan a los norteamericanos y entre ellos está el liderazgo de Cuba que articula el FSP.
Guerra Fría tropical
Aquí la expansión de los imperios chino y ruso está muy ligada a lo ideológico, pero también a la necesidad de su expansión económica.
El caso chino es evidente. Latinoamérica es ahora parte de su estrategia global, una “extensión natural» y «un participante indispensable» de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, programa de expansión global de China en el mundo.
En todo caso, ambos son imperios retan a los EE.UU. en Latinoamérica. Muchos de los países que se alinean con ellos no solo asumen una posición antinorteamericana, sino que están vinculados con la ideología socialista/comunista, que restringe las libertades y viola los derechos humanos – caso del Foro de San Pablo. Trump, a diferencia de Obama, entiende esto y procura darle un contenido ideológico al problema. Y como en el pasado, para él es la lucha entre el comunismo/socialismo contra el libre mercado y la democracia, tal como lo señaló ante Naciones Unidas.
La Venezuela chavista se ha alineado con el bando de los chinos, rusos, iraníes, cubanos, terrorismo islamismo y otros países antinorteamericanos, prochinos y pro-rusos. Por esto y por las potencialidades económicas de nuestro país, en Latinoamérica esta lucha gira alrededor de Venezuela, por lo que la vuelta a la democracia en nuestro país no sólo es un asunto doméstico, ni siquiera regional, es un asunto de geopolítica global. Que la guerra comercial nos lleve a una II Guerra Fría es más que posible.