El “Che” Guevara (i), Raúl (c) y Fidel Castro (d) entran triunfantes a La Habana en enero de 1959. Foto: Cortesía de la Revista Bohemia.

60 años de dominación y fracaso castrista

El “Che” Guevara (i), Raúl (c) y Fidel Castro (d) entran triunfantes a La Habana en enero de 1959. Foto: Cortesía de la Revista Bohemia.

Por Alfredo Michelena.

Hace 60 años Fidel Castro entraba a La Habana sin echar un tiro, paradójicamente hace 20, Hugo Chávez llegaba a Miraflores. Ambos proyectos de país han fracasado y causado desolación en naciones prósperas que cometieron el error de apoyarlos y ahora están atadas a la rueda de una Historia que reorientar les está costando “sangre, sudor y lágrimas”. 

El mito

Carlos Rangel en su famoso libro Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) advierte como hay una culpa occidental por la conquista de América al haber corrompido al hombre bueno que encontraron en “estado de naturaleza” (Jean-Jaques Rousseau) imponiéndole la cultura occidental, por lo que aceptan y apoyan al “buen revolucionario” quien viene a vengar y reparar el daño hecho.

Fidel Castro concreta ese mito, el cual montado en el antiamericanismo termina de conquistar a los europeos y en general al mundo. Un mundo que salía del colonialismo y que veía con recelo al imperio yanqui. El antiimperialismo y en especial el antiamericanismo tienen muchos seguidores en Europa, pues como argumenta Jean Françoise Revel, es una enfermedad europea. Pero también entre importantes sectores islámicos que se oponen a la cultura occidental. Sin olvidar a los seguidores de lo postulado por el uruguayo José Enrique Rodó en su Ariel, donde argumenta la superioridad de la cultura latinoamericana sobre la anglosajona.

Esa mitología se articula con la de los caudillos que vienen a liberarnos de  los opresores, sean domésticos o foráneos. Y Fidel, el “ché” Guevara y los barbudos de la Sierra Maestra encarnan esta mitología.

Las medio verdades

En cuanto a la Cuba prerrevolucionaria, se argumenta que era el “burdel de los EE.UU.”, un país pobre,  analfabeta y por supuesto una colonia norteamericana.

Sin duda La Habana se había consolidado como un lugar de diversión para los norteamericanos. Los casinos no eran pocos, entre ellos, el cabaret Sans Souci, el Habana Riviera, el Nacional, el Montmartre Club y los de  los hoteles Sevilla-Baltmore, Commodoro, Deauville y Capri. Y en esto de la participación de la mafia fue un hecho cierto. El más conocido capo fue Meyer Lansky, llamado el “contador de la mafia», conocido por lavado de dinero, quien movía mucha gente de Las Vegas, Reno, y Nueva York a los casinos de la isla, muchos de su propiedad. Fulgencio Batista, el presidente cubano, pasaba raqueta del 10% de las ganancias.

El papel de los EE.UU. en la creación de  Cuba como nación fue clave, pues su independencia fue reconocida por el Tratado de París (1898) que dio fin a la guerra de EE.UU. y España.  Pero  la relación con los EE.UU impedía una total emancipación pues la famosa enmienda Platt establecía un derecho de intervención en la política interna de Cuba. La enmienda se impuso hasta 1933, cuando el presidente Grau San Matín la elimina. Pero esa intervención tuvo y tiene dolientes. 

Las mentiras

Por otro lado, los EE.UU. era el principal socio comercial de la isla y su relación había modernizado mucho a esa sociedad. Tanto que según el historiador cubano, Sergio Guerra Vilaboy, «Cuba tenía la mayor cantidad de televisores y radios de la región”. En número de autos y periódicos por mil habitantes, Cuba se ubicaba en quinto y tercer lugar en la región en 1958, respectivamente,  según nos dice el reconocido economista  y profesor de la Universidad de Pittsburgh Carmelo Mesa-Lago, quien a su vez  considera que  “En vísperas de la Revolución, Cuba se colocaba entre los primeros países de América Latina en varios indicadores económicos y sociales, tales como Producto Interno Bruto (PIB) por habitante, control de la inflación, estabilidad fiscal, inversión relativa al PIB, alfabetización, mortalidad infantil, esperanza de vida y cobertura de pensiones”.

