Por GRACIELA REQUENA
Resultó opaco el anhelado recital del divo alemán en su debut en Miami la noche del 14 de octubre en el Knight Concert Hall del Adrienne Arsht Center. Tan sin pena ni gloria que, si el iPhone no me lo recuerda con el resumen de fotos de aquella aburrida noche, el recital de Jonas Kaufmann, considerado el acontecimiento lírico de la temporada, se me quedaba en el olvido.
Es conocido que los divos de la música clásica suelen poner peros para actuar en esta plaza, cuyo mayor atractivo, ademas de su maravilloso clima tropical durante todo el año, es que Miami es la tercera ciudad más rica de los Estados Unidos, según Forbes.Y esto la hace atractivísima. Miami es un reducto de la variopinta inmigración del planeta, porque no solo los latinos cruzan mares, ríos y hasta escalan montañas para a llegar a este paraíso terrenal en busca de oportunidades, sol y, dólares, of course! Miami, con su gama de azules entre cielo y mar, de puestas de sol espectaculares es, además, poseedora de una arquitectura moderna con aroma a futuro inmediato que ya quisieran las rancias ciudades. Así, nada es de extrañar que el buenmozo tenor bávaro, con porte de felino en acecho, hiciera una escala para tener su primera vez en la pujante ciudad de Miami, dentro del marco de su apretada gira por los Estados Unidos de América para vender su último disco mediante sus recitales de costosa boletería en los principales teatros líricos estadounidenses. Pleno de Alegría y Tristeza, es un compendio de una veintena de canciones del centenar de composiciones de música de cámara del austro-húngaro romántico, Franz Liszt, que el tenor grabó durante los días del encierro impuesto por la pandemia.
Y no alteró el libreto.
Jonas Kaufmann es el tenor del momento, como decir, el Pavarotti de estos tiempos, pero sin los do de pecho del italiano inolvidable. Kaufmann es reconocido mundialmente como tenor wagneriano (dramático), ahora devenido en tenor romántico y distinguido recitalista de canciones de Schubert, Mozart, Mahler, Dvorak, etc.
La noche de su debut en el Adrienne Arsht Center se hizo acompañar por su pianista clásico de siempre, el austríaco Helmut Deutsch, especializado en música de cámara. Aunque, según los entendidos, Deutsch no es que sea un gran pianista, pero Kaufmann lo prefiere porque no lo opaca.
Cosas de divos.
Es de destacar el interés infatigable del tenor por difundir el arte de la canción de cámara, como destaca la publicidad previa al recital en Miami. En este punto, recordemos que la música de cámara fue escrita para un reducido número de instrumentos en contraste con la amplitud instrumental que requiere una orquesta. Aunque la música de cámara no necesita director, requiere un mínimo de dos instrumentos. Y, como su nombre lo indica, se ejecuta en salones no muy grandes que en la edad media llamaban cámaras.
Lo de Kaufmann fue un recital: él y su pianista, y un Steinway & Sons en una sala con un aforo de 2.200 personas, con una acústica reconocida por su avanzada tecnología.
Intuyo que sus cuerdas vocales no estaban en su mejor momento luego de tan prolongada gira y no pudieron llenar de sonido musical un teatro de tal capacidad de plazas. De allí el programa impreso la carrera a última hora. Y esta habría sido una de las razones por la cual la cantata de Herr Kaufmann tuviera tan poca resonancia en el escenario miamense. El tenor alemán, de 52 años, es reconocido mundialmente por su potente voz de tenor dramático, resistencia vocal que lo llevó a la celebridad por sus interpretaciones de Parsifal, Sigmund, Lohengrin, entre otras. Su noche en Miami fue para promover su disco con un programa musical poco conocido. Y no gustó. Su voz de trueno de tenor dramático a la que nos tiene acostumbrado se escuchó débil y monótona. No era el adecuado para un público que si estaba esa noche en la sala es porque ama la ópera, lo cual no quiere decir que tenga la obligación de ser un experto en la música académica. Recordemos que, en Europa, específicamente en Italia, la ópera es un espectáculo popular. Y Miami no es Berlín. Un público que acudió al teatro por primera vez luego de un año de claustro a escuchar a un gran tenor cantar sus mejores arias.
Salieron desencantados.
Por su parte, el Adrienne Arsht Center se lució en el despliegue de medidas sanitarias, como exigir -además de los tapabocas dentro de la sala-, el certificado de vacunación o, en su defecto, el test de descarte del virus in situ en una de las áreas exteriores del teatro con resultados en quince minutos.
En resumen, un recital breve (70 minutos), sin incluir los bises. La Parte I constó de nueve composiciones, todas de Liszt, todas del disco en promoción. El recital transcurrió en el más absoluto silencio, es decir, sin ¡bravos! ni aplausos, acatando la solicitud del artista que pidió no aplaudir entre un tema y otro para no romper la armonía de las composiciones. Richard Wagner también exigía que no lo aplaudieran y pedía butacas duras para que el público no se durmiera… Aunque una entendida del público rompió el pacto para dejarse escuchar rompiendo el silencio de la sala: la composición ha terminado, son válidos los aplausos.
Ejecutada la primera parte del programa, tenor y pianista abandonaron el escenario. Así, el público, desorientado, no sabía si aplaudir o salir de la sala, pero la mayoría se levantó con gran estrépito de butacas para correr hacia el bar.
¡Oh, sorpresa!
El bar estaba en cuarentena, es decir, cerrado. Entre tanto los acomodadores intentaban contener el tropel que salía de la sala informándoles que no se trataba de un intermedio, sino de ¡una pausa!
«¡Vuelvan a la sala!«
Muchos no volvieron, a juzgar por las filas de asientos vacíos. Y los que regresaron se sentaron como pudieron porque ya el tenor y el pianista estaban en el escenario ejecutando la II Parte de un programa impreso en computadora – el clásico playbill pasó a la historia- por ambos lados en una hoja de papel bond, tamaño carta.
Un burdo copy-pega
En esta última parte, doce composiciones de Schubert, Mozart, Chopin, Tchaikovsky, Strauss, Mahler, entre otros. De este segundo grupo de compositores destacó el bellísimo Als die alte Muttler, Op.55, del compositor checo Antonín Dvorak, lo más bello de la noche. En este punto el público estaba casi dormido cuando Kaufmann cantó el siguiente tema en tipo susurro y con infinita ternura, la canción de cuna Wiegenlied, de Johannes Brahms. ¡Y toda la sala cabeceó!
Nada de Wagner, ni de Verdi, ni de ninguno de los italianos del bel canto que Kaufmann interpreta magistralmente.
Nada del otro mundo.