Le tocó a Francia. Lo relata Elizabeth Burgos

Foto: Cortesía de El UNiversal (México)/ EFE

Por Elizabeth Burgos.

El 11 de noviembre pasado, el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, conmemoraba el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, familiarmente: la Guerra del 14. Rodeado de mandatarios de los países que habían tomado parte en el conflicto, incluyendo la canciller de Alemania Angela Merkel, congregados a los pies del Arco de Triunfo, – ante la tumba del soldado desconocido – símbolo por excelencia de la “grandeza” de Francia, en cuyos pilares están gravados los nombres de los héroes que en múltiples batallas han forjado su historia, entre los cuales aparece el del venezolano, Francisco de Miranda.

Un párrafo del discurso que en aquella ocasión pronunciara el presidente francés, sobresalió del tono comedido que suele caracterizar en estas ocasiones la retórica oficial y hoy aparece como premonitorio de las escenas de vandalismo que se verían en ese mismo lugar pocas semanas más tarde : “Lo sé, demonios del pasado surgen de nuevo, prestos a cumplir con su obra de caos y de muerte. Ideologías nuevas manipulan las religiones, predicando un obscurantismo contagioso. La historia amenaza con retomar su curso trágico y comprometer nuestra herencia de paz que creíamos haber sellado definitivamente con la sangre de nuestros ancestros”.

Pocas semanas después, ese mismo Arco de Triunfo, símbolo de la heroicidad de “la sangre de los ancestros” que dieron su vida por la patria, era víctima de una violencia inaudita de grupos de manifestantes enmascarados y vestidos de negro, los Black Block, haciendo gala del virilismo más obsceno, y como suelen hacerlo, se mezclaron dentro de la marcha de los hoy famosos – chalecos amarillos.

La tumba del soldado desconocido fue mancillada, al igual que fueron destruidas algunas de las alegóricas obras de esculturas que conforman el monumento, y las paredes fueron pintarrajeadas. No hubo tienda, restaurant o terraza de café de la Avenida de los Campos Elíseos que no fuera víctima de su violencia.

Las manifestaciones de esa índole no suelen hacerse en la Avenida de los Campos Elíseos; avenida por excelencia turísticas y de comercios de lujo. Este tipo de eventos, por lo general organizados por la izquierda o los sindicatos, suelen celebrarse en lugares emblemáticos relacionados con las luchas sociales. Plaza de la Bastilla, Plaza de la República, Plaza de la Nación. La idea de “y porqué no, ir a manifestar a los Campos Elíseos” fue publicada por Marine Le Pen en su cuenta twitt. La de la líder del ex Frente Nacional, hoy llamada Reunión Nacional.

Imposible definir la orientación ideológica del movimiento de los Chalecos Amarillos que ha tomado de sorpresa a casi toda la clase política francesa, incluso, a los partidos de extrema izquierda liderados por el admirador de Chávez y hoy de Maduro, Jean Luc Melenchon, y a los seguidores de la líder de extrema derecha Marie Le Pen, pese a que en el discurso de los portavoces de los Chalecos Amarillos, se denota la influencia de ambos líderes.

Una vez que el gobierno cedió y les dio satisfacción a las exigencias que estaban al origen del movimiento, – medidas para mejorar el poder adquisitivo aumentando el salario mínimo de 100 € , la suspensión del impuesto a la gasolina y el diésel, apertura a la concertación con los sindicatos y los poderes locales, los revoltosos decidieron proseguir el movimiento, enarbolando exigencias de tipo político, exigiéndole al Estado mejorar o reponer los servicios públicos, rebajar los impuestos.

El dilema francés radica en que la ciudadanía exige del Estado la inamovilidad del estado de bienestar, pero al mismo tiempo la reducción de los impuestos. Sin impuestos, cabe preguntarse cómo se van a pagar los servicios públicos.

