Por CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO
Hace 150 años el Papa Pío IX declaró a San José patrono de la Iglesia universal. El actual Pontífice Francisco nos ha sorprendido con la invitación a vivir un año especial dedicado a San José, padre de Jesús y esposo de María, figura clave en la historia de la salvación. Es realmente un regalo inesperado pero oportuno, en un mundo en el que sólo aparecen en el estrellato de los medios los que figuran como vedettes de los más variados y contradictorios escenarios. Los de a pie, los insignificantes figuran en las últimas páginas de los periódicos y en las crónicas de sucesos; pero rara vez se destacan por sus virtudes y realizaciones. Ejemplo desconcertante ha sido en estos días la valerosa monjita que se arrodilló delante del piquete de policías que iban a masacrar a jóvenes manifestantes en Myanmar. Más vale lo sencillo y desarmado para paralizar la fuerza bruta e irracional de la violencia.
San José es un personaje aparentemente “de relleno” en la narración bíblica. Como Melquisedec, figura enigmática pero profética. José no es un personaje principal en la historia de la encarnación, pero es clave en el gran misterio de fe que es la historia de la salvación. Fue pieza clave del protagonista principal, Jesús, a quien ayudó a cumplir su misión salvadora y junto con María, forma la familia de Nazaret, hogar que es también taller en el que se gesta todo y al cual hemos de mirar y contemplar siempre.
José no profirió una sola palabra en los libros sagrados, sin embargo, aparece como un humilde carpintero, desposado con María, dispuesto a hacer la voluntad de Dios en la difícil circunstancia de acompañar a una mujer encinta a la que en sueños quería abandonar sin dañar su fama. En sueños recibió el mensaje del ángel y prosiguió su camino. De esta escena surge la devoción que el Papa Francisco profesa con cariño, San José durmiente, novedosa para muchos de nosotros, pero envuelta en un profundo significado. Sueño que abre a una realidad superior que lo hizo acompañar el nacimiento en un pesebre, por ser pobres y no tener lugar en las posadas de Belén. Testigo de la adoración de los pastores y magos, representantes del pueblo pobre y fiel de Israel y de los pueblos paganos.
En el quinto aniversario de la exhortación Amoris laetitia, el Papa ha querido unir esta efemérides con un año dedicado especialmente a la familia, una de las prioridades para la Iglesia de estos tiempos. En la familia se hacen las personas y para nosotros creyentes es el lugar primario donde también se despierta, se ayuda a crecer y se vive la fe. Allí aprendemos, también, el gran valor del cuidado de los demás, especialmente de los más necesitados; la huida a Egipto es señal de emigración porque peligraba la vida del niño. La familia es el lugar donde somos valorados y queridos por lo que somos, y no tanto por lo que hacemos o por las cualidades que tengamos.
La devoción a San José está muy extendida entre nosotros. Son numerosos los lugares y establecimientos puestos bajo su patronazgo. Iglesias y ermitas dedicadas a su nombre abundan por doquier. Es uno de los nombres más comunes de nuestra gente y es el distintivo de nuestros santos: la beata María de San José, la beata Madre Candelaria de San José, y ahora, el de nuestro José Gregorio, muy pronto elevado a los altares. Cuántos José Gregorios hay en Venezuela, es un secreto bien guardado, la mayoría de ellos ligados a algún favor o milagro pagado en acción de gracias por la intercesión del médico de los pobres.
Que este año dedicado a San José y a la familia nos haga discípulos misioneros del valor del silencio, de la constancia, del cuidado, del trabajo tesonero, de la ayuda mutua, proclamada a gritos no con palabras sino con los gestos y el testimonio de una vida en la que la centralidad del descartado, del marginado, del de la periferia es, debe ser el centro de nuestra acción. Que el objetivo de este deseo del Papa Francisco haga crecer el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución. Buena falta que hace en esta Venezuela transida por tantos virus que matan el amor verdadero.