***El autor hace una breve reseña del último libro de Vladimir y María Mercedes Gessen, titulado ¿Quién es el UNIVERSO? Una manera de encontrarse con Dios en el siglo 21.
Por Carlos Alberto Montaner
Conocí al matrimonio de psicólogos Gessen como liberales -en el sentido europeo del término- y los volví a ver como embajadores de Venezuela en Canadá, durante el segundo gobierno de CAP. Recuerdo que Vladimir no cesaba de ser útil a los cubanos que luchaban por ser libres, junto al diputado Germán Febres Ch., ex presidente del partido Nueva Generación Democrática. Cuando alguna vez se pensó que Gessen podía ser presidente de Venezuela, los cubanos cruzamos los dedos. Pero Chávez, hace más de 20 años, lo estropeó todo y devolvió el país al siglo XIX.
Me fascinan los autores audaces. Comprendo que la audacia no es tenida entre los mejores atributos de los escritores (los lectores suelen ser conservadores), pero no puedo evitarlo: me encanta que los autores aborden géneros inesperados. Por eso, quizás, me pareció magnífico Sapiens de Yuval Noah Harari (a mí y a otros millones de lectores), un joven profesor israelí que pechó con la responsabilidad de escribir una historia integral del bicho humano, desde que adquirió, casualmente, la habilidad de comunicarse por vía oral con otros congéneres.
El matrimonio de los psicólogos Vladimir y María Mercedes Gessen, dentro de la mejor tradición de libros audaces, acaba de publicar: ¿Quién es el UNIVERSO? Y luego aporta una primera explicación en la portada: Una manera de encontrarse con Dios en el siglo 21. Es decir, a media lengua, la obra agrega una aclaración: no es un manifiesto ateo, ni es el principio de una iglesia. Es sólo una explicación para aquellos seres inquietos que no se sienten cómodos con los saberes elementales de las tres religiones abrahámicas, o con ninguna que imponga sus dogmas a capa y espada.
La lectura de ¿Quién es el Universo? Una manera de encontrarse con Dios en el siglo 21, me retrotrajo a otra lectura, a la de Pierre Teilhard de Chardin, un paleontólogo jesuita que intentó casar el cristianismo con la Ciencia y salió trasquilado. El buen cura, que era un sabio, intentaba acercarse a Dios en el siglo 20. (Al fin y al cabo, las elucubraciones sobre la física cuántica tienen casi un siglo). Le prohibieron publicar. Y no fue el Estado, sino la propia Iglesia católica “en defensa de los jóvenes”. Como yo era un adolescente inquieto, me sentí profundamente ofendido por esa manera atroz de callar al jesuita.
Los esposos Gessen corren cierto peligro en una sociedad como la estadounidense actual. En un país donde la Corte Suprema dicta sus resoluciones por intereses o por creencias religiosas, como se ha visto en la involución de Roe vs Wade, es un gravísimo peligro la creciente influencia del fundamentalismo cristiano. Mañana podemos amanecer en una sociedad en la que los “libre pensadores” no puedan dictar cátedra o “influir sobre la juventud”. Como le ocurrió a Sócrates, democráticamente (fue condenado por una exigua mayoría), en la Grecia del siglo V a.C.
Cuando la ciencia anda por la “física cuántica”, postulando que existen realidades paralelas, y que es posible la ruptura del principio que afirmaba, desde los griegos, que sólo se podía estar en un sitio y en un tiempo a la vez, es una vergüenza que la enseñanza de las religiones disponga de una manera tan precaria de defender su punto de vista.
Es menos obvio y, por lo tanto, más discutible, cuando en el libro se afirma que: “Cada átomo de cada cuerpo humano ya existía cuando nació la Tierra hace más de 4.500 millones de años. Y seguirán existiendo, al igual que nuestra conciencia ubicada en un campo magnético y de energía, cuando dejen el cuerpo humano y se unan e instalen en el Universo como parte de su Cuerpo Universal y de su Conciencia Universal, donde le corresponda”.
No creo que exista una conciencia universal. Más bien, como opinaba, el pensador ácrata peruano Manuel González Prada -cito de memoria-, “la naturaleza rellenaría con el cadáver de la humanidad una fosa común para ver desfilar a las hormigas, antes que demostrar su predilección por el género humano”.
Tampoco hay que rasgarse las vestiduras. El Universo mantiene su enigmática presencia y es muy conveniente que cada generación intente descifrar el misterio y responder las grandes preguntas: ¿Por qué y para qué existimos? El matrimonio de Vladimir y María Mercedes Gessen han echado al juego su cuarto a espadas. Sólo por eso, merecen honor.
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