Por Francisco Poleo
La intervención de la comunidad internacional democrática en Venezuela es un hecho en desarrollo. Si en el camino de ese esfuerzo se atraviesa una solución militar está por verse, pero lo cierto es que todos los caminos apuntan a la fuerza para remover a la banda que opera desde el Palacio de Miraflores una red internacional de narcotráfico, terrorismo y lavado de dinero, salvo que se logre una negociación a última hora para que algunos delincuentes salven su pellejo.
Como en todo en la vida, hablar en términos absolutos es irresponsable. Una solución a la fuerza puede ser de distintos tipos, la más complicada de ellas una invasión tradicional. El profesor Víctor Mejías explicó por qué en informe publicado en El Tiempo, pero podemos resumirlo en el hecho de que el régimen venezolano cuenta con un sistema defensivo anti-aéreo con tecnología de punta rusa. Según el académico, no se trataría de la chatarra que suele vender Vladimir Putin al chavo-madurismo sino del mismo tipo que utiliza Rusia para defenderse de cualquier misil de la OTAN.
Es decir, el régimen encabezado por Nicolás Maduro no tiene poder de fuego pero sí de defensa.
La opción preferida en Washington
Ante esto, toma preeminencia la opción que más trabaja Estados Unidos. Ya The New York Times reveló que el gobierno de Donald Trump se había reunido con militares venezolanos en activo para escuchar sus planes de derrocar a la dictadura mediante un golpe de Estado. El presidente estadounidense es muy aficionado a atacar al mayor periódico de su país cada vez que éste reporta los intríngulis internos de la Casa Blanca. Lejos de eso, Trump prácticamente confirmó la primicia al asegurar en la ONU, con su par colombiano Iván Duque al lado, que la mejor salida para la crisis es que la misma Fuerza Armada Nacional venezolana tome cartas en el asunto a cambio del perdón de los pecados cometidos durante veinte años de pillaje.
Luego vino la amenaza disfrazada de sorna. Trump recordó que los militares criollos habían salido corriendo con la explosión de un drone, al momento que le preguntaba al general John Kelly si los marines estadounidenses se comportarían de esa manera en una situación similar. El ex jefe del Comando Sur le respondió que los marines no saben correr. No hace falta explicar mucho más: Estados Unidos prefiere evitar un conflicto armado, pero está dispuesto a forzar la mano de Maduro.
Un problema de gobernabilidad
Las aventuras bélicas de Estados Unidos en el siglo XXI no han terminado bien. Los norteamericanos solidificaron su poderío global gracias a su capacidad industrial y militar, pero esto se ha visto disminuido recientemente tanto con la contratación de mano de obra barata china como con las operaciones en Afganistán, Irak y Libia. Derrocar a un dictador no es difícil. Talibanes, Hussein y Gadafi salieron a los pocos días. El día después, como hemos reportado en otras oportunidades, es lo que obsesiona a Washington porque es donde todo se complica.
Si bien Venezuela no tiene problemas tribales como Irak o Libia, cuenta con el cáncer de grupos armados que son un poder dentro del poder. El problema para fuerzas de ocupación extranjera no serán ni los componentes militares tradicionales ni la Milicia. Guerrilla colombiana, garimpeiros, colectivos paramilitares, megabandas criminales y hasta el terrorismo islámico son realidades que conviven amparadas por el régimen actual mediante pactos de corte mafioso. Al alterarse ese acuerdo criminal, nadie sabe hasta qué punto puede desbordarse la anarquía, profundizando, entre otras cosas, la crisis migratoria.
Para atajar esa previsible crisis de gobernabilidad, hace falta que se instale un gobierno fuerte con apoyo internacional. La única manera de que sea un gobierno fuerte es que sea de carácter unitario. Ninguna facción democrática tiene el suficiente apoyo interno para aplicar un paquete de medidas políticas y económicas necesarias pero sumamente odiosas para el pueblo raso que está hambreado y enfermo. Si a Macri le está costando enderezar el rumbo en Argentina por el desastre dejado por los Kirchner, imagínense en Venezuela.
Vender la moto de que cualquier presidente podrá gobernar a la Venezuela post-dictadura solamente con el apoyo extranjero es irresponsable. A ese respaldo externo se le deben sumar las distintas estructuras partidistas. Solo respetando los espacios de todos los signos políticos se podrá establecer un sistema democrático, porque rescatar la democracia venezolana no se trata de cambiar a un Gobierno por otro. Tampoco de depurar un Estado. Se trata de reconstruir el tejido social de una Nación cuyos principios y valores se han descompuesto en veinte años de delincuencia gubernamental. La fractura no es política sino social.
La «propuesta Lacava»
El chavo-madurismo ve cerca el quiebre. Los jefes del ala militar saben que están condenados porque los grandes poderes occidentales no perdonan los delitos por narcotráfico y terrorismo. Sin embargo, el ala civil todavía tiene margen de maniobra, y es por ello que tira cabos a Washington. Proponen la salida de unas elecciones generales para una transición ordenada en las cuales se les respeten sus espacios. Ante esto, la oposición venezolana no debe equivocarse: a Estados Unidos solo le interesa su seguridad nacional y la estabilidad para los negocios. Si la «propuesta Lacava» asegura esto, la oposición democrática corre serio peligro de quedar fuera de la foto.
Recuerden que Kim Jong Un pasó de ser objeto de burla para Trump -«el hombre cohete»- a ser objeto de amor -«nos enamoramos».