Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
***En el sacerdote de origen italiano Romano Guardini tenemos a un pionero que valoró la mística y la oración al mismo tiempo que la religiosidad popular, porque estaba consciente de la importancia de la multiculturalidad.
Gracias a mis profesores salmantinos egresados de universidades germanas, abiertos a los nuevos aires del Concilio Vaticano II que invitaban a compartir vida interior y realidad circundante, se nos invitaba a leer las obras de un sacerdote de origen italiano, nacido en Verona en 1885, quien había hecho toda su vida de estudiante, catedrático, prolífico escritor, conferencista y sacerdote, en Alemania. Su nombre Romano Guardini, quien falleció en Munich el 30 de septiembre de 1968, hace cincuenta años, y en dicha ciudad le rinden homenaje a uno de sus más ilustres profesores universitarios. Se cuenta que era tal la amenidad a la vez que profundidad y relación con la vida cotidiana, ya que sabía relacionar, contrastar y proyectar lo trascendente con la cultura, lo que despertaba celos en sus colegas que se quedaban sin oyentes en sus clases cuando coincidían con las del egregio profesor.
Guardini no solo fue un hombre de su época, sino que intuyó la necesidad de indagar nuevos derroteros que dieran sentido a la existencia, de su tiempo y más allá, en un mundo convulsionado como el que le correspondió encarar en medio de las dos conflagraciones mundiales del siglo pasado que tuvieron a su patria, Alemania, en el centro de los acontecimientos. Los estudios de fenomenología y de antropología religiosa, al igual que los de ética y filosofía nos muestran a un pionero que valoraba la mística y la oración a la par que la religiosidad popular; que sabía darle cabida a la multiculturalidad para enriquecer el propio patrimonio y abrirse a los tiempos futuros.
Varias de sus muchas obras están traducidas al castellano y vale la pena retomarlas porque arrojan luces a este desorientado siglo XXI. A pesar de escribir en alemán, sus raíces itálicas le dan a su verbo claridad y sencillez, en nada reñidas con la profundidad de un pensador inquisidor de altura. Suelo retomar de vez en cuando alguna de sus obras con frecuencia porque sus apreciaciones sobre la ética, el sentido de la cultura desde sus raíces y su proyección a nuevos horizontes, constituyéndose en un llamado a la creatividad, a la búsqueda, con la curiosa coincidencia con el pensamiento actual del Papa Francisco que nos exhorta a darle valor a la fe cristiana como motora auténtica de un cambio de paradigma que nos haga comprender que la “casa común”, el planeta que habitamos, no es, no debe ser, escenario para injusticias y desigualdades, sino más bien, para la fraternidad y el servicio al prójimo.
Sirva esta humilde crónica como sencillo homenaje para unirnos a los que hacen memoria viva, de hombres, creyentes e inquisidores inquietos del hoy y del mañana, como Romano Guardini.