Por RICARDO ISRAEL
La Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP, por las iniciales en inglés) llegó a Glasgow. ¿Será la número 26 una nueva frustración?
En las 25 anteriores han abundado las propuestas, palabras y promesas, a través de mandatos (Berlín,1995), protocolos (Kyoto,1997), planes de acción (Bali, 2007), acuerdos (Paris, 2015), solo por mencionar algunas. Lo anterior no hace sino aumentar el escepticismo sobre la crisis de las organizaciones internacionales o su irrelevancia. Para otros, el problema radicaría en una burocracia con su propia agenda.
Sin embargo, sería un error descartar este sistema. La razón es simple: no existe otro en su reemplazo. Es lo que hay. Además, este formato de grandes reuniones permite incluir a todas las partes interesadas, privadas y públicas, grandes y chicas, para también obtener el impacto mediático y político que se necesita. Y es por ello, que los nombres de los presentes son tan importantes como los de los ausentes, y en unos y otros, hay un mensaje político importante.
Lo mismo se puede decir de las promesas incumplidas que son muchas, partiendo por la de traspasar 100.000 millones de dólares anuales a los países más pobres.
Es indudable que la temperatura ha aumentado en promedio en la tierra como también que el clima ha ido cambiando. La pregunta es si Glasgow marcará un cambio o se agregará a la lista de fracasos, siempre en relación a las expectativas.
La verdad es que se aplica la frase de Einstein que no se puede esperar un resultado distinto si se hace lo mismo. En otras palabras, se necesita atacar muchos frentes para tener resultados positivos.
Lo primero es que se pide a todos los países que modifiquen conductas y hábitos, incluyendo los de consumo. Ello es casi imposible si es que no existen grandes acuerdos a nivel interno de cada nación en paralelo a los avances internacionales, y ello es muy difícil, cuando incluso en muchos países democráticos predomina hoy la polarización y las descalificaciones mutuas, con lo que se alejan de esa posibilidad.
Lo segundo tiene que ver con un discurso catastrofista y de fin de mundo que aleja en vez de acercar, ya que fijar fechas que a veces no se cumplen genera dudas en sectores cuyo apoyo es necesario. Es el problema de argumentos casi religiosos sobre buenos y malos, que descalifica a quienes están en posiciones más gradualistas. En otras palabras, se necesita sumar y no restar.
En tercer lugar, en un mundo donde hay tantas fuentes alternativas de información, sobre todo en la Internet y en las redes sociales, se hace necesario fortalecer todo tipo de transparencia, que (casi) nada quede sin ser aclarado. Ello incluye transparentar todos los intereses, todos, ya que son muy variados, y también algunos buscan permanecer ocultos. Ello pasa por las motivaciones de quienes hacen estudios (a favor y en contra) como también aquellas de muchas ONGs. Sobre todo, se van a necesitar decisiones políticas las que traen consigo muchos recursos públicos, y aquí hay intereses económicos muy grandes, no solo en las industrias fósiles sino también en las nuevas que aspiran a reemplazarlas. No se trata de buenos y malos, sino de intereses, y todos debieran quedar visibles.
En cuarto lugar, además de las decisiones de estado, también se necesitan muchas inversiones, y llama la atención que precisamente por esta falta de avance, lo que se ha hecho a nivel de utilización de los mecanismos de mercado es insuficiente como también en avances tecnológicos.
En quinto lugar, con seriedad, tanto a nivel internacional como nacional, se hace imprescindible empezar a operar en torno a las consecuencias de todo tipo, es decir, la construcción de escenarios en base a su probabilidad, y basta observar el tema de las migraciones para entender lo que es dable esperar en las futuras migraciones climáticas. Y parecido a lo que hoy ocurre con el uso del refugio político por parte de migrantes, el tema no es si quien lo solicita cumple o no con la ley, sino la numerosa cantidad de personas que va a recurrir al cambio climático como la razón.
En sexto lugar, para una mejor absorción del tema, hay que vincular este cambio con otros de igual importancia. Por ejemplo, con escasa repercusión política y mediática tuvo lugar hace poco una Conferencia semejante, dedicada al tema de la biodiversidad, clave también para el planeta.
En séptimo lugar, hay que preguntarse que se hace con el tema de la justicia climática toda vez que existe poco compromiso en algunos de los países más grandes. También, las principales economías mantienen un compromiso dudoso, y China y Estados Unidos figuran entre los mayores contaminadores. En el mismo sentido, aparece la (in)justicia cuando se no se permite a muchos países transitar la misma senda que la de ellos hacia el desarrollo.
Hay que aceptar también que estos procesos han ocurrido en el pasado, con consecuencias de todo tipo, y uno de ellos permitió incluso la supervivencia del homo sapiens al ayudarle a salir de África. Es también lo que ya está pasando, y basta observar los movimientos geopolíticos en el Ártico, para entender que al igual que en el pasado, aparecerán países y regiones ganadoras y otras perdedoras.
Por último, es indudable que hay escépticos y debiera entenderse que al menos en sociedades democráticas no pueden ni deben ser expulsados o cancelados, sino convencidos, y ello pasa también por criticar a esos grupos extremos que por decisión propia se auto otorgan un pedestal moral superior al resto, lo que por definición dificulta toda conversación.
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