Imagenes: Cortesía de Ansalatina y Washington Times/ Ariana Cubillos

Entre atender la migración o promover el cambio

 

Imagenes: Cortesía de Ansalatina y Washington Times/ Ariana Cubillos

En la actualidad la avalancha migratoria podría estar provocando un cambio de foco: de presionar para cambiar al régimen, a solo atender a los millones de migrantes, lo que pudiera ser el inicio de una fase de adecuación.

Por Alfredo Michelena.

La acción de la comunidad internacional sobre la Venezuela chavista ha pasado por varias etapas hasta llegar a una de rechazo.

Chávez comenzó siendo percibido como un personaje simpático, “l’enfant terrible”, al cual no había que hacerle mucho caso. Era la época en que el embajador de EE.UU. en Caracas, John Maisto, pregonaba “no se fijen en lo que dice Chávez, sino en lo que hace». Luego, eso que para algunos era locura tropical, se convertiría en una incomodidad que había que tolerar. Siempre trayendo posiciones un poco extremas que al final eran suavizadas en largas discusiones en los fríos pasillos de los organismos internacionales.

El chavismo elevado a castrochavismo dominó los espacios internacionales, en particular los regionales, con la llegada de otros gobiernos similares, como el de Lula da Silva y luego de Dilma Rousseff en Brasil, los esposos Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, los del Frente Amplio en Uruguay, el “cura” Lugo en Paraguay y Daniel Ortega en Nicaragua, en lo que se llamó la “marea rosada”.

Mientras esta comandita estuvo en el poder los demás tuvieron que aceptarlo a regañadientes. Lo que pasó es que en menos de tres años, a partir de la muerte de Chavez, esto cambio. Salieron del poder Dilma y con ella el PT partido de Lula, Correa y Cristina Kirchner; Lugo, ya había salido. La comunidad internacional de la región había cambiado drásticamente, a partir de 2015 con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina

De incomodidad a oposición

2016 fue un año clave para que la comunidad internacional asumiera una posición diferente, por una parte aumentó el número de nuevos gobiernos no alineados con el castrachavismo, lo que se ha llamado la resaca la marea rosada. Por la otra, se da la agresiva posición del régimen frente al triunfo de la oposición en las elecciones parlamentarias.

2016 fue un año de ataques dirigidos a debilitar el poder del parlamento. Tanto que en un momento decidieron de un plumazo, confiscar sus atribuciones constitucionales a través de decisiones judiciales del Tribunal Supremo de Justicia. Esto fue la gota que derramó el vaso. En abril de 2017, la comunidad internacional y más concretamente la OEA, declara el hecho como “una grave alteración inconstitucional”. El carácter dictatorial del régimen se hace “oficial”.

Ya parte de esa comunidad se había movilizado frente a la represión de 2014, incluso con la intervención de Unasur y el Vaticano en búsqueda de una salida negociada. Ese año Obama firmó la Ley de Defensa de los Derechos Humanos (DD.HH.) y la Sociedad Civil de Venezuela que impone sanciones contra funcionarios del régimen considerados responsables de violaciones de DD.HH. durante las protestas de 2014.

En 2015 Obama firma otra orden ejecutiva en la que declara una «emergencia nacional» por la amenaza «inusual y extraordinaria» a la seguridad nacional y a la política exterior causada por la situación en Venezuela. En esto de las sanciones a individuos, también se incorporó Canadá, la Unión Europea y Suiza.

En la OEA se forcejea para aplicar a Venezuela la Carta Democrática Interamericana. No se logra, pero sí aparecen varias resoluciones que buscaban promover un diálogo entre las partes como vía a una salida negociada.

El enfrentamiento

La imposibilidad de promover una acción conjunta en la OEA produce la creación del Grupo de Lima, que también promueve el diálogo, pero toma medidas más duras, como no reconocer a la Asamblea Constituyente y más allá las elecciones presidenciales de 2018 donde la oposición no participa, lo que hace que las gana Maduro.

Este incremento de la dureza de las sanciones se da con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Trump ensaya medidas ya no sólo dirigidas a los jerarcas del régimen involucrados en corrupción y violación de DD.HH. – incluyendo el derecho a la democracia-, sino que impone medidas financieras como la prohibición del uso del dólar para transacciones que se dirijan a comprar deuda venezolana y vender activos estatales. Más recientemente agrega sanciones sobre las exportaciones de oro, además de que abrió la posibilidad de incluir otros sectores de la economía donde se produzcan transacciones «corruptas o engañosas».

El Grupo de Lima ha sacado varios comunicados, el más emblemático es el de mayo de 2018 donde “No reconocen la legitimidad del proceso electoral desarrollado en la República Bolivariana de Venezuela que concluyó el pasado 20 de mayo”. Por lo que Maduro no debería ser reconocido como presidente legítimo de Venezuela a partir del 10 de enero. No solo, por cierto, por los del Grupo de Río, sino los de la Unión Europea , que aprobaron algo similar.