Cortesía: Arab news/ AF)

Las reivindicaciones no se reducen al costo de la vida, o al poder adquisitivo, como lo decían al comienzo del movimiento de protesta. Una vez satisfecha la reivindicación mayor, la anulación de la tasa al combustible, enarbolaron consignas de índole político poniendo en jaque la democracia: entre otras, exigían la dimisión del presidente de la República. Si alguien tiene la paciencia de ver los videos de las reuniones de los más radicales que dicen tener años trabajando a nivel de la base en su proyecto político, entre sus reivindicaciones exigen : la disolución de la Asamblea Nacional, una asamblea Constituyente para dar paso a una V República, (suena familiar ¿verdad?, formaba parte del programa de Melenchon), la renuncia del presidente de la República, un referéndum, y finalmente, la toma del poder. Son señalamientos que se encuentran , unos en el programa de Marine Le Pen, otros, en el de Melenchon.

En relación al aumento de las tasas a los combustibles, que formaban parte de las políticas medioambientales cuyo objetivo era reducir el uso de vehículos individuales, las protestas son comprensibles. Mucha gente vive en zonas interurbanas, que con la anulación de trenes de cercanía, el auto individual es una verdadera necesidad. Pese a que el gobierno ofreció medidas compensatorias, es evidente que allí radica un error flagrante.

Sin embargo, recurrir a la chequera del Estado para apaciguar la cólera, hace retroceder las políticas de ajuste y de reformas de la economía y de la administración que la situación francesa exige. En ese aspecto, la crisis actual que se vive en Francia, guardando las proporciones, es como una repetición de la que se vivió en Venezuela durante la presidencia de CAP. Aquellos que se opusieron al ajuste económico que Pérez propuso y que llevaron a Chávez al poder, – todas las capas sociales y medios confundidos, salvo contadas excepciones- hoy se arrepienten.

Forzosamente, Francia incumplirá las normas europeas de no sobrepasar su presupuesto. El coste de apaciguamiento de la crisis para el Estado será de 8 mil millones de euros, aumentando la distancia entre la economía alemana del rigor presupuestario y la francesa. Significará 100% del PIB . Sin contar con los millones de euros que costarán los destrozos ocasionados por los violentos en las ciudades, las tiendas que permanecen cerradas desde el sábado y durante el domingo en días de la mayor afluencia de clientela. Más los saqueos en las tiendas de lujo, los destrozos en los restaurantes. Y pese al costo financiero desmedido que significan las medidas tomadas para calmar la crisis, el desenlace no se ve venir.

Para Le Pen y Melenchon, el fracaso de Macron es indispensable para acceder al poder. Por el momento, existe una suerte de acuerdo tácito entre ambos. Los discursos son semejantes, salvo la actitud reciente tomada por Marine Le Pen al hacer un llamado a la calma a los chalecos amarillo, lo que la hace ver como una figura más equilibrada, desmarcándose de la actitud vehemente, cercana a la histeria de los insumisos.

Tras el atentado del martes por la noche en el célebre mercado de Navidad de Estrasburgo, causando varios muertos y heridos graves, todas las toldas políticas, pese a haber tratado de pescar en río revuelto e ir a fotografiarse con los chalecos amarillos, como fue el caso del líder de la centro derecha, Wauquiez, y el apoyo del socialista y ex presidente François Hollande, hoy hicieron un llamado solemne a los chalecos amarillos incitándolos a abandonar la manifestación programada para el domingo próximo. Todos, menos Jean Luc Melenchon y demás grupos de ultraizquierda que consideran que el movimiento debe proseguir.

