Tensión entre Rusia y Ucrania con el G-20 en la recámara

Petro Poroshenko (Ucrania)  y Vladimir Putin (Rusia).   Imagen con base a Foto cortesía de Diario Digital Junín

Por Roberto Mansilla Blanco. Corresponsal en España

En vísperas de la cumbre del G-20 en Buenos Aires, con el trasfondo del Brexit en fase definitiva, la visita a España del presidente chino Xi Jinping, la idea del Euroejército expuesto por el eje franco-alemán en la UE y la visita de Pedro Sánchez a Cuba, la renovación de la crisis entre Ucrania y Rusia en Crimea y el Mar Negro revela un clima de tensión in crescendo en el que las principales piezas de la geopolítica global juegan sus cartas con calculada mesura.

Un incidente naval ocurrido el pasado 25 de noviembre en el estrecho de Kerch, entre el Mar de Azov y el Mar Negro, muy próximo a la península de Crimea, está renovando la tensión entre Rusia y Ucrania precisamente en un contexto de cambios geopolíticos en las relaciones entre Moscú y Occidente.

El incidente ocurrió cuando la Armada rusa interceptó tres barcos ucranianos que se acercaban al estrecho de Kerch. Moscú acusó a Kiev de violar sus aguas territoriales, toda vez el incidente está provocando enorme preocupación en el tablero geopolítico entre Europa y Rusia, precisamente en vísperas de cumbres y visitas de alto nivel diplomático.

Con este contexto, se dispararon las acusaciones mutuas entre Kiev y Moscú, lo cual anuncia igualmente una mayor tensión a nivel mediática y propagandístico.

Tras advertencias realizadas por la Armada rusa que presuntamente fueron ignoradas por los barcos ucranianos, Kiev aseguró estar cumpliendo con las normas internacionales de navegación al realizar una travesía desde su puerto en Odessa hasta el de Mariúpol, en el Mar de Azov.

Con el calor del incidente naval, Kiev acusó a Moscú de abrir fuego contra las embarcaciones ucranianas, causando aparentemente seis heridos. Toda vez el Kremlin niega los hechos, en la capital ucraniana se produjeron inmediatamente protestas antirrusas frente a la embajada de la Federación rusa, aspecto que eleva aún más la tensión ante la eventualidad de ruptura diplomática prácticamente de facto entre Kiev y Moscú.

Ucrania contra Rusia

El incidente naval en el estrecho de Kerch y el Mar de Azov se anuncia como un foco candente y estratégico en la tensión cada vez más in crescendo entre Ucrania y Rusia. En mayo pasado, Rusia completó su proyecto de infraestructuras, iniciado en 2014, de unir el estrecho de Kerch con territorio continental ruso a través de un estratégico puente que sellaría definitivamente la unión territorial de la península de Crimea con Rusia.

Para Kiev, que obviamente no reconoce la anexión rusa de Crimea, este puente de Kerch es observado como una provocación por parte del Kremlin. Por ello, la crisis del Mar de Azov ha persuadido al presidente ucraniano Petr Poroshenko a convocar al Estado Mayor del Ejército, sopesar la posibilidad de establecer la ley marcial y ordenar a su represenante ante la ONU a que denuncie la presunta “agresión rusa” ante el Consejo de Seguridad.

La posibilidad de una ley marcial debe ser aprobada por el Parlamento ucraniano, la Rada, y tendría vigencia hasta finales de enero. La misma se establece en un contexto electoral de cara a las elecciones presidenciales ucranianas previstas para finales de marzo de 2019. Poroshenko busca la reelección y parece ahora querer jugar con la carta nacionalista antirrusa como antídoto que le permita remontar en las encuestas, toda vez su rival, la incombustible Yulia Timoshenko, lidera tibiamente la intención de voto por encima del mandatario ucraniano.

Por ello, Poroshenko parece barajar sus cartas electorales ante el contexto de tensión entre Kiev y Moscú. Si bien el gobierno ruso ya ha rebajado el nivel de alerta, a todas luces, el incidente parece denotar una provocación trazada muy oportunamente, en la que Kiev podría contar con la probable anuencia de la OTAN y quizás de Washington.

Un día después del incidente, el lunes 26, los embajadores de la OTAN se reunieron en Bruselas con su homólogo ucraniano para analizar la crisis del Mar de Azov. Toda vez la OTAN expresó su “total apoyo” a la integridad territorial y la soberanía ucraniana, la canciller alemana Ángela Merkel se comunicó vía telefónica con Poroshenko para expresarle su intención de encontrar una solución, aparentemente haciendo causa común con Kiev ante lo que consideró como una “agresión rusa”.

