Borrando las huellas de la pezuña

REUTERS - ANDRES MARTINEZ CASARES

Por ANDRÉS CALECA

La acción constrictora de la camarilla aposentada en Miraflores, no deja hueso sano. El aparato productivo, la infraestructura, la red de salud, la educación, el transporte, los medios de pago, los servicios, el comercio, la banca; todo ha sido destruido después de 20 años de poder desmesurado, incompetente y corrupto. Las cifras, las imágenes, el inventario de la tragedia, son aterradores y los conocemos, lo sufrimos y lo vivimos: las huellas de la pezuña están marcadas en todo el territorio nacional.

Sin embargo, el daño más profundo y más difícil de reparar, es el causado al tejido social y político que durante cien años, a trancas y barrancas, habían hecho de Venezuela una democracia relativamente moderna y estable en el contexto latinoamericano. Con una población que había logrado de manera más o menos constante, el anhelo primario de todos los seres humanos: que cada generación viviese en mejores condiciones materiales y espirituales que la generación precedente.

Hoy estamos 100 años atrás: un régimen autoritario que  luce interminable e invencible; un aparato represivo cruel y omnipresente; presos políticos, tortura, desaparecidos, exiliados; sindicatos, gremios y asociaciones civiles disminuidos, cooptados por el poder, amenazados, acorralados. Partidos políticos intervenidos, prohibidos, confiscados. Todo, con el telón de fondo de la más descarada, grotesca y generalizada corrupción que haya conocido la República.

El resultado: la primera emigración de venezolanos en la historia, la indefensión ciudadana, la desesperanza, la desmovilización; eso que los sociólogos llaman la anomia de la sociedad. Una nación que se desvanece ante nuestros ojos.

Estamos obligados a reaccionar con inteligencia, con sentido de realidad, con acierto; sin subestimar al adversario ni sobrestimar nuestras fuerzas. No hay alternativas ni excusas, no hay tiempo.

Lo primero, definir el objetivo y a partir de allí, delimitar los campos: la lucha que tenemos planteada es la lucha por la democracia. No es nuestra solamente. La contraposición entre democracia y autoritarismo, no superada a pesar del optimismo de muchos a raíz de la implosión de la Unión Soviética, es la contradicción fundamental de nuestro tiempo y es antagónica; aquí, en nuestro país es, además, agónica, como hemos descrito. Por eso no puede haber complacencia, componenda, medias tintas y dobleces, con la camarilla gobernante, cuya vocación totalitaria va más allá, incluso, del autoritarismo.

Levantar la bandera de la democracia como centro de la propuesta del renacer de la nación; capaz de unificar el mensaje; hacerlo desde nuestra propia historia, la cual es relativamente reciente; despertar la pulsión democrática del venezolano, adormecida pero presente en nuestro inconsciente colectivo desde el propio nacimiento de la República; motivar y dar sentido a la existencia social de esa gran mayoría de venezolanos que rechaza la autocracia para poder transformarla en una mayoría política, debe ser el norte claramente definido.

Socialcristianos, socialdemócratas, liberales, conservadores; demócratas de derecha, de centro, de izquierda; dirigentes políticos, sindicales, gremiales; empresarios patriotas, obreros, intelectuales, estudiantes, profesionales; toda la voluntad general de la nación, debe unirse en un programa de mínimos para restablecer el imperio de la ley, el Estado de derecho, las libertades ciudadanas y políticas. No hay excusas, tampoco letras pequeñas que valgan ante la inconmensurable desgracia que padecemos. Unidad de propósitos y unidad de acción.

Acción para derribar los muros que artificial e interesadamente han levantado entre los venezolanos, muros de nivel económico, de clase, de espacio, de intereses; para que las luchas diarias de nuestros ciudadanos por denunciar las deplorables condiciones de vida a la que son sometidos; por la luz, el gas, el transporte, los salarios, la seguridad, contra la represión despiadada en barrios y urbanizaciones populares, se transforme desde sus niveles actuales de desesperación, de amargura y a veces hasta de venganza, en lucha política por un cambio de régimen hacia la libertad.

La fortaleza de la alternativa democrática venezolana, radica en la indoblegable voluntad de resistir y protestar que ha demostrado y demuestra nuestro pueblo diariamente a lo largo y ancho del país. Su debilidad es la falta de conciencia y direccionalidad política de esa resistencia y de esa protesta.

Superar la situación, obliga no solo a la unidad de propósitos que hemos planteado, sino también a convertirla en unidad orgánica. Hay que reconstruir ya una plataforma común donde confluyan todas las expresiones democráticas existentes. Con un mensaje unificado, diáfano, concreto. Con una dirección disciplinada, con iniciativa, preparada, cohesionada y capaz de superar los errores que puedan haberse cometido, convirtiéndolos en aprendizaje y experiencia.

Una plataforma democrática nacional que logre hacer coincidir metódica y organizadamente, los tres grandes escenarios de la gigantesca lucha planteada: la consistencia teórica, estratégica, el programa nacional y el objetivo supremo que es la democracia, en primer lugar; con la política organizada, estructurada, la formación y capacitación de dirigentes, propagadores, agitadores, motivadores, organizadores, en todo los ámbitos y en todo el territorio (incluso en los lugares que habita nuestra diáspora), en segundo lugar, y con la lucha práctica, diaria, reivindicativa, económica, de subsistencia de todos los venezolanos, en tercer lugar.

Si esto es posible solo con la creación de un gran partido democrático, pues hagámoslo sin pequeñeces ni mezquindades. Total, los partidos históricos han sido confiscados, ilegalizados, destruidos por la acción de los tiranos. Si lo conveniente es una federación de partidos democráticos con una autoridad federal única, también. Si es una coordinación de partidos y organizaciones de la sociedad civil, es posible.

Pero lo realmente importante es la unidad de propósitos y de acción, en el entendido de que no hay ni habrá atajos; que la lucha será cruenta y larga; que será en todos los terrenos y en todos los terrenos habrá que darla; que el trabajo de organización, de formación, de difusión, será arduo y constante; que el compromiso debe ser firme en el rechazo a las aventuras, al inmediatismo, al golpismo; pero también en el rechazo a la conciliación con el enemigo, a la zalamería, a la componenda, a la trapisonda y la politiquería.

Mujeres y hombres dignos y valientes hay de sobra en este país; en todos los sectores y en toda la geografía nacional. El campo de batalla está esperando. Que nadie se rinda. El enemigo perdió definitivamente el apoyo del pueblo. Con la democracia como estandarte, la lucha sigue y el ideal democrático no puede y no va a morir en Venezuela.

Salir de la versión móvil