Por Alfredo Michelena/ENPaís/Zeta
***Es primordial construir una unidad fuerte en el país para ejercer la fuerza interna necesaria que produzca el quiebre que nos devuelva la democracia.
El triunfo de la democracia ha sido el triunfo de la paz. De la paz en el sentido de que la democracia es en sí misma un mecanismo de resolver diferencias de la forma más consensuada posible. Claro que es el gobierno del pueblo o de las mayorías, pero las mayorías pueden ser opresoras, tiranas, como bien lo señaló Alexis de Tocqueville cuando reseñó cómo la democracia tomaba cuerpo en Norteamérica.
En el fondo, la democracia es para muchos sinónimo de tolerancia, aceptación de las diferencias y participación de las minorías. Y uno de sus retos es poder ser tolerante con los intolerantes al punto de llegar a niveles en los que se tolere a quienes quieren acabar con ella.
Quizás por esto es que la democracia ha permitido que ella se pueda destruir desde adentro, por la tolerancia de los que no solo no creen en ella sino que están dispuestos a utilizar mecanismos democráticos para destruirla. Como es el conocido caso de la estrategia del Foro de San Pablo, es decir, del castrochavismo.
El profesor Aziz Huq, de la Universidad de Chicago, nos dice en su libro “Cómo salvar una democracia constitucional”, que en el pasado los autócratas llegaban al poder mediante golpes de Estado o estados de emergencia. Ahora el proceso es “desmantelar las democracias desde adentro”.
Así, por la acción u omisión de muchos, queriendo unos y otros sin querer, se terminó desmantelando en Venezuela una democracia liberal civil que tardó años en construirse y que fue ejemplo para el mundo. Algunas veces por sobreestimarla y pensar que ella podía metabolizar a los antidemócratas (tolerancia); otras veces por la eterna ceguera de algunos líderes que no quieren ver más allá de sus ombligos. Ojo, no solo hay antidemócratas de izquierda, esos que sufrimos ahora, también los hay y muchos de derecha.
Hay que recordar cómo cuando el golpe de 1992 los que salieron a defenderla terminaron siendo detestados, dejados de lado e incluso encarcelados. Y los líderes del golpe de Estado, los antidemócratas exaltados a la categoría de héroes, a los altares de salvadores de la patria.
Uno de los mecanismos más poderosos para acabar con la democracia es hacer que ella se haga irrelevante. Por eso el principal objetivo de los antidemócratas es criticar destructivamente y asegurarse de que la democracia no funcione, no dé resultados, no sea eficaz. Y uno de los mecanismos más propicios es promover la pérdida de la fe en ella, en sus instituciones y en especial en las elecciones como mecanismo de superar los problemas comunes. Sea porque la gente no tenga confianza en el árbitro o en sus líderes, o sea, que no tenga fe en los resultados, en su eficacia, es decir, que sienta y viva que ganar o perder una elección nada cambia. Esto ha sucedido en Venezuela y no ha sido algo casuístico.
Ha habido una acción sistemática desde el Estado chavista para exprimir la esperanza en los procesos electorales de un pueblo que tenía medio siglo creyendo en ese método. Claro que no podemos olvidar el grupo de antidemócratas que entonces sabotearon la democracia. Hoy día, que un grupo de no-partidarios del régimen hayan contribuido a eso, no me queda la menor duda. Pero también están los errores de los líderes actuales que no dejaron claro -a lo mejor no lo tenían claro- que en dictaduras las elecciones son una herramienta para combatir y no una acción que, como en el pasado, debe tener resultados inmediatos o mediatos. Sin descartar aquellos dirigentes que siempre están preguntando “¿cómo quedo yo en eso? O peor ¿cuánto hay pa’eso?
La gente está desilusionada y no salió a votar el 10D, y algunos tarúpidos lo celebraron como un triunfo frente al régimen. Pero ni el voto ni la abstención tienen sentido como táctica sin estar enmarcados en una estrategia para salir de él. No votar y esperar que todo colapse es una estupidez -esperanza de tísico decían en mis tiempos. Decir que ahora está claro que la única salida es la fuerza, va por ese camino. ¿Cuál fuerza? si la única fuerza que tenía la oposición era la electoral y no se ejerció. Por lo que incluso, ir a una negociación sin esa fuerza no tiene mucho sentido práctico. A menos que se piense que solo la fuerza externa quebrará al régimen y eso no va a pasar. Lo debilita pero sin una fuerza interna, el quiebre y el cambio no serán políticamente viables.
La única cosa que debemos tener claro es que sin unidad -o al menos la mayor unidad posible- la vuelta a la democracia en Venezuela será cada día más difícil. Es imperativo construirse en fuerza política interna, incluso para los que esperan el colapso o la invasión extranjera.
Los que secuestraron la democracia continuaron a todo vapor su desmantelamiento y saben cómo manipularla para desanimarnos y quebrarnos. Hace 20 años muchos promovieron y otros dejaron que un antidemócrata ascendiera y lo estamos pagando y lo vamos a pagar aún más caro.