Del G-20 a Cuba

Pero más que en el Mar de Azov, el foco parece estar enfocado en otros escenarios, donde la atención global estará más atenta.

El próximo 29 de noviembre se inagurará la cumbre del G-20, las principales potencias políticas y económicas mundiales, a celebrarse en Buenos Aires. La capital argentina, sacudida por el bochornoso ataque hooligan que obligó a suspender la final de la Copa Libertadores (ver artículo de ZETA), se preparaba para reunir a los principales líderes mundiales.

En Buenos Aires esperan el próximo jueves 29 a los presidentes de EEUU, Donald Trump, su homólogo ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping (quien antes estará en una visita oficial a España), el francés Emmanuel Macron, su homóloga alemana Ángela Merkel, la primera ministra británica Theresa May (que acaba de certificar la validez del Brexit con la UE) y el japonés Shinzo Abe.

Para el anfitrión presidente argentino Mauricio Macri, la cumbre del G20 suponía una oportunidad única de fortalecer su mandato, empañado por la crisis económica, las cada vez mayores protestas sociales (que amenazan con aumentar durante el G-20) y ahora el vergonzoso incidente de la final de la Libertadores.

Del mismo modo, Macri podía aprovechar la cumbre para intentar presionar a las grandes potencias mundiales sobre la necesidad de buscar una solución a una crisis venezolana cada vez más hemisférica, a tenor de la oleada de inmigrantes venezolanos que huyen hacia sus vecinos latinoamericanos.

En ese contexto, la crisis del Mar de Azov podría anunciar un G-20 muy diferente al que se esperaba con antelación. En Buenos Aires, Putin y Trump tienen previsto realizar una cumbre de alto nivel estratégico en la que, evidentemente, el tema de Ucrania y la OTAN estarían en el tapete. Pero ante la súbita crisis naval en el Mar de Azov, y aunque aún no hay confirmación oficial, no se descarta que Putin finalmente desista de asistir a la cumbre bonaerense, tomando en cuenta el riesgo geopolítico que entraña esta crisis.

No obstante, la crisis del Mar de Azov no escapa a otros contextos colaterales que vienen suscitándose recientemente en la arena internacional.

La reciente visita a Cuba del presidente de gobierno español Pedro Sánchez reabre una ventana geopolítica de la que no escapa la relación entre Europa y Rusia, con España de trasfondo.

En este sentido, la reciente decisión del gobierno de Sánchez de permitir que buques de guerra rusos vuelvan a fondear en puertos españoles supone una inesperada decisión que ha provocado preocupación e incluso indignación en Washington. De hecho, esta decisión del gobierno de Sánchez con respecto a los buques rusos ocurrió en momentos en que el senador estadounidense Tim Kaine estaba de visita en España.

Sánchez visitó Cuba la semana pasada bajo un contexto igualmente signado por el Brexit, al cual él mismo afirmó que votaría en contra porque consideraba que los intereses españoles con respecto a Gibraltar no estaban siendo atendidos por parte de Londres.

No obstante, al regresar de Cuba, y previo a la visita del presidente chino Xi Jinping, Sánchez súbitamente aceptó los términos del Brexit, dejando de lado su reclamación sobre Gibraltar, un cambio de decisión muy probablemente determinado por la presión diplomática del eje franco-alemán en la UE, deseoso de terminar cuanto antes con la polémica del Brexit y de asegurar todos los flancos posibles ante la reorientación de Sánchez hacia Rusia y la visita de Xi Jinping a Madrid.

Al reunirse en La Habana con el presidente cubano Miguel Díaz-Canel desestimando las peticiones de diversos sectores por reunirse con la disidencia cubana, Sánchez realizó un cálculo diplomático orientado a desafiar las presiones de Washington y de contentar al eje ruso-chino que está emergiendo en el sistema internacional.

Al mismo tiempo, el gobierno de Sánchez sigue apostando por la “fórmula Zapatero” como herramienta estratégica que permita encontrar  una solución a la crisis venezolana. Una fórmula que cuenta con el consentimiento de Moscú y de Beijing, pero que irrita a Washington y Bruselas.

Una movida diplomática, la de Sánchez, que demuestra que la crisis del Mar de Azov no es tan lejana dentro del pulso geopolítico que se vive tanto en el espacio euroasiático como colateralmente en el hemisferio occidental, y de cual Venezuela tampoco escapa.

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