Por FRANCISCO POLEO
Aunque la prioridad de Biden sea encarrilar al país tras el tormentoso paso del Covid, no pierde tiempo en otros frentes. Demasiado terreno por recuperar. Por su determinación, pareciera que no sólo en los últimos cuatro años.
Las políticas aislacionistas, históricamente contraproducentes para Washington, agarraron al rey Trump con los pantalones abajo en el peor momento: el de una pandemia que no cree en fronteras cerradas. Dónde ejerció la diplomacia y, en consecuencia, fomentó las alianzas, como en el Medio Oriente, obtuvo buenos resultados. Sin embargo, eso fue un oasis. Blandengue con Putin, enfrentado a Xi sólo cuando los negocios se cayeron por la aparición de la pandemia, el uso de Latinoamérica sólo como bandera electoral y una agria relación con los líderes europeos. Esos cuatro años de repliegue americano fueron una bendición tanto para Moscú como para Putin.
Es el panorama con el que se encuentra Biden. Tras enderezar el rumbo con la pandemia -vacunación y recuperación económica viento en popa-, aprovechó para, en la misma semana, cantarle las cuarenta tanto a Putin como a Xi. Del zar ruso se encargó personalmente, llamándolo “asesino” y rechazándole una reunión con la displicente excusa de una agenda muy ocupada. Directo en el ego de Vladimir. El mensaje a la dictadura china se lo hizo llegar con Anthony Blinken. El secretario de Estado se reunió en Alaska con su par chino en una de las reuniones particularmente áspera. Comparemos este duelo entre los dos cancilleres con la amable cena entre Trump y Xi en Mar-a-Lago, el club de veraneo del ex mandatario. Entonces, el rubio le pidió a Xi que lo apoyara en las elecciones, tan desesperadamente que hasta le elogió el trato con las minorías Uighur, las mismas que están recluidas en campos de concentración en uno de los mayores escándalos de violación de Derechos Humanos actualmente.
Para Rusia es un asunto existencial desestabilizar a Estados Unidos y a Europa. Lo hace por la misma razón que invade a los que considera sus satélites: miedo. Miedo a perder a la “Madre Rusia”, porque los rusos no se sienten europeos, ni occidentales, ni tampoco orientales. Se sienten rusos, y ya. El caso del expansionismo chino es distinto. La vocación imperial es a largo plazo, pero en este momento está viviendo una etapa determinante. Xi, según la académica Elizabeth Economy, está desarrollando una “tercera revolución”, tras la comunista original de Mao y la capitalista de Deng Xiaoping. La actual es la de ejercer plenamente su poder de potencia. De hecho, por lo visto en la reunión en Alaska, hasta con un sentido de superioridad sobre todos.
La estrategia de Biden, entonces, es reestablecer alianzas cuanto antes. Antes de Alaska, estuvo en Corea del Sur y Japón. Ya hubo encuentro, aunque virtual, con México. Con Bruselas parece que hay un entendimiento natural sobre la base de lo construido por Obama. Tan así, que Alemania no dudó en apoyar inmediatamente a Biden en su enfrentamiento con Putin. Europa y América tienen que reencontrarse. No sólo es que desde la Casa Blanca dieron por sentada la democracia. También a sus amigos. Olvidada Latinoamérica, fue inundada a placer por el poder ruso y por el dinero chino. Olvidada Europa, comenzaron las picadas de ojo al oso y al dragón. Pero el águila está de vuelta. Washington despierta del letargo. Veremos si Bruselas también.