Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
***No nos dejemos arrebatar la alegría y la esperanza. Construyamos el futuro participando activamente para que la luz brille por encima de las tinieblas.
Navidad no es un paréntesis en la vida ordinaria para olvidarnos del compromiso que tenemos como ciudadanos y como creyentes en el acontecer de la vida. La navidad es más bien un tiempo especial para retomar el auténtico camino de todos los días del año: redescubrir los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos para darnos cuenta que sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.
Por eso, mi deseo de feliz Navidad, indicó el Papa Francisco, es un deseo de fraternidad. Fraternidad entre personas de toda nación y cultura. Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro. Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan. Y no podía el Papa olvidarse de Venezuela en su homilía de nochebuena: “Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población”.
Las diferencias deberían ser una riqueza y no un daño o un peligro. He ahí el reto que tenemos para no dejar que sea una única forma de conducir la sociedad la que nos convierta en esclavos de una ideología, robándonos la libertad, la tranquilidad, el afecto de los seres queridos y la preocupación para quienes están lejos de nosotros en pensamiento o en acción. Una sociedad violenta, sometida, atemorizada no conduce a la fraternidad ni a la creatividad.
La Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz divina nazca y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita a renovar el compromiso evangélico de anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo. Jesús, en realidad, nace en una situación sociopolítica y religiosa llena de tensión, agitación y oscuridad. Su nacimiento, por una parte esperado y por otra rechazado, resume la lógica divina que no se detiene ante el mal, sino que lo transforma radical y gradualmente en bien, y también la lógica maligna que transforma incluso el bien en mal para postrar a la humanidad en la desesperación y en la oscuridad: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn. 1,5).
Se nos anuncia un año 2019 cargado de nubarrones e incertidumbres. Es hora de ser creativos, de no dejarnos subyugar ni dejarnos arrastrar por el torbellino de la fuerza y la violencia. Hay que tender puentes y ayudarnos los unos a los otros a ser cada día más conscientes de que tenemos que cambiar, en lo personal y en lo colectivo. El empobrecimiento al que estamos sometidos es claro indicio de que esa no es la senda de la felicidad ni de la fraternidad. La paz es obra de todos, forzando a quienes quieren por la fuerza y la irracionalidad sumir a nuestra patria en la desolación y el hazmerreír.
Que estas navidades y la cercanía del año nuevo sean una ocasión para no dejarnos arrebatar la alegría y la esperanza; pero también es el tiempo para no cruzarnos de brazos y convertirnos en meros espectadores. El futuro se construye en el protagonismo y la participación para que la luz brille por encima de las tinieblas. ¡Feliz año nuevo!