*** La persecución a la iglesia nicaragüense por parte del dictador Ortega ha sido recibida con un escandaloso silencio del Papa Francisco.
Por Andrés Oppenheimer
Es difícil decidir qué cosa es más escandalosa: si la decisión del dictador nicaragüense Daniel Ortega de cerrar siete estaciones de radio de la Iglesia Católica y ordenar el arresto domiciliario de un obispo y sus ayudantes, o el silencio total del Papa Francisco sobre estos ataques contra su propia gente.
Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, cerraron las siete estaciones de radio católicas el 1 de agosto. Eran administradas por la Diócesis de Matagalpa, un departamento del norte de Nicaragua cuyo obispo Rolando Álvarez es un crítico frecuente de los abusos contra los derechos humanos de la pareja gobernante.
Horas después del cierre de las estaciones de radio, la policía orteguista irrumpió en la parroquia Divina Misericordia del poblado de Sébaco, en Matagalpa, desde donde operaba una de las estaciones de radio. La Parroquia retransmitió en directo por Facebook la llegada y entrada forzosa a la iglesia de los policías.
Días después, policías fuertemente armados impidieron que el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, y seis sacerdotes católicos que lo acompañaban salieran de su residencia para ir a la Catedral a celebrar una misa. El obispo y los sacerdotes están desde entonces bajo arresto domiciliario, informó la Agencia Católica de Noticias.
El régimen de Ortega-Murillo acusa a Álvarez y sus sacerdotes de intentar “organizar grupos violentos” para desestabilizar al gobierno. En marzo, el gobierno había expulsado del país al Nuncio Papal, Waldemar Stanislaw Sommertag.
Para cualquiera que haya estado siguiendo las noticias de Nicaragua, no hay duda de que Ortega está llevando a cabo una de las campañas represivas más grandes contra la disidencia política en el mundo occidental.
Desde principios de año, el régimen ha cerrado 1.406 organizaciones no gubernamentales, que van desde pequeños grupos de producción teatral hasta organizaciones benéficas con apoyo internacional que aseguran el acceso a servicios de salud y alimentos en uno de los países más pobres de América Latina, según la revista Confidencial de Nicaragua. La revista, como prácticamente todos los demás medios independientes, ha sido cerrada en Nicaragua y se publica en línea desde Costa Rica.
Ortega se reeligió a sí mismo en una elección fraudulenta en noviembre de 2021, luego de proscribir a los principales partidos de oposición y encarcelar a los siete principales candidatos opositores. Todos ellos permanecen en prisión o bajo arresto domiciliario hasta el día de hoy.
En 2018, más de 300 nicaragüenses fueron asesinados y 2.000 heridos por la policía y las tropas paramilitares de Ortega durante manifestaciones masivas contra el gobierno. Cuando lo entrevisté a Ortega en su residencia en Managua ese año, me dijo sin pestañear que los grupos de derechos humanos mienten, y que habían muerto solo 195 personas.
El editor de la revista Confidencial, Carlos Fernando Chamorro, me dijo esta semana que el motivo por el que Ortega está atacando a la iglesia católica es probablemente que la Iglesia es “el último espacio de la sociedad civil que queda en el país”.
Pero lo que es aún más difícil de explicar es por qué el Papa Francisco no ha condenado, ni siquiera mencionado, la reciente ola de represión de Ortega contra su propia Iglesia. El representante del Vaticano en la Organización de Estados Americanos expreso tardíamente el 12 de agosto la “preocupación” de la Santa Sede por los eventos en Nicaragua, pero el Papa todavía no había emitido una declaración al respecto.
“El silencio del papa Francisco sobre la persecución que sufre la Iglesia Católica es inadmisible”, me dijo Tamara Taraciuk, experta en América Latina del grupo de defensa Human Rights Watch. “Si los propios miembros del clero católico nicaragüense arriesgan sus propias vidas y libertad para denunciar los abusos de Ortega, ¿qué está esperando el Papa para pronunciarse y apoyarlos?”.
El silencio del Papa sobre Nicaragua es apenas una de varias sorprendentes omisiones recientes de su parte.
El Papa aún no ha visitado Ucrania, víctima de la mayor invasión extranjera en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, recientemente encontró el tiempo para hacer un viaje de seis días a Canadá, para pedir perdón por los abusos de la Iglesia en el siglo XIX y en la década de 1970. ¿Qué era más importante ahora?
La tragedia nicaragüense ha sido eclipsada en las noticias por la guerra de Ucrania, las tensiones entre China y Estados Unidos por Taiwán y el escándalo por el aparente robo de documentos secretos de la Casa Blanca por parte del expresidente Donald Trump. Pero lo que está pasando en Nicaragua debería ser denunciado por los defensores de la democracia y los derechos humanos en todo el mundo, empezando por el Papa Francisco.
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