A juicio del autor, la obra colonizadora de España, que se materializó durante tres siglos en el territorio que hoy conforman los países latinoamericanos, ha sido objeto de evaluaciones y criterios distintos.
Por Carlos Canache Mata
El pasado 12 de octubre, se cumplieron 530 años de haberse completado el mundo con la hazaña transatlántica de Cristóbal Colón de haber llegado a esta porción del planeta que después recibiría el nombre de América. La obra colonizadora de España, que se materializó durante tres siglos, en el territorio que hoy conforman los países latinoamericanos, ha sido objeto de evaluaciones y criterios distintos. Unos la exaltan, otros la condenan, lo que no obsta para que unos y otros le concedan a la vez luces y sombras.
En su Historia General de América, Luis Alberto Sánchez, destacado escritor peruano, sostiene que “queramos o no, sería absurdo negar que la colonización española imprimió carácter a nuestras colectividades nacionales y hasta provinciales; como sería igualmente necio negar que el Virreinato logró borrar totalmente los restos de organización indígena y callar la voz de la sangre nativa”.
Hay la llamada leyenda dorada o hispanista, que en Venezuela ha sido sustentada por Caracciolo Parra León, Mario Briceño Iragorry, Francisco Javier Yanes y unos cuantos más, según la cual, aun cuando reconoce las crueldades que se cometieron, la colonización española debe ser ponderada positivamente porque nos incorporó al mundo civilizado, nos dio lenguaje, religión, una acción cultural y educativa que se manifiesta en la primera enseñanza y en la creación de universidades (la Real y Pontificia Universidad de Santiago León de Caracas, la de México, la de San Marcos en Lima), se dictaron las Leyes de Indias (muchas de las cuales no se cumplieron) para el trato a los indígenas, la implantación de la imprenta, durante el siglo XVIII en “los Navíos de la Ilustración” de la Compañía Guipuzcoana y después bajo el despotismo ilustrado de Carlos III (rey de España 1759-1788) circulan en Venezuela los libros de Locke, Rousseau, Voltaire, Condillac, control de los funcionarios españoles mediante las visitas y los juicios de residencia, (todo eso, distinto al trato que dieron a sus colonias Inglaterra, Francia y otras naciones de la época), y que hasta la propia Independencia se gestó en el proceso colonizador, que “en su esencia” era a la par español y mestizo.
El historiador J. M. Siso Martínez señala que los que defienden la obra española “siguiendo un método comparativo llegan a demostrar que las acusaciones contra España, antes que fruto de un criterio histórico, responde a una concepción política y a intereses determinados de países colonialistas también enemigos de España como potencia colonial”.
Por el contrario, la otra leyenda, la leyenda negra, presenta la colonización española como un período de barbarie, de crímenes, de ignorancia, de salvajismo. En su libro “Tapices de Historia Patria, esquema de una morfología de la cultura colonial”, Mario Briceño Iragorry apunta que para los que se afilian a la leyenda negra “la Patria no vendría a ser sino el proceso republicano que arranca de 1810” y no “encontraron una continuidad que arranca de la propia hora de la llegada a nuestro mundo americano de los pobladores hispanos que engendraron nuestras estirpes sociales y dieron carácter y fisonomía a la sociedad nacional”.
Se estima que Bartolomé de Las Casas, con su “Brevísima relación de la Destrucción de Indias”, aunada a las publicaciones de países enemigos de España, juntas contribuyeron a la leyenda negra. Como en el siglo XIX las colonias se separan de España, se arrecian las críticas contra ésta, lo que se refleja, como lo acota Siso Martínez, en nuestra Declaración de Independencia (donde se habla de “nuestra larga y penosa servidumbre”) y en la Carta de Jamaica, donde nuestro Libertador denuncia “las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón”.
Ante las dos leyendas, Mariano Picón Salas asume una posición más equilibrada en su libro “De la Conquista a la Independencia”, al afirmar que “ni los conquistadores españoles fueron siempre esos posesos de la destrucción que pinta la leyenda negra, ni tampoco los santos o caballeros de una cruzada espiritual que describe la no menos ingenua leyenda blanca”.
Reverberaciones tardías y absurdas de la leyenda negra fueron decisiones tomadas por el régimen imperante en nuestro país desde hace más de 23 años, entre otras las siguientes: el decreto número 2028, de fecha 11 de octubre de 2002 que ordena que el 12 de octubre se le denomine, no como el Día del Descubrimiento o de la Raza, sino como el Día de la Resistencia Indígena; la remoción el 12 de octubre de 2004, de la estatua de Colón que estaba en el Paseo Colón (Plaza Venezuela), que ahora pasó a llamarse Paseo de la Resistencia Indígena; y el derribo y eliminación, en marzo de 2009, de la estatua de Colón que tenía más de cien años en lo alto de las escaleras del parque El Calvario, la última que quedaba en Caracas.
Y, para incrementar aún más la faena antiespañola, después se anunció que se había resuelto cambiar el nombre a la autopista Francisco Fajardo, mestizo éste hijo de español y una indígena de la etnia guaiquerí, por el nombre Cacique Guaicaipuro.
Colón murió en el año 1506 creyendo que, gracias a la redondez de La Tierra, había llegado a Asia cuando en 1492 cruzó el Atlántico en dirección hacia el oeste. No supo que se había encontrado con un nuevo continente.
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