Melenchon ya había anunciado hace varios meses en la propia Asamblea Legislativa que su movimiento, Francia Insumisa, “entraba en una fase de guerra de movimiento”. Predijo también que su objetivo era “desencadenar un cambio de civilización similar al de la Revolución Francesa”. Su compañero, François Ruffin, que se percibe ya como su rival, más joven y vehemente, hizo un llamado, apenas disimulado, “a muerte Macron”. Ambos se inspiran en el imaginario de la Revolución Francesa, en la guillotina, y como dice el filosofo Marcel Gauchet: en todo francés vive un Robespierre, aún en los que lo rechazan. Y si no, cómo explicarse que pese a los destrozos, a la violencia, y a la irracionalidad de ciertas reivindicaciones, el 70% de la opinión publica apoya, apoyaba hasta ayer, a los chalecos amarillos. Caló en la opinión pública la versión de una población pasando hambre, viviendo en la miseria. Se despertó el sentimiento cristiano de piedad al pobre, la culpabilidad de los opulentos. Los canales intermitentes de TV, se dieron su agosto con los chalecos amarillos, creando la matriz de opinión de gente viviendo en la miseria y para los líderes, el aparecer en la TV, les daba prestigio y liderazgo.

Cortesía de RFI/ REUTERS/Philippe Wojazer

El Estado de bienestar existe en Francia desde finales de la II Guerra Mundial cuando el general De Gaulle firmó un pacto social con todas las fuerzas políticas, incluyendo a los comunistas, entonces, un partido poderoso. Pacto que se firmó en función de las necesidades de una población recién salida de una guerra mundial.

En materia social, el estado social francés es lo más parecido a un Estado socialista. Es raro que en caso de necesidad o de desempleo no se perciba una ayuda social. Y si bien es cierto que algunas franjas de la población tienen dificultades al fin de mes y se sienten asediados por los impuestos, por lo que le reprochan al gobierno haber eliminado el impuesto sobre la fortuna, decisión que se produjo para incitar a los dueños a invertir en Francia en lugar de hacerlo en el extranjero a donde huyen para evitar el monto demasiado alto de impuestos que les exige la ley francesa, – no es cierto que haya gente que se muere de hambre. A medida que pasaban los días, algunos periodistas con sentido de la profesión, fueron mostrando la heterogeneidad de las personas que conformaban el movimiento. Por ejemplo, uno de los líderes más populares, portavoz de los chalecos amarillos, se descubrió cobraba un sueldo de 2.300€ sin trabajar: como funcionario, su actividad había dejado de existir, pero seguía percibiendo su salario.

De allí la necesidad de ir a los trabajos de investigadores como los geógrafos que tienen una experiencia en el terreno. Según el estudio realizado por el geógrafo y profesor de la Escuela Politécnica, Jacques Levy, los chalecos amarillos, contrariamente a lo que se ha dicho y ellos mismos dicen, tienen un ingreso superior a la media francésa que sería de 1.700€. Resultó que los chalecos amarillos son más “ricos” que la media francesa. Es decir un electorado “como el de Donald Trump”: más rico que la media del electorado de Hilary Clinton. Este investigador opina que una especificidad de Francia es que es una sociedad de la desconfianza, actitud que acarrea una forma especifica de acción y que se ve en los chalecos amarillos. Considera que se sienten inquietos por el lugar que ocupan en la sociedad por vivir en las zonas periurbanas. De allí el sentimiento de desigualdad que los acompaña. No dicen que son explotados, sino que son despreciados por los citadinos. Los chalecos amarillos no se expresan como los obreros de antaño, en los que existía un “nosotros”, éstos se expresan de manera individual; la experiencia de la desigualdad no se realiza de manera colectiva. Se rebelan contra el sistema, la mundialización, la mirada del otro, pero no contra un adversario social. “La redistribución social en Francia es más bien eficaz. Es más la naturaleza de las desigualdades que su amplitud”. Y pese a la opinión, es en las zonas periurbanas que la tasa de pobreza es la más débil.

Para este investigador, el problema radica sobre todo en la angustia del futuro. Los jóvenes sienten que un diploma de estudios no les asegura una situación profesional. Un discurso, contrario al transmitido por los medios. Y es cierto, que no se les ve miserables, como repiten sin cesar las elites intelectuales parisinas. Y es cierto, que se les escucha frecuentemente la frase “nosotros sabemos hablar, y comprendemos las cosas” en los canales de TV.

