Por FRANCISCO POLEO
Salvo que ocurra algo extraordinario, el escenario que dejará el 21 de noviembre será el de un madurismo en control de la mayor parte de las gobernaciones, alcaldías y concejos regionales. A la oposición la condena la estrategia de la abstención que se ha seguido en los últimos años, la cual ha terminado de desmovilizar electoralmente a un votante cansado de enfrentarse a procesos fraudulentos, pero también la falta de unidad.
La radiografía muestra un mapa opositor disperso y hasta conquistado, en algunos casos, por el madurismo. La complejidad es tal que los mismos venezolanos, en su mayoría hastiados del día a día político, no comprenden en qué bando está cada dirigente. No lo comprenden y tampoco les interesa. Grosso modo, para estas regionales hay seis grupos opositores con influencia en el proceso, participen o no: el G4, conformado por Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo; líderes de partidos del G4 que, aunque sus partidos participen, ellos no apoyan esa decisión, como Leopoldo López o Juan Pablo Guanipa; partidos minoritarios que apoyan al gobierno interino pero no la participación el 21N, como La Causa R de Andrés Velásquez o Encuentro Ciudadano de Delsa Solórzano; los movimientos de María Corina Machado (Vente Venezuela) y Antonio Ledezma (Alianza Bravo Pueblo), que no participan en elecciones desde el 2015; los independientes, realmente opositores que no han logrado imponerse en los partidos tradicionales, como Antonio Ecarri (Alianza del Lápiz); y los liderazgos locales agrupados en Fuerza Vecinal. Eso sin contar la posición de Juan Guaidó que, en su condición de cabeza del gobierno interino, ha tenido que hacer maromas para acompañar tanto a los que quieren votar como a los que no. Y, por supuesto, no se cuenta en esta lista opositora a quienes han sido picados por el gobierno de facto: Falcón, Bernabé Gutiérrez, Claudio Fermín, entre otros.
Sin embargo, la oposición debe pasar por esta alcabala. Aunque se les vea como un proceso independiente a las negociaciones en México, que es lo único determinante ocurriendo en la política venezolana, las regionales forman parte de esas conversaciones. No tanto por exigencia del madurismo sino de la comunidad internacional que respalda a la oposición: no pueden seguir respaldando aventuras que, lejos de solucionar la crisis, ha terminado exportándola en la mochila de cada venezolano que debe migrar. Y ya van casi seis millones. Las elecciones del 21 de noviembre están en la Constitución, a diferencia de lo del 2018, y no hay excusa para no participar. Ese es el mensaje desde afuera, en donde está consolidado el peso opositor. Entonces, una vez superado el trance, llegará la hora de reagruparse, de enfocarse nuevamente. Para ello habrá que dejar la lucha fraticida que ha caracterizado la política en los últimos tiempos. Los seis grupos deberán entenderse, lo cual no significa un «quítate tú pa’ ponerme yo». Es entre todos o entre nadie.