Por Jurate Rosales.
Con la presencia de 72 Jefes de Estado reunidos en París para conmemorar el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, pocas veces en la Historia se ha dado un concurso tan unánime en relación a un hecho que en su tiempo dividió el mundo occidental en dos toletes asesinos. E incluso, los 72 presidentes no lo eran todo. Estaba además la realeza británica en Londres y los gobiernos de Australia, Nueva Zelandia e India conmemorando ese mismo acontecimiento en sus respectivos países. (Canadá y los aliados africanos se unieron a la conmemoración de Paris). Entre todos los que habían sido aliados o enemigos, puesto que ahora daba igual, la cifra luctuosa de esa Primera Guerra Mundial es de 16 millones de muertos, lo que se dice fácil, pero representa un luto para otro tanto de familias, cada una con todos sus miembros.
Han sido por lo tanto, en un solo día de noviembre 2018 más de 70 mandatarios venidos para reiterar la importancia del entendimiento en vista de que pelear les costó millones de vidas. La forma en que comenzó esa mortífera guerra que llamaron “mundial”, a raíz de un atentado cometido por un terrorista, en una ciudad de Bosnia llamada Sarayevo, si bien no fue mencionada, estaba en el meollo de lo absurdo que hacía imprescindible reiterar que el mundo no volverá a cometer similares disparates.
Es precisamente en esa misma fecha de la reunión venida de cuatro continentes para reconocer lo absurdo que fue ese enfrentamiento, que en Venezuela – donde hay que verlos con un microscopio de lo chiquitos que son – cuatro gatos de la oposición no encuentran manera de no pelear entre ellos. Es tan inmenso el contraste comparativo, que uno ni siguiera puede encontrar palabras para definir tamaña ceguera. O más bien podría encontrarlas, pero por decencia y para no insultar a nadie, prefiere guardárselas.
Hablando pues de coincidencias, me llamó la atención la de dos frases que leí el mismo día. Acababa de ver el artículo para la revista Zeta escrito por Alex Vallenilla para el tema económico: “…del lado opositor se desata también un fuerte enfrentamiento que hasta ahora ha tenido como campo de batalla las redes sociales. Sectores económicos que han emigrado a Estados Unidos, que no coinciden con la dirigencia de los partidos políticos que controlan la Asamblea Nacional, mantienen campañas mediáticas que no permiten unificar las fuerzas políticas en el Parlamento.” La otra frase leída ese mismo día, era la del presidente francés Emmanuel Macron en medio de la conmemoración y frente a la tumba en Paris del soldado desconocido, refiriéndose a los cuatro años de la Primera Guerra Mundial: “… durante estos cuatro años, Europa por poco se suicida. La humanidad se había hundido en un laberinto de horribles enfrentamientos sin perdón, en un infierno que se tragó a todos los combatientes, de cualquier lado que fuesen, de cualquier nacionalidad que fuesen…”.
Usted me dirá que hay una inmensa diferencia entre ese grupito de venezolanos “emigrados” y la Primera Guerra Mundial, pero precisamente es ese abismal contraste que intento definir, para mostrar lo desubicada, inútil y miserable que se ve en términos comparativos la disidencia en la oposición venezolana. Tal como ya lo dije – todo fue aquella coincidencia de dos lecturas del mismo día, que no del mismo ámbito.
Las consecuencias de aquella absurda “guerra de twitters”, para Venezuela pueden ser gravísimas. Al quedar claro que la oposición venezolana no puede hablar de una sola voz, todas las demás opciones, formuladas sin la presencia de los venezolanos que quieren un cambio y que representan según las encuestas más de 80% de la nación, quedará en manos de cualquiera, menos de los venezolanos mismos. De allí puede salir cualquier fórmula de supuesta “solución” y les apuesto que no será la del mayor interés de la nación.
Dejando entonces de comparar lo micro con lo macro, veamos qué da la división de la oposición en la práctica. Primero que todo, está la mala imagen que ofrece mundialmente, la de una oposición que no sabe qué es lo que quiere, puesto que cada vocero afirma otra cosa. Segundo, brinda una horrible imagen de venialidad, porque se supone que cada grupo busca un beneficio personal, en vez del sacrificio por una causa común. Tercero, deja sin defensa al preso político, cuando no se sabe ni siquiera a qué “oposición” pertenece. (De eso el mayor ejemplo es el general Baduel, del que nadie quiere ni siquiera acordarse, porque no pertenece a ningún grupo).
Dicho lo cual, queda lo peor y principal: el dejar confundidos a todos los que desde afuera están dispuestos a ayudar a los venezolanos que pasan hambre y sólo esperan que se les dé la señal de cómo y con quién hacerlo. Porque debe haber un solo “cómo” y unidad entre los “quiénes”. Cosas que hasta ahora, no existen.