Por Alberto D. Prieto
Ya veremos cómo pactan, pero las cosas se quedarán más o menos como estaban en Andalucía, que vota este domingo elecciones regionales. Lleva cuarenta años gobernando el PSOE en esta región, tantos como ha habido gobierno autonómico. Los socialistas cogieron Andalucía a la cola de España y, como no han terminado su trabajo, la gente les sigue votando. Siguen a la cola.
Eso habla mal de los votantes, creo yo. Que ni por hartazgo o desesperación le dan una vuelta a su decisión de siempre. Y habla mal de la oposición, sea ésta la del centro derecha o la de izquierda radical. No hay alternativa, ni ofertas interesantes, nadie ilusiona.
Y no será que los socialistas no lo hayan puesto fácil. Se han perdido miles de millones de euros por el camino. De ésos que han llegado de Europa a paladas: 100.000 millones de euros en fondos de cohesión, regionales y de la Política Agraria Común desde que España entró en las Comunidades Europeas hace 32 años. Y las corrupciones han sido de lo más cutre: robándose el dinero de los parados, de los despedidos, de la formación para el empleo… y pagando con ellos comilonas, y hasta putas en burdeles pasadas a la tarjeta de la Consejería.
Y si están esperando ustedes que yo les explique, ya lo siento. No sé cómo ni por qué pasa esto. Las explicaciones habituales de que hay una política clientelista, de que hay mucho paniaguado que vive del Ejecutivo andaluz, son tan simples que una de dos: o los demás gobiernos regionales de España son idiotas por no fijarse en cómo puedes hacer que nunca te echen, o no es tan simple como ésa la explicación real.
Lo que está claro es que el tubo de ensayo en el que se han convertido las elecciones andaluzas va a darnos un precipitado de lo que nos espera. Después de cuatro décadas de Constitución y democracia ya ha aparecido un partido más a la derecha del PP que parece que sí pide la vez para entrar en las instituciones.
Vox no es franquista, aunque en la manifestación de este sábado en Madrid se vieron banderas con aguilucho de cuando el dictador. No es una extrema derecha al uso, porque no tiene un discurso simplón, argumentan sus brochazos. Porque Abascal es listo. Con eso y una sazón de patrioterismo, arrojo al hablar de su líder y un poco de crisis de identidad del PP tras los años del oficinista Rajoy, han hecho lo mismo que hace cuatro años hizo Podemos: recoger el descontento al lado extremo del gobierno saliente.
Si Pablo Iglesias se nutrió de nuevos votantes con ganas de revolución añadidos a otros hastiados de elegir siempre a la misma izquierda corrupta e incapaz, Santiago Abascal acusa de «derecha blandita» a los populares, recluta chavales en los barrios desarraigados señalando a sus vecinos que vinieron de fuera como parte del problema que él quiere resolver y azuza a todos los que votaron siempre al PP porque no había más remedio. Para que se atrevan a probar.
Vox va a entrar en el Parlamento de Andalucía, salvo cosa rara final. Y dependiendo de los restos que deja la electoral -sistema d’Hont- un puñado de votos los hará cosechar uno o siete escaños. Pero ya están ahí. A las puertas. Puede que cuarenta años de lo mismo en Andalucía, una década perdida en la crisis económica y un PP en derribo fuera el cóctel perfecto que nunca se había dado para que un líder carismático levantara la voz -y la bandera- y decenas de miles lo siguieran.
Los andaluces verán. Pero lo que pase allí será el termómetro de lo que nos viene después, en esta España con un presidente cojo de las dos piernas y cuyas muletas son Podemos y los separatistas. Esta España en la que cada vez más todos sacan la brocha gorda para pintarnos el futuro en simple, y más gente compra esos mensajes. Esta España en esta Europa con la misma fiebre en alza en casi todos los países justo a seis meses de una cita continental con las urnas que nos puede pintar una UE imposible.
Debo confesar que conozco a Santi Abascal, y que siempre me cayó bien. Alguna vez hemos podido hasta decir que nos unía una amistad, profesional pero amistad. Y que eso quizá me haga ser indulgente con la persona. No así con el personaje. A la primera le deseo lo mejor, puede que sea de los tipos que más querría tener a mi lado en un bar con cervezas o en una tertulia erudita. Pero al segundo, no quiero que triunfe su partido, por la sencilla razón de que desprecio las ideologías, y al extremo las extremas. Me podréis ver abrazándolo, pero nunca votándolo.
Alberto D. Prieto es Jefe de Sección de EL ESPAÑOL.