Por WILLIAMS DÁVILA
Este artículo es mi homenaje póstumo a un gran venezolano que recientemente falleció como consecuencia de complicaciones derivadas del COVID 19, el Cardenal Jorge Urosa Savino.
Lo vi varias veces en mi vida, una de ellas en Roma cuando fui a la designación com Cardenal de Baltazar Enrique Porras Cardozo, en 2016. Allí compartí con él en el Vaticano unos momentos que la ocasión nos brindó.
Después en otros varios actos como en la misa fúnebre del asesinato del concejal Fernando Albán en la parroquia de la UCV, en varias misas en la Iglesia de Nuestra Señora de la Chiquinquirá en Caracas, en la Exhumación de los restos del Dr. José Gregorio Hernández y en su Beatificación.
Pero muy importante fueron los dos últimos encuentros que sostuve con él en este año 2021, en la casa de un gran amigo mutuo, Ramón Eduardo Tello, el último una semana antes de que se supiera públicamente que había sido contagiado con el coronavirus.
Sobre ese último encuentro, trataré de recordar los temas que hablamos de manera auténtica y sincera, dado que el ambiente familiar permitía hablar sin tantas formalidades y protocolos.
Al ser almuerzo, había suficiente espacio preventivo siguiendo las instrucciones conocidas en esta materia.
Le parecía inconcebible que los políticos no nos hacíamos eco de los profundos comunicados de la Conferencia Episcopal Venezolana, documentos que expresaban los temas que la Iglesia Católica ha defendido y promovido de manera meridiana en lo social, político, económico y moral de Venezuela.
Muy preocupado porque se desarrolla un proyecto totalitarista en Venezuela y no nos veía, a los factores políticos, realmente unidos para enfrentar esa grave situación ocasionada por las políticas del Socialismo del SXXI.
Me hizo recordar mis tiempos de gobernador de Mérida y mi solidaridad en todos los tiempos con la Iglesia Católica.
Lo digo con franqueza a la luz de su fallecimiento: pienso que Dios me dio la gran oportunidad de sentir ese encuentro como una despedida.
Siempre me recordaba que le había dado una gran satisfacción cuando me vio acompañando, como gobernador de Mérida, a Monseñor Juan María Leonardo, quien había sido designado por el Papa Juan Pablo II como Obispo de la Diócesis de Punto Fijo en agosto de 1997. Que era como un gesto fraternal entregar al Obispo que había estado en Mérida a su nueva sede en Punto Fijo.
Me dio consejos de seguir en la lucha política, que jamás cediera en mis principios y no me dejara llevar por la codicia ni la avaricia ni cayera en el juego de la desconfianza y que siempre tuviera en cuenta que Dios siempre nos pone a prueba con las nuevas metas a cumplir que van surgiendo.
En mi caso me recordó que jamás olvidara la sencillez y la franqueza de trato con los más humildes, porque él veía cómo muchas personas cuando llegaban al poder cambiaban sus costumbres y hábitos por los espejismos del poder.
Uno de los temas que analizamos era que en el mundo político y en los jóvenes, sobre todo, se veía una tendencia a pregonar antivalores que no se corresponden con la Doctrina de la Iglesia Católica.
Mostraba su preocupación acerca de como la apetencia personal y de grupos políticos se anteponía al objetivo común que debe ser el rescate de la democracia en Venezuela, minando un valor esencial como es la unidad de todos los factores democráticos.
Me preguntaba mucho sobre la realidad de la oposición, las contradicciones que salían a flote y me recordaba de nuevo que debíamos hacernos eco de los Documentos de la CEV, sobre todo, los dos últimos que habían salido en el primer semestre de este año 2021.
Estaba muy claro de la urgente necesidad social y de la causa de la emergencia humanitaria, los errores del gobierno y sobre todo la opresión a las libertades y derechos humanos. Llegaba manejando solo y era un ser humano lleno de espiritualidad y profundamente, un pensador de la Iglesia.
Quedé muy sensibilizado cuando supe de su hospitalización y permanentemente llamaba a Ramón Eduardo Tello para saber de su estado de salud. Hasta que el jueves, desayunando en su casa con uno de sus familiares, percibíamos el desenlace dado la dificultad que tenía para respirara autónomamente.
Queda en el corazón de la feligresía y del pueblo Venezolano la carta de despedida del Cardenal Urosa cuando entró a terapia intensiva.
Debo decir aquí, que muy preocupado con su gravedad y porque sé en carne propia lo peligroso que es el virus, pude canalizar mi sentimiento de apego y tristeza ante su gravedad a través de la gestión de ayuda humanitaria de la Comunidad Judía. Pudimos entregar al seminario de Mérida en manos del Obispo Kike Rojas 300 cajas de insumos e implementos imprescindibles para toda la comunidad del Valle del Mocotíes y pueblos del Sur a causa de las torrenciales lluvias del 23 de agosto pasado.
Al Cardenal Urosa siempre lo recordaré y, muy atento a sus opiniones, humildemente me esforzaré para que su legado perdure en las generaciones de políticos venezolanos mientras mis fuerzas me lo permita, tal cual él lo hizo.
Le doy gracias a Dios por darme la oportunidad de haber conocido al Cardenal Urosa, como igualmente reafirmo aquí mi amistad y admiración al Cardenal Baltazar Porras a quien conozco desde hace 37 años.
Por intermedio del Cardenal Porras manifiesto mi sentido pésame a la Iglesia venezolana, a la Conferencia Episcopal Venezolana, por el sensible fallecimiento del Cardenal Urosa.