Es Historia: Exequias de Betancourt, por Luis Herrera Campíns

Luis Herrera Campíns pronunciando su discurso durante las exequias de Rómulo Betancourt. Foto cortesía.

*** Este discurso fue pronunciado por el entonces presidente Luis Herrera Campíns el 02 de octubre de 1981 en Caracas con motivo de las exequias del ex presidente Rómulo Betancourt, fallecido el 28 de septiembre de 1981 en la ciudad de Nueva York.

Por LUIS HERRERA CAMPÍNS

Un día cualquiera, de la década de los años 20. En el Liceo Caracas un joven provinciano, tímido y poeta, sale contrito, compungido y desolado de la clase de Literatura. El profesor, afamado y veterano crítico, le ha destrozado sus versos: «así es como debe escribirse poesía». El muchacho llanero no oculta el pesar. Rómulo Betancourt se entera del incidente y se le acerca para decirle que no se preocupe, que ese profesor no entiende sino de preceptiva literaria, que ya no tiene sensibilidad para lo nuevo.

Vamos a conectarte con gente más moderna. Te vamos a organizar un recital.


Y así fue. Esa inyección de optimismo salvó para nuestra literatura a «Música de Cuatro», para qμe no fuera simple armonía interior; y a «Cantas», milagro de síntesis entré el ingenio poético y la filosofía; y a «Glosas al Cancionero»; y a dos hijos de Alberto Arvelo Torrealba que quizá no hubieran nacido nunca sin aquel aliento oportuno: Florentino y
El Diablo…

Otro día cualquiera de la década de los años 20.

En el Patio de Vargas de la vieja Universidad sanfranciscana, o en alguna tranquila calle caraqueña, el anteojado mozo de Guatire, en cuyos ojos baila la malicia criolla, llega. hasta un joven alto y flaco, moreno, como de caoba o de sarrapia.

¿Usted es Raúl Leoni, verdad? Yo me llamo Rómulo Betancourt.

Un apretón de manos sella para siempre la amistad y el destino común. En uno corre sangre mediterránea, corsa. En el otro, sangre atlántica, canaria. Hijos de inmigrantes uno y otro, llegarán más tarde a la Presidencia de la República estos vástagos del nuevo mestizaje. Así es nuestra Venezuela, donde no existe la razón del abolengo: una
democracia espiritual, punto de partida para la soñada «democracia de la persona».

Tierra adentro en costa Rica, enero de 1932

El infatigable exilado escribe a sus compañeros de infortunio en Barranquilla: «mientras tanto, andaré a lomo de mula, revólver en la cintura y con espaldero recorriendo estas tierrosas regiones… Mañana salgo.para San Juan..De ahí iré a Pozo Azul. Después a Colorado. Y el tanto sol y el mucho trajín ya han dado al traste con los escasos pigmentos blancos que tenía y el negrito Lucas resulta un catire al lado mío…».

Desde San José de Costa Rica, mayo de 1932

El panfletario epistolar fustiga a los radicales que lo adversan y lo atacan desde París; «esos Lenines de arroz con coco que pasean su ferocidad chequista por entre las modistillas del Quartier Latin».

Heredia, también en Costa Rica, junio de 1935

El luchador hace un alto para que hable el orgulloso papá: «les informo que Virginita esta resultando un «palo» de mujer: calladita, risueña siempre, duerme como persona mayor, no despierta a los papás; en síntesis, una lotería. ¿La fisonomía de la chiquita? Asómbrense, es guapísima…Y parecidísima al papá. Misterios de natura. La armonía de los contrarios hegeliana cumpliéndose una vez más. Tods la encuentran encantadora a la nena; y todos aseguran que es el vivo retrato del autor de la criatura. Pronto se las retrato y se las mando, para que directamente, objetivamente, se convenzan de que estoy diciéndoles la purísima verdad… Además, Calvito, ¡te lo aseguramos el llanero y yo! es algo indefinible, que debe vivirse para tener un nuevo concepto de mundo, este goce de ser padre, de sentirnos prolongados en el tiempo, más allá de nosotros mismos y de nuestras miserias pequeñas, en otra existencia».

Domingo 27 de junio de 1943

Mañana de sol. El Nuevo Circo desbordante, luminoso. Entonces, en una ciudad menos densa de población que la de ahora, Acción Democrática podía llenar la Plaza de Toros, sin autobuses ni camiones del interior. La presencia exaltada de un joven montañés que por primera vez alza su palabra en una tribuna central: Leonardo Ruíz Pineda. Un obrero de Cocorote, que sabe llegar a la gente y que también debuta: Baudilio Rodríguez. La voz del gran poeta popular -Andrés Eloy Blanco- exalta al pueblo venezolano en párrafos de hondo lirismo: «El pueblo es alfarero. Es alfarero el pueblo. Él va haciendo la múcura a la medida de su agua. Él va llenándola de agua a la medida de su sed». Cuando cesan los aplausos se anuncia al orador de clausura: Rómulo Betancourt. Saluda. Afloja la tuerca del soporte del micrófono y lo hunde casi hasta el suelo, en un gesto «retrechero», para decirlo con lenguaje popular. Y en medio de un silencio asoleado y redondo, que taladra el penetrante timbre de su voz sin altavoces, ataca y ataca en un afán demoledor. El Circo es un solo aplauso multitudinario y opositor cuando afirma: «el pueblo venezolano tiene una sola enfermedad: el hambre, que ahora tiene un nombre ‘pedante: avitaminosis».

