Por Jaime Granda.
Crece la convicción, hasta en los socios del proyecto chavista, que hay que poner freno a esas frustraciones y buscar salida a la crisis.
Venezuela se coloca a menos de un mes de cumplirse 20 años de las elecciones presidenciales en las que un pueblo ávido de un Mesías convirtió a un teniente coronel del ejército, con poca experiencia en el campo político, en presidente de Venezuela.
Las elecciones fueron realizadas el domingo 06 de diciembre de 1998 y convirtieron a Rafael Caldera en el último presidente democrático del siglo XX en Venezuela.
El Mesías caló de tal manera que logró el mayor porcentaje de voto popular en cuatro décadas, al obtener el favor del 56,20% de los electores, según recuerdan las crónicas del momento.
Son tantas las frustraciones y las decepciones acumuladas por millones de venezolanos que creyeron en lo que prometía ese Mesías que no pensaron que su heredero sería peor.
En menos de cinco años de la desaparición del teniente coronel, los muertos por hambre, fallas del sistema de salud, hampa desbordada, agua contaminada y otras circunstancias impensables en 1998 cuando todos los servicios públicos funcionaban mucho mejor que ahora, deberían ser suficientes para este pueblo que camina sobre toneladas de minerales apetecidos por las grandes potencias del mundo.
Algunos “chavistas originarios” comentan que sería demasiado cínico si el próximo 06 de diciembre el “madurismo” monta una fiesta para celebrar los 20 años de la llegada al poder. Otros agregan con la sorna propia del venezolano: en todo caso la enorme torta ya está puesta.
Volviendo a la seriedad, hay que asentar que ningún proyecto político, ideológico, social, religioso, económico, artístico, recreacional o deportivo es malo en sí mismo.
Todo depende de la honestidad con la cual sus manejadores actúen frente a los involucrados en ese proyecto, sean muchos o pocos, y está demostrado que lo peor es cuando los intereses de un pequeño grupo se sobreponen sobre los intereses del colectivo convocado a participar o afectado por ese proyecto.
Cuando eso ocurre, todas las promesas de bienestar para todos quedan canceladas y los afectados por esa desviación comienzan a separarse, a criticar y alertar al resto sobre el mal camino tomado.
Ese es el retrato del proyecto chavista que arrancó formalmente en diciembre de 1998 y que para más del 80% de los venezolanos en este momento es un proyecto fracasado que debe ser sustituido por algo que solucione todos los problemas causados por sus conductores. Está muy claro que la mayoría de venezolanos quieren bajarse del autobús del chavismo, derivado en algo peor.
Uno de los llamados “chavistas originarios” que como profesional preparado en lo que bautizaron como la IV República manejó la industria petrolera como presidente de PDVSA y como ministro de Petróleo, Rafael Ramírez, dijo el domingo en su acostumbrado artículo en Panorama de Maracaibo: “Todo podría seguir así, pero el país no aguanta más, a Maduro se le acabó el tiempo, pero al país también. El país no aguanta, no puede seguir así, al gobierno se le salió hace tiempo la situación de las manos, está en un franco proceso de fractura, de hecho, una realidad política es que hay varios jefes. Las contradicciones afloran a cada rato”.
Luego agregó: “Maduro ha creado un sistema de represión y persecución política, que ha desatado la violencia del Estado. Los cuerpos de seguridad, policiales, militares o paramilitares están actuando orquestados, o por su cuenta, con mucha violencia”.
Contra las frustraciones
Las frustraciones del pueblo venezolano, sin embargo, no son solamente con el proyecto chavista. Con todas las reservas del caso, hay mediciones de opinión que demuestran que la polarización en el pueblo está rota. Ya no es un enfrentamiento entre chavistas y opositores, sino que una mayoría ya puso a un lado esas opciones y busca otras posibilidades. Crece también la opción de negociar y buscar salidas lo menos traumáticas posible.
Los medios en todo el mundo muestran que crece día a día el rechazo a la crisis humanitaria provocada por el actual régimen venezolano. Las sanciones contra sus dirigentes crecen y se actualizan tanto en Europa como en Estados Unidos. Los gobiernos de América Latina están convencidos de la necesidad de frenar las frustraciones del pueblo venezolano para que no se les convierta en cúmulo de problemas creados por la migración masiva de venezolanos hacia los países vecinos. España y otras naciones de Europa también sufren por ese mal.
Las noticias igualmente muestran que los socios políticos del proyecto chavista también han sido afectados por la irresponsabilidad de los herederos de Chávez y por eso están tomando previsiones para superar lo que está ocurriendo. Rusia y China han dejado claro que están dispuestas a prestar toda la asesoría posible para aliviar las frustraciones del pueblo, pero no a entregar más dinero a quienes destruyeron la industria petrolera y han comenzado a destruir el arco minero de Guayana. Según Fatih Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía, la industria petrolera de Venezuela está en cierre técnico porque no está produciendo lo suficiente para cumplir con los 400 mil barriles diarios comprometidos con China, ni para consumo interno y menos para enviar a las islas del Caribe, especialmente a Cuba.
Viendo ese escenario, el cerco financiero al régimen de Maduro ayuda a Rusia y China a promover negociaciones con grupos venezolanos e internacionales que permitan una salida que encaje en el principio pragmático de que todos ganen y nadie quedé frustrado