Por CARLOS ALBERTO MONTANER
El régimen de La Habana está desesperado. Pretende que Joe Biden, cuando comience a gobernar, le saque las castañas del fuego. Venezuela está en la lona. La crisis no tiene fin y se agravará con cada día que pase. Las relaciones con Rusia no son buenas. Cuba no tiene dinero para pagarle a Moscú las obligaciones a las que se había comprometido.
El problema coyuntural es la pandemia, pero el problema de fondo es el sistema. No funciona. No ha funcionado nunca en ninguna latitud ni con cualquier tipo de líderes. Sencillamente, si se trata de crecer e innovar, no hay sustituto para el sistema de propiedad privada y mercado. Los chinos y los vietnamitas lo han demostrado otra vez. Es cierto que no tienen regímenes democráticos, y eso es una gran calamidad, pero al menos tienen desarrollo. Cuba carece de desarrollo y de libertades y quiere que otros le financien el desaguisado.
No creo que Biden muerda el anzuelo. Por lo pronto, tiene dos mensajes contradictorios sobre la mesa. Uno es de John S. Kavulich, el más viejo de los lobistas pro Cuba en Estados Unidos, en el que le promete el oro y el moro si levanta el embargo y las sanciones impuestas por Trump, y le propone 15 nombres de otros tantos personajes de las finanzas o la política estadounidense para servir de embajadores en Cuba, que deben ser más “negociadores” que diplomáticos.
El otro mensaje es de William M. LeoGrande (American University) y Peter Kornbluh (National Security Archives), dos viejos procastristas, publicado en The Sun Sentinel, en el que le advierten al presidente electo, desde el título, que “Para la política hacia Cuba el ‘dando y dando’ está condenado al fracaso”. Lo que quiere decir, es que se olvide de pedirle al gobierno cubano que abandone a Maduro o moderación en su política exterior, porque no se puede tocar ni con el pétalo de una rosa el tema de la soberanía cubana.
En realidad, Biden no tiene que tomar una decisión precipitada en el tema cubano. El régimen cubano es el que necesita desesperadamente a Estados Unidos y no al revés. Estados Unidos puede sentarse a esperar y tener en consideración varios asuntos muy notables.
Primero, es cierto que, como le dijo John Kerry a Andrés Oppenheimer (CNN en Español), que el régimen cubano no había actuado como esperaba el presidente Obama a la apertura sincera que le ofreció su administración. Había arreciado la represión dentro de Cuba (encarceló, entre otros, a José Daniel Ferrer, un famoso disidente cubano).
Segundo, la situación en Cuba no es la misma que en diciembre de 2014, cuando se reanudaron las relaciones entre los dos países. Se lo dijo Eric Farnsworth, VP del Council of the Americas, a la periodista Nora Gámez Torres en un artículo en el Miami Herald y el Nuevo Herald. Ni tampoco es la misma situación que en 2016 cuando Obama viajó a La Habana y pronunció un formidable discurso que le valió un ataque muy revelador por parte del castrismo.
Tercero, no todo lo que hizo Donald Trump estaba equivocado. Fue correcto mudar la sede diplomática a Jerusalén, revisar el tratado con Irán y organizar el respaldo internacional a la oposición democrática venezolana. De la misma manera, castigar a los corruptos y a los violadores de los Derechos Humanos con sanciones personales, que se iniciaron con Bill Clinton y Barack Obama, tienen un amplio respaldo en el mundo entero y en la sociedad norteamericana.
Cuarto, es legítimo que Biden trate de conquistar para el Partido Demócrata al estado de la Florida en las próximas elecciones. Posee 29 votos electorales. Es difícil que eso se pueda lograr sin el respaldo cubano, venezolano y nicaragüense. En ese sentido, las sanciones personales contra los violadores de los Derechos Humanos y los corruptos son medidas plausibles.
Quinto, 10 presidentes, antes que él, intentaron el quid pro quo. Incluso, el demócrata Jimmy Carter le propuso al régimen cubano abandonar África a cambio del levantamiento del embargo. Pero en ese momento estaba vivo y mandaba Fidel Castro, el más tenaz de los gobernantes antiamericanos. Fidel ya no existe. Raúl casi tampoco, pero lo más importante es que en la Isla apenas hay defensores de un sistema radicalmente empobrecedor.
En todo caso, un gran experto en las relaciones de Estados Unidos y Cuba, me escribió algo que me dejó pensando: “Las medidas del trumpismo y otras anteriores se pudieran revisar unilateralmente a la luz de avances concretos, verificables e irreversibles en el proceso de reformas internas en Cuba, emprendidas por el gobierno cubano en el campo económico y de derechos civiles”.
Antes me había dicho que el régimen, si quería abrirse, tenía una oportunidad dorada con el Movimiento San Isidro, un grupo de artistas y músicos que protestaron de la represión.
Por ahí, sospecho, van los tiros.
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Esta columna fue originalmente publicada en «El Nuevo Herald», de Miami el domingo 3 de enero.