Por Alberto D. Prieto.
Hablábamos la semana pasada de que los separatistas se iban a aprovechar del gesto. Y lo hicieron. Pero cuando Pedro Sánchez decidió llevar el Consejo de Ministros a Barcelona, dentro de su «política ibuprofeno» -como la bautizó el propio ministro Josep Borrell-, ¿qué es lo que pretendía? Si uno piensa bien, se empeña en hacerlo, puede confiar en que la idea era de verdad tratar de seguir dando pasos en el camino de apaciguar, poner las luces largas y tratar de seguir el camino del objetivo benéfico a medio y largo plazo.
Es decir, que una vez que pase su etapa y luego los años podamos pensar que él fue el que cimentó la nueva España. Que supo ver bien lo que había, lo asumió sabiendo que en el empeño se podía dejar su pelazo de guapo a cambio de canas, y arriesgó. Que él fue el que tuvo que gestionar la etapa de transición entre el modelo del 78 -la Constitución que acaba de cumplir 40 años- y la nueva estructura que, por fuerza había que crear porque las cosas habían cambiado.
¿España ha cambiado? Sí. ¿Porque hay unos tipos manipuladores? Yo creo que sí. Y que se les ha dejado manipular porque a los gobernantes les iba viniendo bien en el día a día, en la gestión de los apoyos de conveniencia, en la necesidad de mantener equilibrios. O porque estábamos centrados en el otro territorio con pulsiones separatistas, ese País Vasco en el que unos terroristas mataban..
¿Ha cambiado por otras razones? Bueno, ha pasado el tiempo, han cambiado las generaciones, las circunstancias económicas y sociales, el entorno que ahora es europeo -lo que cambia referencias-, las riquezas familiares, yo qué sé, mil cosas. Y ha habido unos presidentes y presidents que, cada uno con sus decisiones, han dejado un camino andado que el que cogía el relevo no tenía más remedio que asumir.
Y eso tiene Sánchez. Con sus limitaciones, inquinas, rencores, triquiñuelas e intenciones -más o menos egoístas-, ha heredado la España de Rajoy. Que con sus cosas, él también, heredó el carajal de Zapatero y sólo arregló lo económico. Lo otro -el modelo institucional- miró cómo se pudría. Él también hubo de centrarse en otras cosas, como el casi 30% de paro, digo yo.
Pero si uno piensa mal, puede colegir que a lo que iba Sánchez a Barcelona era a gestionar los plazos de su hipoteca en la Moncloa. El gesto, se queme la ciudad, apedreen a los Mossos o se legitime al separatismo a través de un comunicado -que en el fondo está hueco pero en la forma le concede al desafiante la ventaja de que se escribe usando su terminología en el lenguaje-, le ha acercado a alargar la legislatura. ¿Y para qué quiere alargar la legislatura?
Ahí podemos volver a pensar bien o mal: para hacer cosas por el país, como aprobar los Presupuestos, o cambiar el modelo social para que se reparta eso que dijo hace unos meses Luis de Guindos, el entonces ministro de Economía de Rajoy: «Ya hemos recuperado la renta nacional de antes de la crisis». Algunos seguimos preguntándonos aquello de entonces: quién tiene mi 60%.
Pero también puede uno pensar mal, decíamos, y dar por cierta la sintomatología del superviviente: que esos Presupuestos son pegar tiros con pólvora del rey. Quién se puede negar a subir un 22% el Salario Mínimo Interprofesional, darle las ayudas a los 400.000 dependientes cuyo derecho está reconocido pero no las cobran, inversiones, becas… Pero esto sólo sería así de maravilloso si las cuentas fuesen verdad, porque no hay quién se crea su sostenibilidad.
¿Qué es la verdad, pues, de todo esto? La verdad es que Sánchez le regaló un comunicado conjunto al president Quim Torra escrito en su idioma, y se ganó que los separatistas le votaran sí en el Congreso al primer paso de esos Presupuestos.
Así que se jugó el modelo de Estado -más o menos, eso es opinable, y ya han visto que aún no sé si estar de acuerdo siquiera conmigo mismo- por ganarse un mes más de Moncloa.
Y verdad fueron también las tortas en la calle, y las piedras, y los cócteles molotov que le intervinieron a un «defensor de la república». Y que esa nota pública rubricada por un Gobierno de España legitimó al Govern de Catalunya que había azuzado las algaradas.
Aunque donde sí que hubo verdad de verdad fue en el vídeo del mosso que, tratando de contener los disturbios, le pedía al bombero que dejara de participar en ellos:
–Eres funcionario como yo, así que no me ataques, defiéndeme.
-Yo defiendo la república.
–¡Qué república ni qué cojones! La república no existe, idiota…
Ésa sí es la única verdad incuestionable. Y que de la otra mentira viven los dos, el presidente Sánchez y el president Torra.
Alberto D. Prieto es Jefe de Sección de EL ESPAÑOL..