Convencidos de que en uno o dos años la presión internacional llevará a unas elecciones razonablemente limpias, los tres grandes ejes del sector democrático están en plena campaña para enfrentar a un narco-madurismo atrincherado en su dinero y su violencia.
Izquierda, centro y derecha, los tres grandes segmentos en los cuales, digan lo que digan, se divide la política en cualquier país y en cualquier momento de la Historia, están activos para la atípica campaña electoral venezolana, esfuerzo dirigido a unas elecciones que quienes saben de eso colocan entre 2019 y 2020. Cierto que la clasificación es odiosa. Nadie quiere ser de derechas cuando a los ricos se les alborota la codicia ni de izquierdas cuando los pobres caen en su periódico vicio de entregarse en brazos de cualquier sociópata. Pero a la hora de la verdad no se encuentra mejor manera de clasificar la inclinación política según los intereses que defiende cada ciudadano. Y los intereses son, siempre, a la hora de la verdad, lo que cuenta.
Campaña ésta como ninguna otra en la memoria electoral del planeta, porque se desarrolla en plena dictadura y esa dictadura no ha dicho que acepta permitir unas elecciones limpias. Sigue siendo un régimen salvaje que arroja por la ventana del piso 10 de la policía política a los disidentes y ha logrado el milagro inverso de postrar por hambre lo que antier nomás recibió como la economía más próspera de la región.
La razón por la cual los partidos están en campaña electoral cuando no hay aparente posibilidad de elecciones es que en este caso las apariencias engañan. Venezuela está muy cerca de unas elecciones razonablemente limpias en un plazo que puede ser de un año o de dos, según se imponga, en el primer caso, la presión de los determinantes intereses corporativos que en esta fase de la Historia dominan el planeta, o en el segundo la resistencia que a esa presión oponen los forajidos que mantienen secuestrada a Venezuela, quienes solicitan plazo razonable para negociar una salida que les garantice una impunidad lo bastante amplia como para disfrutar con relativa comodidad lo que han pillado: sumas que por cierto escapan a la capacidad de percepción incluso de expertos financieros de la antigua generación, aquella que ponderando la escala y adoptando una calificación debida a uno de los pocos buenos administradores que hemos tenido, suelo llamar “de los robagallinas”.
A los dos partidos políticos propiamente dichos que hacen oposición al régimen, la faena electoral no les toma por sorpresa. Acción Democrática, después de probar fuerzas en las elecciones parlamentarias de 2015 y manejando con destreza la primera legislatura de esta era, se dejó de tonterías y renunció a lo efectista en beneficio de lo efectivo. Se entregó a la organización del sentimiento adeco subyacente en la pasta política del venezolano y hoy AD está viva y activa, en plena capacidad para operar en cada circunscripción electoral. Del otro lado de la raya, frente al centro izquierda que AD representa, para completar la que sería una saludable dicotomía democrática se ha posicionado Primero Justicia como alternativa válida, atractiva para el vasto electorado que quiere algo que sea distinto y no huela a izquierda. PJ es el partido heredero de Copei en el rol de contrafigura del adequismo acérrimo que, como la mala yerba según sus enemigos, no se muere y además retoña. Con un liderazgo bicéfalo –el de Julio Borges y Henrique Capriles-, no las tienen todas consigo los justicieros en esta coyuntura. Todo ciudadano iniciado en la compleja mecánica del sistema democrático, en el cual lo que mejor ha funcionado es una dicotomía real y conviviente de dos partidos que representen intereses distintos más no irreconciliables, ha de preferir que PJ logre el equilibrio armónico que ahora mismo le falta.
La democracia no es monedita de oro, no vayan a creer. Hay quien prefiere matizarla. Bien está para éstos un régimen de igualdad, siempre que en él unos sean más iguales que otros. Esa idea de una democracia de aristocrática elegancia encarnó en la cultura hispánica mejor que en cualquier otra, allá en los años de entre guerra, en la galante figura de José Antonio Primo de Rivera, hijo de un general que ejerció la dictadura con relativa suavidad, si se le compara. Asesinado por uno de los primeros fusilamientos perpetrados en la Guerra Civil Española, José Antonio mitificado se convirtió para la derecha de cultura hispánica lo que Federico (García Lorca) es para la izquierda: un modelo a imitar. Cada tanto aparece un Toñito o un Federiquín.
La ola feminista que nos cubre con su cálida espuma –todo lo que huela a mujer sea bienvenido- ha recomendado que en la Venezuela post-chavista José Antonio tenga rostro de mujer. De modo que tenemos un José Antonio que no es un, sino una, y viste no falda pero sí un blue jean. Provoca ayudarla y a fe que lo hemos hecho. Vean si no ediciones de El Nuevo País y sobre todo Zeta desde que María Corina se puso el jean que les digo. En los últimos días, este cronista tuvo que amarrarle la cara, aunque siempre de manera indirecta, no tanto a ella cuanto al delincuente financiero que pretende usarla para que no le obliguen a devolver lo que robó a la nación venezolana. Era necesario enfrentar –y volveríamos a hacerlo, ya no con bala pajarera- la estrategia que un equipo mercenario de pretendidos expertos recomendó a eso que he bautizado (copyright) como maricorinismo, consistente en acreditarse desacreditando a los demás productos presentes en el mercado electoral, a saber: Henry Ramos Allup, Leopoldo López, Henrique Capriles y Julio Borges, por ahora. Una obscena campaña de mentiras, como la de que un hijo de Ramos Allup estaba demandado en Miami por guisar con el régimen, operó con la sincronía propia del más crudo profesionalismo. Lástima que Enrique Aristeguieta Gramcko, un caballero, repitiera esa mentira y no presentara excusas cuando se demostró que no había tal hijo de Henry. Y más lástima aún que la señora Machado, tan decente ella, no se pronuncie contra ese modo de hacer política insultando, que nos divide a los venezolanos en el momento justo en que la unidad se ha vuelto indispensable.
Estas tres son las columnas del trípode electoral opositor. Es de suponer que en torno a cada una de ellas se irá enrollando la trepadora correspondiente, sea por afinidad, o por necesidad, o por despiste. Van a por una torta horneada con el 80 por ciento de los votos. Si al trípode le crecen más patas habrá problemas, porque al frente hay un chavo-madurismo unido por ese poderoso aglutinante que es el miedo. La estrategia, y no puede ser otra, del régimen, está en la división de los opositores. Que los insultos suban hasta que el odio hierva y la reconciliación se torne imposible, es la esperanza de Maduro y Cabello.
Derecho tiene el lector a preguntarse si acaso el elector de oposición tendrá nada más estas opciones. No lo sabemos. La de Leopoldo López se atascó por obra de quien, estúpido o canalla, le convenció de entregarse a unos malvados. Antonio Ledezma y Andrés Velásquez son plumas de garza en el sombrero de la señora Machado. (Por cierto, Andrés… ¿dónde estaban tus bravos proletarios cuando a la señora la maltrataron en Upata?).
Por otra parte y como buena nota, sépase que la socialdemocracia se reúne cada semana a limar diferencias, mientras la derecha está, como les digo, afectada por indefinición del liderazgo. En cuanto al maricorinismo, para ser un partido necesita algo más que insultadores profesionales, patiquines frustrados y golpes publicitarios.