Cuba no era un país pobre y marginal sino que estaba entre los de mayor desarrollo de la región según sus indicadores socioeconómicos, aunque había una gran desigualdad entre el campo y la ciudad, como en casi toda Latinoamérica.

“El Producto Interno Bruto por habitante de Cuba”, nos dice  el profesor Mesa-Lago, “la colocaba en 1958 en tercer lugar de la región, sólo superada por Venezuela y Uruguay”. Así como que “la formación bruta de capital fijo relativa al PIB era del 17,6% en 1957, la quinta más alta en la región” y  la inflación era “virtualmente cero”.

El desarrollo cubano

Cuando se evalúan los avances de la revolución cubana, el saldo no es nada alentador.  Todos lo sabemos, pero las cifras oficiales ocultan la tragedia cubana. Tanto que las cifras oficiales ya no aparecen en los totales mundiales y latinoamericanos del Banco Mundial.

Recientemente, el economista cubano y profesor de la Universidad Javeriana de Colombia, Pavel Vidal, revisó esas cifras  y mostró que, por ejemplo, el PIB per capita de 2014  es de “$3,016, mucho más bajo que el dato de $7,177 que se obtendría directamente de las cuentas nacionales cubanas empleando la tasa de cambio oficial”. En su estudio concluye  que al comparar a Cuba con 10 países de la región similares (Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, Jamaica, Panamá, Paraguay, R. Dominicana y Uruguay)  “la economía cubana ya no es la más grande ni la de mayor ingreso per cápita”. En realidad: “mientras Cuba se rezagaba, otras economías crecían y escalaban en su posición relativa, tales como Ecuador, República Dominicana, Panamá, y Costa Rica”. Y afirma que “en 2014 el PIB cubano total y per capita medido en dólares corrientes PPA (ajustados por Paridad de Poder Adquisitivo) se ubicaba alrededor de un 30% por debajo de los niveles de 1985”.

En pocas palabras, el experimento económico de la revolución es un fracaso.

Otros estudios muestran que  para 2018, el PNB per capita PPA, de 30 países  de la región, Cuba ocupa la posición 25, superando solo a Guatemala, Guayana, Nicaragua, Honduras y Haití. Y de 12 islas caribeñas, Cuba es la número 11, sólo por delante de Haití.

 Ayudaditas y embargo

Cuba sufrió un  colapso grande  en tiempos de  lo que se llamó el “período especial”- cuando la URSS desaparece y con ella los subsidios. Se recupera  con la llegada de Chávez al poder. Para ese entonces “Venezuela provee créditos, subsidios e inversión que se estima ascendieron a US$9.405 millones en 2008 (más que en ningún año con la URSS en los 30 años de su relación con Cuba)”, nos dice Mesa-Lago. Pero esa recuperación apenas sirve para acercarse a los indicadores de lo que fue la Cuba prerrevolucionaria.

Los Castro siempre le han echado la culpa de todo su fracaso al “embargo” que ha dictado los  EE.UU. a su economía, pero  en realidad  “desde el 2002, el grueso de la importación de alimentos proviene de los EE. UU. que era el quinto socio comercial de Cuba en el 2007”.  Todos sabemos qué es un problema del modelo de desarrollo basado en una economía comunista y el sometimiento de la sociedad civil.

Lo social

Cuba se ha vanagloriado de sus avances en salud y educación.  En la salud  muestran con orgullo indicadores que han logrado mantener en alto como los tenían antes de la revolución o los han mejorado. Por ejemplo, la mortalidad infantil de Cuba ha sido la más baja de la región tanto en 1957 como en el 2007. Eso si las cifras oficiales son correctas, que como sabemos no lo son.

Pero, como lo señala Mesa-Lago hay otras cifras que muestran un deterioro como que “la inmunización de la población disminuyó en un 65% entre 1989 y el 2007”. Así como que ha habido un deterioro “considerable de la infraestructura de agua potable y saneamiento que explica en parte el crecimiento de la hepatitis en un 33% entre 1989 y el 2007”. O como que “el consumo de alimentos en mal estado provocó el ascenso de la intoxicación de alimentos en un 59%.”