Un día de la década de los años 40

En Washington, en la Embajada de Venezuela, Rómulo Betancourt llega en tren, casi al rayar la madrugada, desde Nueva York. Lo habían llamado de prisa. El Embajador Escalante, está dispuesto a recibirlo y lo hace. Se pasea inquieto, nervioso. Su esposa sabe cuál va a ser el planteamiento que le hará el líder popular: la candidatura presidencial de entendimiento nacional. Escalante es civil: una desventaja. Escalante es andino y tachirense: una inmensa ventaja.

La esposa del diplomático advierte a Betancourt con una pregunta:

¿Saben ustedes que Diógenes tiene muchas semanas sin poder dormir?

El difícil hallazgo de la linterna política comienza a quebrar, paradójicamente, por Diógenes y frente a Diógenes, el buscado y encontrado. ¿Comenzaría, entonces, a galopar en el espíritu de Betancourt el centauro que, en el decir de Gallegos, todos los venezolanos llevamos por dentro?

Un día de diciembre de 1946

Amanece una sublevación castrense en Valencia y en Maracay, si se habla de habla de conexiones en Caracas. El Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno está en el Ministerio de la Defensa, aledaño a Miraflores, con los jóvenes oficiales que han asumido desde la Revolución de Octubre la conducción militar del país. El más despierto, el que ejerce mayor ascendiente sobre los demás, habla sobre la seguridad personal del Presidente y le insinúa ir a los sótanos del Banco Obrero, que tiene una situación céntrica, cercana al Palacio, para que no corra riesgo su vida, preciosa para la revolución.

Betancourt lo escucha inmutable, pipa en labios. Y de pronto, enérgico: Usted sabe cómo es la cosa, Comandante. Yo me quedo aquí. En Venezuela, el que parpadea se… embroma.

Un día de junio de 1960

Un espantoso atentado teledirigido estremece la Avenida de Los Próceres y toda la ciudad. El Presidente Betancourt sale vivo milagrosamente. En el Hospital Clínico Universitario, atendido de urgencia, toma conciencia de lo sucedido. Le dice a sus amigos que allí están todos los recursos a mano y que debe permanecer hasta tener un diagnóstico y un tratamiento preciso para sus quemaduras.

Pero el Presidente, que desconoce los alcances que puede tener el complot, dice que no está pidiendo consejos, pues lo que quiere es irse a Miraflores, el asiento real y mítico del poder. Y hacia allá va, a convalecer en el que llaman «viejo caserón crespo».

Jueves 15 de agosto de 1963

Es el año electoral. Concluyen, las sesiones ordinarias del Congreso de la República. Formo parte de las Comisiones Parlamentarias que acuden a Palacio para participar ese hecho al Presidente. Betancourt está eufórico.

Me invita a almorzar cerca de Los Teques y le dice al Ministro de la Defensa que me conduzca allá. El General Antonio Briceño Linares, siempre cordial, cumple la orden. Nos reunimos en Le Coq Hardi, en Carrizal. Desde el mediodía hasta la caída de la tarde, Betancourt habla de su vida política, de sus avatares y peripecias. Las anécdotas salpican las confidencias desde su niñez hasta la Presidencia. Son testigos de excepción Mariano Picón Salas, Andrés Germán Otero, Antonio Briceño Linares y Marcos Falcón Briceño. Al despedirme, el Presidente me dice: «Tú eres político. Te voy a dar un consejo: no hagas demagogia. No da resultado».

Lunes 21 de septiembre de 1981

Rómulo Betancourt y Luis Herrera Campíns, en el Yankee Stadium de Nueva York. Foto cortesía.

La Organización de las Naciones Unidas, Nueva York. El ex Presidente Betancourt me había hecho saber que asistiría a la Asamblea General para escuchar mi intervención, como Presidente Constitucional de la República, sobre los lineamientos y la orientación de la política exterior venezolana. Después de terminar mi discurso se me acercaron generosos amigos de todas las naciones a felicitarme, entre ellos Betancourt, acompañado de su esposa Renée, que en el trance de estos días ha probad ser una «torre de fortaleza», para decirlo con palabras ajenas que comparto. Luego, el ex Presidente, tan ajeno y tan esquivo en los últimos años a las declaraciones a los medios sociales de comunicación, dio la última de su vida política, que jamás olvidaré por circunstancias más que sabidas. Dijo don Rómulo:

«El discurso me pareció muy bueno. Pocas concesiones a los latiguillos buscando aplausos. Una exposición coherente sobre los problemas del mundo y causó una excelente impresión en la Asamblea que se manifestó en el prolongado aplauso de los delegados».