Por lo pronto, el dilema del Estado francés parece insoluble. Todas las clases sociales se sienten agobiadas por los altos impuestos, al mismo tiempo que le exigen al Estado la excelencia de los servicios públicos y la permanencia del estado de bienestar. Los afortunados desertan el país y las clases medias protestan o recurren a la revolución.

La enseñanza es gratuita, – los libros son gratuitos durante la escuela primaria, existe el seguro social universal. Al mismo tiempo, desde que se firmó ese pacto social, la población ha aumentado – es el único país europeo con una natalidad más alta que la mortalidad – y la esperanza de vida también. Si una familia tiene más de tres hijos, percibe una ayuda que equivale a un sueldo.

El problema radica en que llevar a cabo una reforma racional de la economía, de las instituciones, no significa obtener resultados a corto plazo.

También es cierto que el presidente Macron falló en que a la par de realizar las necesarias y urgentes reformas, ignoró que debía también acompañarlas de un particular cuidado hacia los problemas sociales. Su falta de experiencia política abandonó el terreno de la compasión a los demagogos populistas. El mismo reproche que se le hizo en su momento a CAP cuando el Caracazo. El parecido es tanto con el caso de Venezuela, que hasta la chispa que hizo estallar el detonador, fue también el alza del costo del transporte.

Es cierto que la movilización de los chalecos amarillos no ha superado la cifra de más 250.000 a 300.000 personas, ante los 20 millones de electores en todo el país, pero la legitimidad que le ha dado el porcentaje de simpatías de la opinión pública, más el derroche mediático, les han conferido una legitimidad singular. Sin embargo, tras el discurso del presidente Macron el lunes pasado y el anuncio de las medidas para aumentar el poder adquisitivo, además de abrir el espacio a asambleas ciudadanas para corregir las fallas de la democracia, proponer un cuaderno de dolencias en todas las alcaldías para que los ciudadanos expresen sus críticas, las simpatías de la opinión pública comienzan a amainar. En particular, cuando en un momento de alerta máxima debido a peligro de atentado, en que las fuerzas del orden están movilizadas, difícilmente puedan cumplir a la vez con la protección de la población y evitar la acción de los violentos durante las manifestaciones; situación que bien puede ser aprovechada por los autores de atentados.

Según una encuesta que se publicará mañana realizada entre los chalecos amarillos, por el diario de los negocios Les Echos, las simpatías mayoritarias de ese conglomerado, en caso de elección, irían hacia el partido de Marine Le Pen. Y Melenchon, pese a sus expresiones de simpatías, ha sido desplazado del terreno radical.

Es indudable que la figura de Emmanuel Macron se ha erosionado tanto en el plano nacional en donde el porcentaje de simpatías es bajísimo, y en el plano internacional, en particular, en su liderazgo como segundo pilar de la construcción europea.

Sin caer en teorías de complot, la crisis francesa favorece enormemente a Putin y a Trump; ambos poco simpatizantes de la Union Europea. Y no debería parecer casual que ésta revuelta estallara en vísperas de las elecciones europeas. Los chalecos amarillos, pese a ser “apolíticos” van a presentar su candidatura a las elecciones parlamentarias europeas. El vaticinio de Macron del surgimiento de los demonios prestos a cumplir con su obra de caos, no parece imposible. Se puede percibir un parlamento europeo con un porcentaje grande de populistas antieuropeos, que al igual que en Venezuela, han adaptado la democracia a sus designios.

Un hecho a tener en cuenta, cuando el gobierno ofreció dialogar con los chalecos amarillos, aquellos que decidieron hacerlo, fueron amenazados de muerte, por lo que se vieron obligados a no acudir a la cita con el primer ministro. Como declaró Cohn Bendit cuando lo entrevistaron sobre las similitudes de mayo 68: “nosotros luchamos por más libertad y no por cercenarla”.

 

 

 

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