Por Alfredo Michelena/ENPaís/Zeta
***EE.UU. apuesta a debilitar las bases de sustentación del régimen pero no tendrá resultados mientras no se dé un liderazgo doméstico que movilice el descontento y “muestre el camino” a la comunidad internacional en un esfuerzo combinado para fracturar el bloque en el poder.
La pajarera calló. Los promotores de la «intervención humanitaria» también. Uno de los más conspicuos halcones de la administración Trump les echó un balde de agua fría encima. Al preguntársele si habría una invasión militar a Venezuela, muchos esperaban que repitiera eso de “todas las opciones están sobre la mesa”, que se ha convertido en un latiguillo en toda conversación sobre la salida en Venezuela. Pero no, John Bolton fue enfático al responder “No veo que eso suceda».
La política de EE.UU. hacia el régimen venezolano ha cambiado desde la indiferencia de Bush, pasando por el apaciguamiento de Obama hasta la actual política de enfrentamiento de Trump. Y no es que eso lo hayan deducido los estudiosos del tema. Es que desde que llegó Trump, él y toda su administración lo ha dicho muy claro. Y más que eso han actuado en consecuencia.
El equipo de Trump que ha tomado control de la política internacional con Mike Pompeo en el Departamento de Estado y Bolton como Consejero de Seguridad Nacional, sin olvidar a Steven Mnuchin en la secretaría del Tesoro, vienen a jugar duro o “arria’o“, como dicen en mi tierra.
El objetivo de las medidas que viene tomando EE.UU. son “interrumpir las fuentes corruptas de sostenimiento del Gobierno de Venezuela”. Su idea es “imponer costos a quienes se benefician injustamente de conductas deshonestas o fraudulentas, actividades ilícitas y/o transacciones engañosas ”en o con el régimen”. Todo por el librito que dictan los estudiosos. Aumentar los costos de quedarse en el poder y debilitar al régimen cortando sus fuentes de apoyo.
Pero esto es una parte de la doble presión que se debe hacer para salir del régimen. La otra debe venir de adentro. Y en esto si estamos muy mal. En casi 20 años de éxitos y fracasos vamos dando tumbos sin dar el golpe certero.
Las fallas en las estrategias de la oposición sea por honestas pifias en el análisis del problema y sus soluciones, sea por exceso de ego de algunos líderes en búsqueda de la silla de Miraflores y lo más grave, los intereses económicos detrás de ellos o sea que existan entre nosotros quintas columnas del régimen, han desbastado a las fuerzas que en Venezuela deben poner presión sobre el régimen. Y así logar que esa tenaza apriete desde adentro y desde afuera y fracture el bloque en el poder.
No niego que puedan haber quintas columnas en la oposición, como las debe haber dentro del chavismo, ni que por segunda vez la salida a esta tragedia sea torpedeada desde adentro por grupos políticos y económicos que quieren alzarse con el poder -ya pasó con el “carmonazo”. Pero tampoco hay que negar, como acaba de reconocer Luis Almagro, que la comunidad internacional ha tenido mucha culpa en empujar algunas estrategias que terminaron en fracasos como el famoso diálogo en República Dominicana.
A diferencia de las experiencias con dictadores militares de derecha en la región y del juego más o menos democrático, la metodología para enfrentar a esta cúpula comunista, que ha pactado con todo ”bicho con uña” a fin de quedarse en el poder sine die -recuerdan el “patria socialista o muerte”-, no está escrita, a pesar de que las diferentes fracciones opositoras llevan tiempo blandeando sus alternativas y acusando a los otros, cuando menos de ilusos. Unos esperando el maná o la invasión acusan a los otros de vendidos y colaboracionistas. Y estos acusan a los otros de “puchistas” y aventureros, pero no consiguen desatar el nudo gordiano que permita entusiasmar y movilizar de nuevo a los venezolanos que quieren dar al traste con el régimen.
Lo cierto es que la comunidad internacional, que también está dividida -recordemos como Almagro llegó de acusar de colaboracionistas a una parte de la oposición, para no hablar de la OEA e incluso del Grupo de Lima- está ahora pidiendo a gritos unidad en la oposición.
Francisco Santos, exvicepresidente y embajador de Colombia en EE.UU., en una reciente declaración, ha señalado que ha sido la desorganización de las fuerzas de la oposición lo que ha impedido una acción más contundente de la comunidad internacional. “Si ellos muestran el camino, eso le va a quitar el costo a muchos de los gobiernos de la región para poder actuar. Y esos gobiernos simplemente dirán ‘bueno, nosotros vamos a hacer esto con ustedes’”. Esto explicaría el estancamiento de “Grupo de Lima” que ahora se ha concentrado en coordinar acciones para lidiar con las consecuencias de la crisis venezolana, es decir la estampida migratoria, y ha abandonado una posición combativa frente al régimen.
Somos nosotros quienes tenemos que liderar. Como dijo Santos “es el momento de que ellos [la oposición] salgan y den la cara”. Tiene razón aunque él como colombiano debe saber que eso es más fácil decirlo que hacerlo.
Estamos en una carrera por la vida, en la cual se requieren acciones concretas y contundentes y si no podemos unirnos todos tratemos de unir al mayor número de fuerzas posibles para golpear al régimen desde adentro. Pero así como falta liderazgo, falta mucho arrojo, desprendimiento y creatividad para romper con el inmovilismo y reconstruir la unidad. Hay que recuperar y multiplicar esa esperanza y fuerza que vimos el año pasado. La responsabilidad de la oposición es doble, pues además de lo doméstico deberá liderar una coalición internacional que dé al traste con el régimen.