Por CÉSAR PÉREZ VIVAS
Una de las características del populismo autoritario es la recurrente apelación a la demagogia para sortear las turbulencias de la vida social y justificar sus irresponsables actos políticos. El chavismo, como movimiento populista y autoritario, ha hecho de la demagogia su herramienta más frecuente en el ejercicio del poder. Tanto Hugo Chávez como Nicolás Maduro han apelado a ella para sumar voluntades y confundir a la ciudadanía, en circunstancias en las que era menester priorizar el interés superior de la nación.
Los populismos de izquierda latinoamericanos han hecho del nacionalismo un fetiche con el cual justificar sus tropelías. En nombre de un nacionalismo negativo se han violentado los derechos humanos, se han confiscado empresas y bienes de toda naturaleza y se ha llevado a nuestros pueblos hasta la barbarie de la guerra. El discurso antiimperialista y nacionalista de la izquierda marxista ha estado presente, por ya casi un siglo, para justificar dictaduras de la peor especie como la de Fidel Castro en Cuba, Juan Velazco Alvarado en Perú y más recientemente Chávez y Daniel Ortega.
Todas las actividades socio económicas y todas las regiones de nuestro país han sido víctimas de ese disolvente mal, pero no cabe duda que la zona más impactada negativamente ha sido la frontera. Desde el mismo momento de su instalación en el poder, el teniente coronel Chávez, apelando a su visión “antiimperialista y nacionalista”, tomó una serie de decisiones que a la postre han escalado de tal forma, hasta convertir nuestras fronteras, en tierra arrasada bajo el control de bandas crimínales, que imponen su ley a quienes osen tocar sus espacios geográficos y de poder.
Comienzo por citar la decisión de abril de 1999 cancelando el programa de vías binacionales, acordadas durante la gestión del presidente Rafael Caldera, fruto del empeño de Pompeyo Márquez, su ministro de fronteras. El plan de vías binacionales, en el que Colombia logró importantes avances, se concibió para darle impulso al intercambio humano, sobre todo al comercio binacional, que llegó a registrar cifras superiores a los 7 mil millones de dólares en 1998.
Ese programa, junto a otros muy serios de fortalecimiento de la frontera del Alto Apure con Colombia, que permitió desarrollos como Ciudad Sucre, fue desechado por tener como fuente de financiamiento al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Chávez, en su infinita demagogia, afirmaba que no necesitábamos financiamiento de los entes internacionales porque ellos eran controlados por “el imperio”. Decidió romper relaciones, entonces, con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con la Corporación Andina de Fomento (C.A.F.).
Tamaña irresponsabilidad constituyó el comienzo del descarrilamiento de nuestra economía, y por supuesto, un golpe duro a nuestras fronteras, muy especialmente a la que corresponde al Táchira con el Norte de Santander.
Ese proceso tomó dimensiones mayores, el 19 de abril del 2006, cuando Hugo Chávez, obsesionado por distanciarse del estado y gobierno de Colombia, anuncia el retiro de Venezuela de la comunidad Andina de Naciones (CAN). Con excusas insostenibles, el teniente coronel destruyó el proceso de integración más antiguo y eficiente que se había venido edificando en América Latina. Los daños a nuestra frontera se empezaron a sentir de inmediato con la caída vertiginosa del comercio con los demás miembros de la comunidad, que precisamente pasaban por la frontera tachirense.
Más adelante empieza a apreciarse la cercanía política de Chávez con la guerrilla colombiana hasta llegar al colmo de hacer, el 11 de Enero del 2008, la siguiente declaración:
“Las FARC y el ELN no son ningún cuerpo terrorista, son verdaderos ejércitos (…) que ocupan espacio en Colombia (…) son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, que tienen un proyecto bolivariano, que aquí es respetado (…) la calificación de terroristas se debe a la presión de Estados Unidos».
En un salto sin precedentes al mundo de la irresponsabilidad y la demagogia, las considera “bolivarianas”, y les concede un status con el cual profundiza el conflicto con el estado colombiano. Esta alianza de Chávez con la guerrilla es la verdadera causa de la irresponsable política internacional y de fronteras que impulsó desde su arribo al poder.
La ruptura de relaciones diplomáticas, el discurso vulgar y ofensivo a la sociedad colombiana, el cierre del comercio y los amagues de guerra, han sido parte del menú servido a lo largo de estos años de irresponsables actuaciones del régimen socialista. Al instalarse Maduro en Miraflores la línea de confrontación con Colombia ha continuado. Esa absurda confrontación ha producido muerte, miseria y destrucción en toda nuestra frontera.
La situación escaló hasta el punto de cerrar toda forma de comunicación civilizada con nuestra hermana y vecina nación colombiana. Maduro cerró los vuelos de todo tipo entre ambos países, y para completar su gesta, cerró los pasos terrestres por la Guajira, Táchira y Apure.
Los puentes binacionales que unen a Colombia con Venezuela por el Táchira (tres en total) fueron cerrados, tanto al tránsito peatonal como al de transporte de personas y mercancías por el Gobierno madurista en agosto de 2015, luego de haber provocando un crimen de lesa humanidad, expulsando de nuestro territorio a 24.500 ciudadanos colombianos, algunos de ellos con estatus legal de refugiados en Venezuela.
Toda esa política absurda, irresponsable y destructiva se ha adelantado en nombre de la “defensa de nuestra soberanía”, es decir, de un falso nacionalismo. La irracionalidad llegó al extremo, en febrero del 2019, al llenar los puentes internacionales de obstáculos (contenedores de metal) para impedir el flujo humano por los mismos.
Desde entonces, en la frontera, el ser humano importa nada para Maduro y su camarilla. Cerraron los puentes y abrieron las trochas por donde se ha obligado a toda una nación, por tres años, a movilizarse cada vez que por cualquier circunstancia se necesita ir a un lado u otro de la raya fronteriza.
La opinión pública ha sido informada de la estructura criminal que el gobierno de Maduro ha instalado en las trochas. Funcionarios militares, policiales, guerrilleros y bandoleros armados han convertido los pasos informales en su feudo para hostigar, extorsionar y robar a los millones de seres humanos que han tenido que moverse por ellas. Maduro y su entorno ha preferido someter a la ciudadanía a esos vejámenes que normalizar el intercambio civilizado por los puentes.
Ahora que estamos en campaña electoral, el comisario político de la dictadura ha montado un show politiquero para presentarse como el salvador que viene a restituir los derechos al libre tránsito que su jefe y mentor nos ha impuesto.
La demagogia vuelve a hacerse presente. No estamos frente a un verdadero cambio de comportamiento, ni mucho menos frente a una nueva política. No existe una apertura real de fronteras. Es solo, una especie de novela por entregas, forzados por la circunstancias de la campaña electoral regional. El candidato y comisario de la dictadura para el Táchira busca crear una esperanza en la frontera, presentándose como el bueno de la película, que viene a levantar los obstáculos dejados hace más de cuatro años, siguiendo las instrucciones de Miraflores, por el agente de la represión y los negocios oscuros, el inefable capitán gerente que ahora ronda por predios carabobeños.
A la hora en que escribo estas notas esa es la realidad. Se anuncia como prioridad una pequeña apertura comercial. Se condiciona el tránsito humano a un “plan de bioseguridad”, como si los agentes del régimen que controlan las trochas estuviesen pendientes del virus en sus informales puestos de comando.
Lo cierto es que el chavismo, devenido en el madurismo, sigue jugando a la demagogia irresponsable en el manejo de nuestras fronteras, mientras todo un pueblo sufre las consecuencias de sus inmorales actuaciones.
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