Por qué falla la acción internacional en Venezuela 

*** El análisis de Elliot Abrams sobre las razones del fracaso de la política internacional dirigida a recobrar la democracia en Venezuela, rescata como elemento fundamental que el régimen venezolano es ante todo una “empresa criminal”.

Por ALFREDO MICHELENA

Leer el reciente artículo de Elliot Abrams produce una doble sensación. Por una parte da alegría saber que dio en el clavo en muchos de sus planteamientos, pero también da tristeza, por no decir rabia, el saber que fueron años, en buena medida, perdidos, pues la definición del sujeto, contrincante o enemigo, como lo quieran denominar, estaba errada. Por lo que las políticas destinadas a recobrar la democracia, al no estar focalizadas al meollo del asunto, aunque afectaron al régimen, no tuvieron la eficiencia y eficacia necesaria para defenestrar a Maduro.

Para Abrams, “el régimen no es una dictadura militar, sino una empresa criminal, cuyas élites están estrechamente vinculadas al narcotráfico y otras actividades ilícitas”.

Así es, no es una dictadura militar, pero tampoco es, como se alega, un gobierno socialista o comunista, aunque hay un núcleo o una facción de la estructura de poder que así lo crea y nos lo haga creer. Usan la desgastada bandera del socialismo/comunismo, que postula la búsqueda de una sociedad más justa- que por cierto nunca se obtiene- como coartada, cuando en realidad el objetivo es tener controlado el país de arriba abajo. Y para esto, aplican la fórmula de hacer al Estado dueño y/o controlador de la sociedad y la economía, de manera de manejar y usufructuar todo el poder, para beneficiar al régimen en sus múltiples facciones.

Hace mucho tiempo que venimos sosteniendo que lo que define al régimen es su carácter delictivo, por eso lo llamamos «pranato», en referencia a los «pranes” o criminales que gobiernan las cárceles venezolanas.

Nuestro pranato articula diversos grupos que incluyen a venezolanos filocubanos chavistas; a militares corruptos; a los famosos boliburgueses; a grupos guerrilleros (FARC y el ELN) y a movimientos radicales islámicos; a potencias extraregionales y países de regímenes dictatoriales (Rusia, China e Irán); por supuesto, a la Cuba castrista; a los partidos y movimientos miembros del Foro de San Pablo; y por último, pero fundamentalmente, encontramos al crimen organizado nacional y trasnacional. 

Para Abrams esto último estaría en el meollo del bloque en el poder; lo ilícito es la sabia que lo mantiene funcionando. Por esto, las acciones para socavar sus bases deben tener un importante componente “policial y judicial” y en esto poco se ha avanzado. Sin embargo, en lo que se ha avanzado (sanciones y juicios a delincuentes) ha sido contundente.

Abrams no llega a proponer nuevas políticas para debilitar al régimen de Caracas. Sin embargo, la respuesta la parece esbozarla el Secretario de Estado Blinken al hablar sobre la defensa de la democracia y la lucha contra la corrupción en la región. Y, aunque nada fue dicho más allá del enunciado, este es un tema clave. El tema está muy vinculado a la lucha contra el crimen organizado internacional, pues estas bandas criminales trasnacionales se articulan y se enquistan tanto en el Estado como en la sociedad, sentando las bases para la permanencia de estos regímenes en el poder -Abrams dixit-.

Ya lo había anunciado Rex Tillerson,  primer Canciller de Trump, cuando afirmaba que las ”organizaciones delictivas transnacionales” son la “amenaza más inmediata para nuestro hemisferio”. Hasta ahora, las administraciones estadounidenses no han entendido que ellas son  también una amenaza para EE.UU. fundamente en cuanto a potencia mundial.

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