*** Alfredo Michelena trata la reescritura de libros clásicos para ajustarlos a las «sensibilidades modernas» y la polémica que esto ha generado.
Por Alfredo Michelena
Acabo de leer una noticia que me impactó. Ella es concreción de una tendencia que a mi juicio es nefasta para la historia, y en este caso para la literatura, pues se trata de reescribirla pero no con nuevos datos, sino con base a la ideología del presente.
Leí que los libros de Agatha Christie están siendo reescritos por su editorial (HarperCollins) para ajustarlos a las “sensibilidades modernas”. Un grupo de “lectores sensibles”( ¿censores?) han revisado los libros de la afamada escritora y han eliminado incluso párrafos enteros de sus obras. Esto también ha sido aplicado a libros de Roald Dahl —entre ellos “Charlie y la fábrica de chocolate” – así como a las aventuras de James Bond escritas por Ian Fleming. Libros infantiles han dejado de publicarse, por ejemplo algunos del famoso Dr Zeuss. Por ahora, no le han caído encima a Sir Arthur Conan Doyle por su personaje Sherlock Holmes, empedernido, fumador y adicto a la cocaína.
No estamos hablando de una adaptación de esa que se hacen para niños o para ser más accesibles a algunos lectores, se trata de censurar al autor.
Además, los libros, son productos que pueden o no ser comprados, en los que, si acaso, bastaría con esas horribles advertencias que se colocan a los compradores de cigarrillos.
En este mismo sentido, debemos recordar que los cuentos infantiles de ahora siempre tienen un desarrollo nada trágico y, claro, un final feliz. Los famosos cuentos de los hermanos Grimm, como son Blancanieves, Hansel y Gretel o Caperucita Roja son verdaderas tragedias que ahora muchos padres prefieren que los niños no conozcan. Y es su derecho, pero eso no excusa a las editoriales para cambiarlos o dejarlos de publicar.
En este tratar de evaluar el pasado con los valores del presente van cayendo estatuas de héroes nacionales, acusados de tener una mentalidad atrasada, o mejor dicho de no pensar en el contexto del siglo XXI. Así, la estatua de Colón, señalado de imperialista y xenófobo fue tumbada por una turba caraqueña chavista. O la ola iconoclasta que derribó una serie de estatuas y monumentos confederados en EE.UU. o la del primer Primer Ministro canadiense John A. Macdonald, por su concepción frente a los indígenas.
En todo caso, la polémica esta abierta. En este sentido está el “Manifiesto contra la intolerancia y la censura” que se publicó en la revista Harper’s, en él se argumenta que “aceptando la necesidad de las protestas por la justicia racial y social que están dando lugar a demandas atrasadas de reforma policial, junto con llamados más amplios a una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad” se debe rechazar “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias en favor de la conformidad ideológica”.
En este sentido, Fernando Sabater nos advierte “La tentación de algunos intelectuales por acabar con el pasado es no entender las cosas en su contexto. Vengarse del pasado es absurdo, lo que hay que intentar es corregir y mejorar el presente. Esas muestras de intolerancia, esa intención en demostrar que somos seres humanos mejores de lo que ha habido nunca, que nosotros hemos venido a regenerar lo que hicieron los humanos del pasado, son formas de fatuidad que, en el fondo, lo que indican es una mente más bien estrecha”.
Hay que ser hombres y mujeres de nuestro tiempo. Dejar de juzgar a nuestros antepasados por haber sido de sus tiempos. Unos tiempos que ya no tienen cabida en el presente, como quizás pase con los nuestros en el futuro.
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