Y aunque “los médicos por 10.000 habitantes saltaron seis veces y elevaron a Cuba del tercer al primer lugar”,  es bien sabido que estos “médicos” no son realmente médicos. Y no solo lo decimos los venezolanos por experiencia, sino que no han podido aprobar sus reválidas de esos títulos en otros países latinoamericanos. Pero no basta con la tención médica si “las farmacias estatales carecen de la mayoría de las medicinas básicas, que los enfermos deben comprar en las TRD”- es decir tiendas que se pagan en dólares.

Para mediados de los años cincuenta, 76,4% de la población cubana sabía leer y escribir, lo que para la época ubicaba a la isla de cuarta posición en América Latina. Luego las cifras oficiales hablan de casi un 100%  de alfabetización. Esperemos que esa cifra no sea como la que certificó la UNESCO en Venezuela.  También  nos dice Mesa-Lago que  “la matrícula terciaria, que había caído durante la crisis, experimentó una explosión a partir del 2003, saltando veintidós veces en todo el período y poniendo a Cuba en primer puesto en el 2006.” Al igual que comentamos anteriormente, se espera que no haya sido como lo que sucedió en Venezuela con la explosión de nuevas universidades cuyos curricula y nivel académico dejan mucho que desear.

La pobreza

Cuba presenta un Índice de Desarrollo Humano alto según las cuentas de Naciones Unidas, pero como dice Mesa Lago, con base al estudio de Vidal,  en este índice se “…ha estado sobrestimando sistemáticamente el Producto Interno Bruto per capita de Cuba. Si ellos prestan atención a este estudio, Cuba va a caer muchísimo en el índice».

Basta visitar la isla para palpar la pobreza. Pero aún con datos oficiales se sabe que el sueldo medio cubano en la última década, pasó de CUP 415 (US$ 16,6 ) en 2008 a CUP 767 (US$ 30) en 2017. Es decir un dólar diario, cifra que para los organismo internacionales definiría la línea de pobreza. Línea que ahora se ha ajustado a US1, 90 producto de la inflación.

La abrumadora pobreza en si misma muestra el fracaso de una revolución sexagenaria.

Lo político

No vale la pena repetir a nuestros lectores lo que ya saben, es decir, que el sistema imperante en la isla no es democrático, que la población está sometida, vigilada y controlada por el Estado a través de los Comité de Defensa de la Revolución y otros mecanismos de represión, además de que se violan los derechos sociales y políticos de los ciudadanos.

Pero si cabe recordar que a los cubanos les pasó lo mismo que a los venezolanos, es decir que al intentar acabar con un gobierno como el de Batista, no entendieron que entregaban el poder a una camarilla cuyo objetivo era acabar con el capitalismo e imponer a “patria o muerte” el comunismo. Un comunismo que Fidel negó que fuera su objetivo, como lo hizo Chávez en su momento. Muchos cubanos de buena fe, demócratas e incluso antinorteamericanos, que resentían el papel de los EE.UU. en Cuba,  acompañaron a los barbudos de la Sierra Maestra. Algunos terminaron en el paredón, otros huyeron hacia Miami.

La utopía y el mito

La revolución fracasó como una utopía de cambio para mejorar las condiciones de vida de los cubanos y de desarrollo de la isla, pero triunfó como un experimento de una vanguardia que ha logrado enclavarse en el poder por tiempo indefinido.  Lo mismo vemos en Venezuela.

Si bien muchos que han vivido este horror o lo conocen rechazan el comunismo, otros extrañamente se siguen aferrando al mito de comunismo/socialismo y argumentan que lo que ha fracasado es su implementación Pero en los 101 años de estos intentos, que comenzó en Rusia, el fracaso ha sido total. Y si hablamos de China ellos recurrieron al capitalismo para desarrollarse aunque el partido comunista sigue controlando a esa sociedad férreamente.

El mítico Fidel Castro, al llegar al poder prometía: “…convertiremos a Cuba en el país más próspero de América, hemos dicho que el pueblo de Cuba alcanzará el nivel de vida más alto que ningún país del mundo».

A 60 años, es tiempo de que la “Historia lo juzgue y no lo absuelva”.

Sem 1/ 2019