Por Jurate Rosales.
Siempre me ha intrigado la asombrosa incapacidad del venezolano de captar las realidades políticas.
He vivido en muchos países, conozco la desalmada Realpolitik anglosajona, la ilusión francesa de una Francia “grande”, el continuo malentendido italiano entre el pragmatismo del norte y la irresponsabilidad del sur, también el gusanillo español, incapaz de asumir sus raíces unificadoras. Está la siempre inestable colcha de retazos balcánica, víctima de una diversidad que le impide unirse en una sola fuerza. Y terminando el círculo de Europa en agujas de reloj, está la férrea disciplina prusiana teniendo en su flanco oriental a la extensión rusa dispersa, indescifrable y amenazante.
Luego, la segunda parte de mi vida ha transcurrido en Venezuela, un país muy joven y por lo tanto – ingenuo. Comparado con la vieja Europa, que cuenta sus experiencias políticas, bélicas e incluso religiosas no sólo en número de siglos, sino de milenios, los doscientos años de independencia de Venezuela son apenas un parpadeo de la Historia. No es de asombrarse, por lo tanto, de que mucho le falta por aprender.
A mi juicio, el error de crianza de esa jovencita que es Venezuela, ha sido tan grave, que ahora es imprescindible corregirlo de alguna manera. Consistió en darle a cada venezolano una educación cargada de mitos, lo cual unido a las tremenduras propias de toda juventud, le ha impedido, cuando por fin se acerca a la mayoría de edad, asentar cabeza y dejar de creer en los cuentos de hadas.
Sus mitos han sido aquellos héroes de la independencia, que adornaban las páginas del primer manual que todo venezolano ha tenido en sus manos, aquel Arco Iris, repleto de imágenes de Bolivar, Sucre y una lista de héroes en brillantes uniformes militares de la guerra de independencia. Por supuesto que Venezuela ha sido el país que liberó a Suramérica y esto es motivo de orgullo, pero no es esto una razón para esconder que todos esos jefes militares fueron hombres de carne y hueso, con sus virtudes y sus lados flacos. No culpo el hecho de verlos como ejemplo, sino el de haber inculcado una imagen ilusoria, carente de los claroscuros de la vida real. No he encontrado sino muy pocos venezolanos, capaces de concebir que la gesta independentista debe ser estudiada como una época decisiva, pero sin transformarla en un mito.
Siempre me ha intrigado ese error de colocar en el primer año de primaria de cada niño venezolano el tema de los héroes con Bolívar de primero y encajar cada alumno de por vida en un mito del héroe sin mancha. Ya lo observaba con preocupación a través de los manuales de mis hijos, pero pude palpar todo el peligro e importancia de esa inducción psicológica, el día en que entrevisté largamente a Hugo Chávez, en 1994, antes de que cayera bajo la sujeción de Fidel Castro y cuando todavía hablaba como venezolano libre. Estaba claro, que su admiración por Bolívar era verdadera, sincera y justificada.
Tengo grabadas sus palabras en aquella entrevista (fueron publicadas en Zeta). Hablaba de la influencia del tema bolivariano en la Escuela Militar: “Bolívar nos tomó a nosotros …entonces allí, el sueño bolivariano me tomó, no fue que nosotros lo tomamos a él como bandera interesados para construir un proyecto … Bolívar movió la integración latinaomericana, pero no para dominar, Bolívar fue al exterior a sembrar libertad … dio muestra de un desprendimiento personal como nadie quizás en la historia venezolana”.
Hoy estoy convencida que el inmenso despilfarro de la riqueza de Venezuela, Chávez lo inició convencido de que al financiar media América hacía realidad el sueño de Bolívar. Fidel Castro lo alentaba, al tiempo que dejaba la mayor parte de esa generosidad “en y para Cuba”. Porque Castro estaba claro, el venezolano era un soñador y Castro lo utilizaba. Las consecuencias todavía las estamos padeciendo.
El problema de esos entusiasmos inculcados en cada venezolano desde la primaria, es que siguen, no han cambiado. Los atribuyo a los pensa escolares elaborados por un hombre que no era un estadista, “El Orejón” Luis Beltrán Prieto Figueroa, creador de esos manuales escolares que forjaron a partir de entonces en Venezuela, generaciones de adultos imbuidos del mito presidencial y universal, como lo fue Bolívar. Noto que antes de la instauración de los pensa escolares de Prieto, la generación anterior – Betancourt, Caldera, Barrios, Pérez Alfonzo, Velásquez y otros, sí eran una generación de estadistas, libres de gríngolas en su visión de lo que es Venezuela y claros en cuanto a cuál debe ser su política.
Veo actualmente iniciarse un año nuevo 2019 bajo un signo aciago, con un universo internacional angustiado por ayudar a los venezolanos y una dirigencia opositora cegada por una deformación psicológica, creada desde la niñez por el mito del prócer redentor. Cada uno se cree ungido, así como se creyó ungido Hugo Chávez. Cada uno se cree predestinado a ser presidente, se anulan mutuamente y dejan incluso el mundo exterior desconcertado al ver que no hay ni siquiera con quien conversar de una manera coordinada y sensata. Simplemente, porque no hay quien fuera capaz de ver las cosas como son, y no como se la imaginan a través de un manual de primaria que los marcó para siempre.
Por cierto – no me digan que exagero. Lo impreso en la mente infantil es tema de numerosos tratados de psicología y explica actitudes de masas, las de naciones y finalmente reconoce que pueden ser la raíz de masivos eventos políticos.
Venezuela es una víctima de ese fenómeno que salta a la vista. Hugo Chávez fue una presa de esa educación y lo fue con consecuencias que destruyeron su gobierno y su país. Lo grave es que la causa del mal, en vez de corregirse, sigue vigente y abarca a varias generaciones, sin que exista algún esfuerzo para identificarla, explicarla y neutralizarla. Por el contrario, a los nefastos pensa que con la mejor voluntad del mundo inició el “Orejón Prieto”, se agregan ahora los manuales que unen a Bolívar con Chávez y los presentan a ambos, como el ejemplo a seguir.
Lograr un despertar nacional, sobre todo en la generación de los actuales “líderes”, exigiría de una terapia para sustituir los clichés impresos en la infancia por una objetiva comprensión de las realidades. Algo difícil de conseguir, pero quizás no imposible si las circunstancias, cada vez más crueles, terminan deslastrando a cada líder de ínfulas cegadoras, adquiridas desde su tierna infancia.