Por Rafael Simón Jiménez
***Venezuela requiere una negociación política para empujar una transición que permita la reconstrucción del país lo antes posible.
Si un ápice de sensatez, incluso de instinto de conservación político, pudieran anidar en las mentes de quienes en mala hora gobiernan a Venezuela, su actitud debería ser la de propiciar ellos mismos una transición y un cambio político que pudiera preservarlos a futuro, y que le permitiera a Venezuela -sin un costo social y humanitario mayor al ya pagado- iniciar su reconstrucción económica, social, institucional y moral luego de tantos años de destrucción y disparates.
Cada día que se prolonga la agónica presencia de estos incapaces y depredadores en el poder, el costo que pagan los venezolanos en términos de hambre, padecimientos y pérdida extrema de calidad de vida es demasiado grande tolerarlo. La existencia de la población se ha convertido en un auténtico cao, en una “tormenta perfecta” de carencias, sufrimientos y necesidades: no hay comida, no hay medicamentos, ni servicios esenciales como electricidad, agua potable, conexión telefónica, gas doméstico, gasolina. Son el espasmódico preludio del colapso definitivo.
Acometer la titánica tarea de reconstruir desde la ruina y la destrucción a Venezuela requiere al menos tres condiciones prioritarias: ideas claras, es decir, un plan bien pensado y estructurado que ataque en primer término los sectores neurálgicos de nuestra economía como PDVSA, cuya situación de improductividad y deterioro imposibilita generar los recursos indispensables para la reactivación y el relanzamiento del conjunto de las actividades productivas.
En segundo término un equipo capaz, competente, eficiente y honesto que gestione sobre la realidad las políticas y soluciones. Y en tercer lugar un fuerte financiamiento internacional en un pool de aportes que incluya préstamos de los organismos multilaterales, asistencia técnica, cooperación, ayuda y donaciones provenientes de países solidarios y organismos técnicos para empujar con fuerza y atender los requerimientos de ese desafío.
Ninguna de esas condiciones sine qua non está al alcance de quienes nos desgobiernan, y cuya ecuación terrible pareciera ir en sentido contrario a lo requerido al tener ideas obsoletas, concepciones antihistóricas, incapacidad e incompetencias y estar además bloqueados y proscritos por la comunidad financiera internacional que les reprueba su carácter maula y forajido.
De manera que, cada día que por la fuerza este gobierno prolongue su existencia, su costo en términos de muerte, enfermedad, padecimientos, pobreza y destrucción será mayor, y los que se aferran al poder defendiendo seguramente impunidad, riqueza y privilegios, cargan sobre sus conciencias la tragedia venezolana; pero además asumen la responsabilidad de restar toda viabilidad de futuro a esa extraordinaria fuerza popular que alguna vez respaldó al difunto Hugo Chávez, y que hoy engrosan la legión de compatriotas que pasan mayor hambre y necesidad.
Una negociación política para empujar una transición que permita a Venezuela reconstruirse en paz y democracia lo antes posible, debería ser la fórmula pertinente frente a una situación cada día más grave, que amenaza con desembocar en el hundimiento colectivo y el colapso. Por eso un buen consejo para quienes por la fuerza se empeñan en continuar en el poder se traduce en un categórico: VÁYANSE, NO SIGAN HACIÉNDOLE DAÑO A VENEZUELA.