El efecto Venezuela

Se veía venir. La crisis humanitaria producto de una mala conducción de la política económica, por un empecinamiento de imponer un modelo de propiedad y control sistémico de la economía, es decir comunista, descalabró la economía del país. Incluyendo lo más importante: la industria petrolera. Mucha tinta se gastó analizando cual sería el impacto de esta crisis en la economía de los países receptores de la ayuda de Venezuela, es decir los afiliados a Petrocaribe y la ALBA. Pero la liebre saltó por otro lado.

La carencia de divisas ha sido tan grande y las deudas y compromisos tan enormes, que al final los que terminamos pagando los platos fuimos los venezolanos. La pobreza creció a niveles nunca vistos, la escasez de alimentos y medicinas se hizo dramática, los servicios colapsaron y esto generó la mayor estampida migratoria de la historia de la región.

El último cálculo ( Consultores 21) habla de 4,6 millones de venezolanos es decir el 18% de la población. En todo caso según la ONU: “En 2019, un estimado de 3,6 millones de personas necesitarán de asistencia y protección, sin que sea previsible el retorno en el corto o mediano plazo”.

El problema: la migración

Si antes lo que se planteaba la comunidad era la vuelta a la democracia y el respeto de los DD.HH., la avalancha de migrantes venezolanos en la región ha cambiado el panorama. Los gobiernos se han afincado en un tema que les afecta directamente, dirigido a metabolizar los cientos de miles de venezolanos que se han enquistado en sus sociedades.

En la VIII Reunión Iberoamericana de Autoridades Migratorias (RIAM) que se reunió en Lima el pasado noviembre, se dijo habrían cerca de1.150.000 venezolanos en Colombia, 600.000 en Perú y 240.000 en Ecuador. Según las autoridades de este último país, unos 800.000 venezolanos habrían ingresado a su territorio, pero 700.000 siguieron hacia Perú, Chile y Argentina.

Lo económico-social

Varias reuniones se han dado para tratar ese tema y ahora la ayuda internacional está dirigida a palear esta dramática situación. Entre los países que han brindado ayuda económica a los migrantes venezolanos están EE.UU. con US$ 95 millones, la Unión Europea con €55 millones, Holanda €4 millones y Canadá con 1,3 millones de dólares canadienses.

A principios del año, ACNUR y la OIM habían solicitado US$46 millones y US$32 millones respectivamente, para enfrentar el problema. Para 2019 la ONU solicita US$738 millones.

El impacto económico ha sido relevante en esas economías. El presidente colombiano, Iván Duque informó que su gobierno destina un 0,5% del PIB, es decir US$1.348 millones, para atender a los migrantes. También, como apunta el Banco Mundial, esto podría generar un aumento de 0,2 %, debido al “crecimiento del consumo de 0,3 puntos porcentuales y en la inversión, de 1,2 puntos».

No menos importante es el impacto social que está teniendo esta migración en los países de acogida. La presencia de venezolanos se siente cada vez más y han surgido algunos problemas de xenofobia. Esto no es de extrañarse, pues incluso en Europa cuando 2,5 millones de refugiados de países del medio oriente , sirios en su mayoría, irrumpieron en ese continente, este fenómeno se hizo presente y se transformó en una reacción política que ha sido base para el fortalecimiento de los nacionalismos y extremismos de derecha. Algunas de esas manifestaciones se han visto en Alemania (fin de la era Merkel) , Italia (gobierno derechista), Inglaterra ( Brexit) e incluso España (separatismo catalán). Incluso la Unión Europea se tambalea con tensiones entre sus miembros.

¿Y lo político?

Ha habido un giro hacia lo humanitario y con mucha razón. Razones que no solo vienen de la protección a los migrantes, sino de las ingentes necesidades que ha creado la estampida migratoria en cada país.

Ha habido mucha coordinación gubernamental, entre agencias de las naciones unidas y la OEA, entre las varias ONGs de la sociedad civil, así como las iglesias. Pero así como esto ha servido para palear el efecto de la crisis venezolana en el sentido de ayudar a los migrantes criollos, también ha reposicionado el foco del problema desde la necesidad de cambiar al régimen y que Venezuela pueda volver a la democracia, hacia palear sus nefastas consecuencias en el vecindario.

Lo grave de esto es que estas loables acciones provoquen una disminución del interés de la comunidad internacional por presionar firmemente al régimen para inducir un cambio en Venezuela. Esto también satisface las consciencias de muchos organismos y gobiernos que ahora pudieran encontrar justificación para comenzar a convivir con el régimen. No es descartable, lo hicieron y siguen haciendo con Cuba.