Seguidamente le hice la invitación para seguir las jncidencias, el martes por la noche del juego de béisbol entre los Yankees de Nueva York y los Indios de Cleveland. La aceptó. Compartimos la emoción del encuentro. Estaba contento, eufórico por la pronta aparición de sus Memorias y de un libro de Robert Alexander sobre él, que era más bien un ensay de la vida política contemporánea de Venezuela, según me dijo.

Siguió como un fanático joven el discurrir del partido, se solazaba en las buenas jugadas, comentaba los errores mentales de algunos jugadores y aplaudió como un muchacho cada uno de los tres hits que nos regaló el bateo inspirado de nuestro paisano Baudilio Díaz…

Rómulo Betancourt ha sido exaltado todos estos días en sus cualidades personales y en sμs virtudes cívicas; en su coraje personal y en su labor constante como uno de los más sobresalientes creadores de nuestro. proceso democrático y un animador de la democracia en el mundo. Fue un Presidente que supo enfrentar con tino y decisión la conjura reaccionaria y la subversión izquierdista. Un inspirador de profundas reformas políticas políticas y sociales que han contribuido a una nueva morfología del Estado y a una reforma de la sociedad venezolana. Un periodista de fuste que se complacía en la polémica y sabía castigar con la ironía y el sarcasmo. Un autor de libros en los que recogió su experiencia política y gubernativa y su pensamiento de conductor y fundador del Partido Acción Democrática, que acaba de cumplir 40 años de existencia.

Se ha recordado su extraordinario capacidad para acertar con la frase oportuna, ácida o risueña. Cuando el real o supuesto atentado de Los Caobos provocó los aspavientos del dictador y sus corifeos, dijo que seguramente la bomba floral «había sido atrapada por un Carrasquelito disfrazado de policía militar». Enérgico gobernante, a la R-R (Renuncia Rómulo), escrita por los mismos que tienen tantos decenios escribiendo en los muros sin siquiera mejorar la letra, replicó categórico y alardoso: «ni renuncio ni me renuncian». No deseaba una «democracia bobalicona» ni una «democracia chucuta», sino una «democracia decente», donde el ejemplo de probidad y de austeridad viniera de la más alta jerarquía pública para constituirse en ejemplo de todos y en trinchera inexpugnable en la lucha contra la corrupción administrativa.

Fue como una premonición en su postrer discurso, suerte de testamento político, de última voluntad de líder partidista, haber apelado a la frase de Goethe: «adelante, por encima de las tumbas, adelante. Hoy está fuera de la lucha directa y activa el que enfrentó a los «empresarios de la catástrofe» y a «los ciegos profesionales» empeñados en no ver ni dejar ver la bondad de las cosas, guapos cuando actúan sobreseguros en la democracia, pero mudos voluntarios cada vez que las libertades públicas y los derechos humanos han sido desconocidos o abolidos en nuestra Patria.

El pueblo de Venezuela está recogiendo lo más provechoso de la enseñanza de este gran conductor, que también deja irredimibles detractores. Quede como lección su búsqueda de la amplitud y de la concentración de voluntades para la concertación de esfuerzos, como ya lo hizo cuando en nombre de su Partido suscribió con el Partido Socialcristiano Copei y con Unión Republicana Democrática el Pacto de Puntofijo y cuando señaló que nuestra democracia descansa sobre el entendimiento entre los núcleos civiles organizados política y socialmente y la conciencia institucionalista de las Fuerzas Armadas Nacionales.

Sin distinción de ideologías, Venezuela ha sentido en forma solidaria su desaparición. A todos pertenece por razón de servicio de conciencia democrática y de patriotismo y, por eso, el Gobierno Nacional se ha esmerado en darle sobria y republicana solemnidad a la ceremonia de sus exequias.

Mis palabras de despedida al ex Jefe del Estado, desprovistas de toda petulancia y ayunas de pedantería conceptual, han querido ser apenas como pinceladas de un pintor impresionista que trata de captar y proyectar la luz de algunos instantes vitales betancourtianos, en prosa sencilla, elemental y directa, más para contarlos que para cantarlos.

El pueblo ha venido a despedirlo, a echar una última mirada sobre el rostro inmóvil del extraordinario luchador. Las manos de quienes pusieron en él fe y cariño y sintieron admiración por la forma como siempre defendió sus ideas llegaban con unción hasta el vidrio de la urna y lo tocaban como si quisieran, con sus caricias, hacerle más leve el viaje hacia la posteridad.

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