*** El fallecimiento de Isabel II ha empañado el aniversario de la reina española.
Por Irma Locantore
Cuando le preguntaron al príncipe Felipe a finales de los ochenta si estaba entre sus planes casarse con una princesa, respondió que “Afortunadamente la vida ya no es así».
Pasaron unos quince años hasta que el entonces heredero de la Corona española se prometió con Letizia Ortiz Rocasolano, una periodista sin sangre azul, que durante sus inicios en la Casa Real se propuso ser una princesa como las de antes hasta que descubrió que el éxito estaba en ser ella misma para convertirse en una reina como las de ahora.
Este 15 de septiembre, marcado por el reciente fallecimiento de Isabel II, emparentada con la Familia Real española y el último icono del siglo XX, doña Letizia cumple 50 años y el tiempo le ha dado la razón, ella ha demostrado que hacer las cosas de un modo diferente era posible e incluso necesario para velar por la supervivencia de una institución salpicada de momentos complicados.
Doña Letizia es de esa nueva generación que, como Máxima de los Países Bajos, Mary de Dinamarca, Rania de Jordania o Masako de Japón habían tenido una vida centrada en el desarrollo profesional: fueron a la universidad y desempeñaron carreras laborales con proyección internacional, en permanente ascenso y que no tenían entre sus planes dejar, sin embargo, lo que hicieron para entrar en la monarquía, una institución que centra las funciones constitucionales en la figura del jefe del Estado y en el que la reina consorte no tiene un marco establecido, así que no es de extrañar que el 6 de noviembre de 2003, cuando doña Letizia hizo su primera puesta en escena como prometida del príncipe de Asturias, dijera que su intención era seguir «el ejemplo impagable» de la reina Sofía. Dos décadas después todo ha cambiado, ya que como avanzó el príncipe Felipe la vida ya no es así.
Cuando en junio de 2014 don Felipe fue proclamado rey en las Cortes Generales advirtió que su intención era la de encarnar «una monarquía renovada para un tiempo nuevo». Esa frase cobró fuerza cuando se desató una tormenta sin precedentes en torno al anterior jefe del Estado, el rey Juan Carlos. Con ese escenario, ¿qué sentido tenía recrearse en ejemplos anteriores? El rey Felipe redujo la Familia Real, la reina Letizia cerró filas en torno a él y trazó para ella una hoja de ruta propia, una que le había funcionado como periodista y que había probado durante su última etapa como princesa: guiarse por su criterio, ser absolutamente profesional y disciplinada, documentarse al máximo, estar informada de todo y no dejar que la vida de palacio le alejara de la vida real, por lo que mantuvo sus amistades, aficiones e inquietudes de antes.
La investigación científica, la nutrición, la lucha contra el cáncer y las enfermedades raras, la igualdad de género, la integración de personas con discapacidad y las nuevas tecnológicas son algunas de las causas que aborda activamente, además de aquellas labores institucionales implícitas a su trabajo al lado del rey Felipe en determinados actos oficiales, dentro y fuera de España, además de los viajes de cooperación, siendo el más reciente el que realizó el pasado mayo a la República islámica de Mauritania, para conocer el trabajo que la Cooperación Española desarrolla en el país en las áreas de salud, gobernabilidad e igualdad de género, desarrollo rural y seguridad alimentaria.
El pasado mes de junio se produjeron dos actos internacionales que son un buen ejemplo del enfoque que la Reina da a su papel. Primero se celebró en Oslo el 18º cumpleaños de la princesa Ingrid de Noruega, nieta del rey Harald y segunda en la línea sucesoria. A este acto, una puesta de largo como las de antes, acudió el rey Felipe en solitario, un gesto de cortesía con el resto de monarquías europeas con la que está emparentado y, sobre todo, porque es su padrino de bautismo. La ausencia de la reina Letizia, igual que la de la princesa Leonor, en el Palacio Real de Oslo causó sorpresa. Sin embargo, días después, la Reina hizo que nadie pensara en ello, cuando se celebró en España una cita internacional de las que no tienen precedentes: una cumbre de la OTAN que reunió en Madrid a 40 delegaciones extranjeras.
La reina Letizia demostró la complejidad de su papel en un contexto de diplomacia y política internacional, tanto en la cena histórica que se celebró en el Palacio Real de Madrid como en el recibimiento que brindó a los cónyuges, tanto en general como en particular. Sabiendo la importancia que los estadounidenses dan al papel de la Primera Dama, la reina Letizia se volcó con los Biden, se reunió con Jill Biden en la Zarzuela, acudieron a la Asociación Española contra el Cáncer y, a petición de la mujer del Presidente de los Estados Unidos, a un centro de acogida de refugiados ucranianos (que ya conocía la reina Letizia) en la víspera de una cumbre centrada precisamente en la invasión de Rusia en Ucrania.
Son gestos como estos, lo que indican el tipo de reina que es, igual que lo hacen sus discursos, ya que doña Letizia no da entrevistas, ella es más de hacer preguntas. Es posible que quede mucho de periodista en ella, un oficio que lleva implícita una curiosidad que nunca se agota y de la que ha demostrado estar orgullosa. «Cada cual tiene su concepto del éxito. Lo importante es estar bien con uno mismo y ser honesto con lo que haces», dijo doña Letizia antes de ser reina, incluso antes de ser princesa. Esa frase es una buena hoja de ruta, lo era entonces y lo es al cumplir los 50 años: «una bonita cifra para intentar seguir haciendo las cosas bien», como ella misma advirtió en el homenaje que recibió en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.