Por Jaime Granda
***El torneo permanente de insultos y descalificaciones entre los políticos venezolanos es muy mal ejemplo para las nuevas generaciones.
Si tomamos como cierto que la violencia es el arma de los que no tienen razón, cualquier reacción exaltada ante un comentario o un gesto puede ser interpretado como acto de violencia.
Ante las permanentes rencillas entre los seres humanos, los países más avanzados crearon los tribunales que en todas las instancias se ocupan de dirimir conflictos para disminuir que los grupos tomen la justicia por sus manos o que por cualquier tontería o hasta una mirada termine acabando con vidas humanas.
Para evitar que las diferencias se resolvieran con las espadas, las dagas o las pistolas, se crearon los tribunales, pero lamentablemente no han logrado la eficiencia necesaria.
Es triste ver en Venezuela que los muchachos están resolviendo sus diferencias hasta con sus padres, aplicando la violencia. Terminan matando a cualquier familiar o vecino por cualquier tontería o para quedarse con lo que sus padres ahorraron y se ganaron con trabajo honesto.
Eso es consecuencia del torneo permanente de insultos y descalificaciones entre los políticos venezolanos, lleno de frases soeces que se han convertido en muletillas de todos los jóvenes.
Sobre este fenómeno que es de siglos y se ha tratado de minimizar, hay estudios recientes como los del profesor de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid José Antonio Hinojosa.
Lo primero que el profesor apunta es que un insulto es una expresión emocional negativa “muy intensa y cuyo significado compartimos todos”. Se trata de improperios y no de sarcasmos más elaborados.
Los insultos tienen una “función reguladora de las emociones”, explica Hinojosa y admite que en el deporte, como el fútbol, por ejemplo, hay mucha emoción y es hasta natural que surjan insultos.
Se recurre al insulto cuando “sentimos que algo amenaza nuestros objetivos”. Cuando respondemos a una amenaza o a una frustración con un insulto, estamos intentando recuperar el estatus que hemos perdido, como sugiere el filósofo William B. Irvine en la revista Time. El insulto no eleva nuestra posición, pero sí busca rebajar la del objetivo de nuestros improperios.
Por supuesto, los insultos no son exclusivos de los campos de fútbol, sino que son extrapolables a otras situaciones en las que tenemos que regular nuestra emoción al enfrentarnos con una amenaza. A menudo recurrimos a ellos “cuando no podemos argumentar de otra manera”, explica Hinojosa. Es una “forma rápida de regular nuestras emociones”.
Como vemos, los insultos son un desahogo muy rápido y cuya intención se entiende muy bien. Se puede decir que insultar es incluso “saludable”, apunta Hinojosa, en el sentido de que “tiene su función” psicológica.
Pero, claro, son insultos. Quien insulta “reacciona a una amenaza, pero crea otra”. Nos podemos encontrar con más insultos o violencia física en respuesta.
Recurrir al improperio “no es lo mejor, pero sí es más fácil”, explica Hinojosa. “Es una reacción más primaria. ¿Para qué esperar durante tres horas al cerrajero si puedo tirar la puerta abajo?”. Entras en casa antes, pero también tienes una puerta rota.
El uso de palabras tabú como insulto es universal. Se da en todas las culturas, como subraya Hinojosa, y también con constantes referencias al sexo. Eso sí, la expresión concreta de estos tabúes puede cambiar con cada sociedad.
Todo esto deja claro que el insulto no es la mejor defensa y aplaudir un insulto no es la más constructiva de las acciones en favor de los jóvenes de un país cuyos valores tenemos que recuperar, como esta Venezuela en crisis.
@jajogra