La Navidad del Doctor Fauci

(AP Photo/Susan Walsh, Pool)

Por JORGE RAMOS ÁVALOS

El Dr. Anthony Fauci —asesor presidencial, experto en COVID y en sida, y quizás el doctor más famoso e influyente del mundo— tendrá en este 2021 la navidad que hubiera querido el año pasado. A pesar del ómicron. Fauci y su esposa la doctora Christine Grady, jefa del departamento de bioética del Instituto Nacional de Salud, la van a pasar —por fin— con sus tres hijas, como es su tradición familiar. Eso me dijo en una entrevista. El año pasado no pudieron pasar juntos la Navidad ni el día de Acción de Gracias. “Estoy planeando que (mis hijas) vengan a casa, provenientes de tres lugares distintos del país, para pasar la Navidad con mi esposa y conmigo”, me comentó con una sonrisa. “Ellas están vacunadas, nosotros estamos vacunados, y son muy cuidadosas y prudentes al usar una mascarilla cuando van a un lugar cerrado. Creo que vamos a poder celebrar una Navidad en familia, algo que no habíamos podido hacer en dos años”.

“No quisiera meterme mucho en sus asuntos familiares”, le dije, “pero cuando estén todos sentados en la mesa ¿van a usar cubrebocas?”.

“Absolutamente no”, me contestó. “Cuando todos están vacunados y estás en casa con tu familia, no es necesario usar una máscara”. Claro, el problema son los que no se quieren vacunar.

La mayor parte de los contagios y las muertes por coronavirus se han dado entre los que no han recibido la vacuna. Imposible culpar a los que quisieran vacunarse y no pueden en los lugares más pobres de Asia, África y América Latina. Solo unas 100 millones de personas —o el 7.5% de la población— han sido vacunadas en África, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero lo que es imperdonable es tener la posibilidad de vacunarse en Estados Unidos o en Europa y no hacerlo, poniendo en riesgo a todas las personas a tu alrededor. “Hemos visto que alrededor del 80% de las personas que están en la zona de urgencias con coronavirus y necesitan soporte respiratorio, no está vacunada”, le dijo la enfermera Mary Santomil del hospital St. Mary’s de Londres a la BBC. “Y nos da miedo. Entonces nos parece muy injusta, egoísta e ignorante la gente que, sin razón, dice: ‘No, no me quiero vacunar’”. Sí, hay mucha gente que ha muerto por coronavirus y por ignorancia. A pesar de la abundancia de vacunas en Estados Unidos, todavía hay 73 millones de estadounidenses (mayores de 5 años) que califican para vacunarse y no lo habían hecho. Algunos se resisten por razones religiosas. Otros, dicen, no se quieren meter al cuerpo sustancias que desconocen. Sin embargo, oponerse a la ciencia por terquedad o por ideología política es un gravísimo error que a veces se paga con la vida. Y, de paso, puede contagiar a muchos inocentes. ¿Vamos a pasar el resto de nuestras vidas así: de una variante a otra, con muchas muertes y contagios? le pregunté al doctor Fauci. “No lo creo”, me dijo. “Si continuamos vacunando a la gente y dándole una dosis de refuerzo, no volveremos a ver la misma situación en que nos encontramos… Tarde o temprano vamos a tener suficiente protección por las vacunas y por gente que ya se infectó y se ha recuperado”. El verdadero reto está en convencer a los que no se quieren vacunar y en enviar miles de millones de vacunas a los rincones más olvidados del planeta. Es tremendamente injusto que en Estados Unidos haya la posibilidad de ponerse una tercera dosis en cualquier farmacia y que en el sur de África, donde se desarrolló la variante ómicron, millones no pueden ponerse una sola. ¿Es esa nuestra culpa? le pregunté a Fauci.

“Siempre he mantenido que tenemos la responsabilidad moral, como una nación rica, de intervenir y salvar vidas en los países que no tienen los recursos para hacerlo”, me dijo. “Estados Unidos ya ha donado más vacunas a los países en desarrollo que todas las demás naciones juntas. Hemos dado o prometido 1,100 millones de dosis a países con ingresos medios o bajos”.

¿Cuánto tiempo va a durar esta crisis planetaria? “No estoy diciendo que nos la podremos quitar de encima en uno, dos o hasta seis meses”, me dijo. “Pero dudo que vamos a seguir igual que ahora por mucho tiempo más. Pero la verdad no estoy cien por ciento seguro”.

Y si el doctor Fauci no está totalmente seguro, nadie lo está. La variante ómicron, descubierta en Sudáfrica apenas en noviembre, nos ha obligado a todos a repensar nuestros planes de fin de año y de viajes. El 2022 ya no se ve tan bonito. El mundo, como una almeja al contacto con el limón, se ha vuelto a cerrar. Y no sabemos cuándo se volverá a abrir.

Mientras tanto, las recomendaciones del doctor Fauci y los expertos son las mismas de siempre: vacunarse, usar mascarilla, sana distancia, lavarse las manos, evitar lugares con mucha gente y prudencia. Pero, sin duda, todos estamos en modo de hartazgo. O peor, es como un enorme cansancio colectivo aunado a la depresión crónica.

Aún así, cada vez que hablo con el doctor Fauci me sorprende su entusiasmo. Las noticias que me da no siempre son alentadoras. Todos los días su trabajo lo enfrenta a la muerte. Pero su actitud ante la vida es la de un gran optimista que no se pierde ningún detalle. Este hombre que ha dado cientos de entrevistas durante la pandemia, se acordó del nombre de mi hija —a quien le había presentado en otra ocasión— y antes de despedirse le envió un saludo. ¿Quién hace eso en estos días tan grises?

Esta Navidad el doctor Fauci tendrá una velita más. El 24 de diciembre cumple 81 años. Y no tiene planes de retirarse. Como lo dijo recientemente, seguirá trabajando hasta que el COVID-19 pueda verse en “el espejo retrovisor”. Eso, como un regalito de Navidad, nos debe dejar tranquilos.

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Este artículo fue originalmente publicado el 22 de diciembre de 2021.

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