Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
***En vida, el hermano Tomás Ripp se caracterizó por tener una vocación de entrega a la oración, el trabajo y el compartir con sus hermanos.
En la fiesta de la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, 6 de agosto, la misma en la que murió hace 40 años el Papa Pablo VI, pasó a la casa del Padre el hermano cisterciense del Monasterio Nuestra Señora de los Andes, Tomás Ripp. Fue uno de los fundadores de la vida trapense en Venezuela, cuando llegaron por vez primera procedentes de la Abadía de Conyers, Georgia, en 1987.
Siento una gran admiración por hombres como él, quien a los sesenta años de edad, decidió hacerse monje en Venezuela. Llama la atención que un norteamericano, de quienes tenemos la idea de ser gente de un cómodo bienestar, lleve una vida tan austera, sencillas, desprendida y con ánimo siempre sonriente, siguiendo la regla de San Bernardo. A pesar de las vicisitudes vividas estos años, en los que la inseguridad y los asaltos se han hecho presentes hasta en los monasterios, que el hermano Tomás no haya manifestado el deseo de regresar a su patria. Con muchos años encima, casi noventa, fue maniatado y tirado al piso, inmovilizado sin ninguna necesidad porque sus fuerzas eran escasas, es un ejemplo de la barbarie de la delincuencia desatada.
Cada vez que visité el monasterio, o las ocasiones en las que venía a Mérida, su sola presencia trasmitía una paz y serenidad contagiosa. Era el fruto de una vocación de entrega a la oración, el trabajo, la disponibilidad y el compartir con sus hermanos y con los visitantes. El hermano Tomás había nacido el 28 de diciembre de 1927 en el estado de Wisconsin, USA. Contaba, pues, en el momento de su muerte con 90 años y medio de vida. El 30 de agosto de 1949 ingresó en la vida trapense en la Abadía del Espíritu Santo de Conyers donde vivió hasta su traslado a Venezuela. Hizo profesión solemne el 25 de marzo de 1955.
Caracterizado por su sencillez, humildad y fidelidad, se desempeñó como hospedero y tesorero de la comunidad en su primera ubicación en La Azulita. En Estanques continuó por algún tiempo con las mismas responsabilidades y encargado de la despensa hasta que la edad lo obligó a pasar a la enfermería. Participaba en todos los actos comunitarios, ayudado por los suyos dada su fragilidad. Fue un verdadero monje en su laboriosidad, silencio, amabilidad y caridad, muy querido por la comunidad monástica y por los empleados y vecinos, quienes asistieron al funeral. La misa exequial fue presidida por Mons. Luis Enrique Rojas, Obispo Auxiliar, en ausencia de quien escribe estas líneas, con la participación de tres sacerdotes de la arquidiócesis como expresión de comunión integral entre el monasterio y la iglesia particular de Mérida.
Sus restos reposan en el sencillo cementerio del Monasterio, como lámpara encendida para ejemplo y seguimiento de quienes buscan con trasparencia y alegría el valor de la gracia, de la entrega y el servicio a los más necesitados desde el singular carisma cisterciense que deseamos se multiplique para bien de todos. Descanse en paz, Hermano Tomás y gracias por su vida.